En repecho y con caballo flaco, mejor no apurarse

Los indicadores macro de la economía están presentando una tendencia auspiciosa en nuestro país en lo que va del año respecto a los que vivía –y sobre todo sufría– el país en 2020, cuando la pandemia hizo sentir sus efectos más duros en el Uruguay, por lo que más allá de la incidencia de los altibajos de los empujes y niveles más o menos estables de casos y sensación de riesgo sanitario por la pandemia, puede decirse que la economía ha ingresado en una cierta normalidad, como para ir generando elementos para evaluaciones.
Ocurre que más allá de los números favorables de la economía en este período, el escenario socioeconómico sufre el arrastre de la depresión que se diera en el período más complicado de la pandemia, con caída de actividad, pérdida de empleos, pasajes al seguro por desempleo y empresas duramente afectadas por el efecto dominó de estos problemas, con el agregado del faltante del aporte del sector turismo, reducido prácticamente a cero en el período, en un país altamente dependiente de los servicios con la visita de centenares de miles de visitantes en cada temporada.

Ergo, lo que se presenta auspicioso en los números no se traduce en sensación térmica hacia la población, sobre todos los sectores más castigados en materia de actividad y empleo en esta depresión, pese a lo importante que ha significado que el gobierno haya intentado mantener encendidos los motores de la economía y desoyendo felizmente los reclamos de cuarentena total.
Y decimos sensación térmica, porque los datos de la realidad indican que los trabajadores han perdido por regla general poder adquisitivo junto con reducción de horas de trabajo o seguro por desempleo, salvo en el sector público, donde por supuesto estos problemas no existen porque desde el sector privado los “bancamos” con nuestros aportes en las buenas y en las malas.
A las empresas privadas no les va muy bien que se diga y más aún, su situación precaria es la que se refleja en las fuentes de empleo y en la problemática de los sectores de ingresos fijos, que han tenido incrementos por debajo de la inflación, y consecuentemente erosionado su capacidad de consumo, porque además persiste el elevado costo país, y los problemas estructurales de nuestro Estado se llevan una parte enorme de los recursos por la generación de bienes y servicios que se crea por el trabajo del sector privado.

En resumen, estamos mejor que hace un año pero no bien, y hay sectores que no han tenido recuperación plena, lo que se siente en el mercado interno y en la dinámica de las respectivas actividades. No puede extrañar, naturalmente, porque en economía no hay magia, en ningún país, y su tramado responde a realidades y expectativas que constituyen un escenario complejo y al que hay que tratar como un paciente en estado delicado. Así, si se otorga cierto beneficio ante las circunstancias a determinado sector, se puede quebrar el delicado equilibrio que responde a las leyes de la economía por aplicaciones parciales, creando más problemas que los que se pretende solucionar.
En esta problemática, un análisis de la Consultora KPMG, que recoge el diario El País, consigna que con los motores de la economía definitivamente prendidos en el segundo semestre de este año que culmina, cabía esperar una mejora en el mercado de trabajo, pero esta realidad no es lineal con la mayor actividad, a la vez de subrayar que el dato más optimista fue la tasa de desempleo, que descendió a un 8 por ciento, que es el registro más bajo desde abril de 2019, equivalente a unas 143.000 personas, frente a las 200.000 de octubre de 2020.
Sin embargo, este no es un dato menor, porque confirma que la pandemia justo afectó al Uruguay cuando la economía seguía en franco declive desde antes de 2020.
Aclara la consultora que para evaluar el escenario actual, la tasa de desempleo no es el indicador más apropiado para hacer una lectura fidedigna sobre el comportamiento de la actividad económica, habida cuenta de que el desempleo comprende la diferencia entre la oferta y la demanda de trabajo, y su reducción puede deberse tanto como a un aumento de la demanda –que sería lo más positivo– como una baja de la oferta por el desaliento de personas que se salen del mercado laboral.

Lo positivo en sí es que la tasa de actividad ostenta registros similares previos a la pandemia y que ello es un indicativo de que se ha generado una mayor demanda de trabajo tras la caída del año pasado, por lo que analiza la consultora que ello quiere decir que ha habido una baja “buena” en la caída del desempleo, y no porque haya menos personas buscando trabajo.
En realidad, este mayor dinamismo tiene que ver por un lado con el empuje del emprendimiento de UPM2, inversiones inmobiliarias y mejora en la dinámica empresarial en general, al punto que según KPMG “en síntesis, desde el punto de vista de las cantidades el mercado de trabajo está mostrando una recuperación vigorosa que aunque tal vez a menor ritmo, todo hace pensar que se mantendría en el correr del próximo año”.
El factor distorsionante, como señalábamos, pasa por la disminución del poder de compra de los trabajadores asalariados en la coyuntura, así como el alto endeudamiento de buena parte de la población, aunque aclara la consultora que “el ciclo alcista del salario real ya se había detenido en 2019 cuando por primera vez en muchos años la tasa de desempleo alcanzó los dos dígitos. A partir de entonces, fue la tendencia fue a la baja y ciertamente se acentuó a partir de la crisis de COVID-19”, porque precisamente si esta tendencia era notoria en la prepandemia, era impensable revertirlo durante la pandemia y el período inmediato pospandemia que estamos atravesando.
Estas dos variables, reducción del desempleo y aumento del salario real, son antagónicas y muy difíciles de conjugar de acuerdo a la experiencia y las leyes de la economía, salvo que justo se dé un período de grandes inversiones en áreas clave y a la vez hacerlo sustentable.

Es de esperar sí que esta tendencia de reducción del desempleo pueda irse acompañando de una reversión del proceso de deterioro del salario real, pero no a costa de ir incrementando el déficit de las cuentas públicas, como se hizo hasta 2019, con las consecuencias por todos conocidas, sino que se haga tanto en forma gradual como firme, sin caer en fantasías que luego se pagan en desempleo y efectos traumáticos de duras consecuencias sociales.
Y lo peor que se puede hacer es, como dice el refrán, “apurar caballo flaco en repecho”, por más justos que sean los reclamos.