Walter Romero Ferrari: un agricultor, un artesano, un ejemplo de vida

Noventa y pico, pero la energía intacta para seguir haciendo.

Con una mirada transparente y franca nos recibió en su céntrica casa Walter Juan Romero Ferrari, para mantener una agradable charla primero en su cómoda cocina y luego en uno de los lugares donde transcurre la mayor parte de su día, su taller inmaculado y en donde sus manos elaboran preciosas artesanías en un torno de madera construido por él mismo. Desde joven se dedicó a la agricultura y formó junto a Nenúfar Andrea Valla Quintana, con quien estuvo casado durante 66 años, una hermosa familia de 4 hijos: María Mercedes, Andrés Walter, Juan y Rosario, quienes a la vez les regalaron 7 nietos: Nicolás y María Emilia, María Laura, Andrés Agustín, Agustina, Juan Ignacio y Florencia.

Walter nació en Pueblo Porvenir el 8 de febrero de 1927 en el hogar de los esposos Juan Romero Ferrari y Orfilia Beneranda Ferrari Boffano, siendo el segundo de cinco hermanos, Aquiles Pedro, él, Ricardo Humberto, Osvaldo Nilo (sacerdote) y Orfilia Adela (religiosa).
“Yo no lo recuerdo, pero según me contaron cuando tenía 4 o 5 meses me subieron en un carro y me llevaron a unos 50 kilómetros. El padre Horacio Meriggi fue quien hizo la Colonia La Carolina, mi padre consiguió dos fracciones y una de ellas estaba junto a la Estancia La Carolina. Mi padre fue un tiempo antes, se fue a la barraca, como le decían al arroyo Negro, que tiene mucho monte, cortó madera con el hacha y un machete e hizo un ‘corte de rancho’, como le decían y paja brava para hacer el techo; hizo el pozo de agua, se vino a Porvenir y cargó todo en un carro de dos ruedas, yo en una cuna. En esa época todo era camino de tierra”.
Asistió a la escuela que había en la estancia, de primero a tercero. “El cura Meriggi colaboraba con toda esa zona; la maestra se quedaba en casa y papá le hizo una pieza. La Colonia era bastante grande, en una familia eran 14 hermanos y el padre les hizo un carro para ir a la escuela y lo toldó por los días de lluvia. Tengo muy buenos recuerdos”, asegura sonriente nuestro entrevistado.
“Papá luego compró 4 chacras junto con un cuñado, entre Pueblo Porvenir y Esperanza, y se quedaron con 3, una chacra y media cada uno. Ahí yo tendría 10 años, empecé a ir a la Escuela 14 de Porvenir en un carro ruso. Una tía tenía una casa en el pueblo y durante los días de semana vivíamos ahí. Cuando yo entré a esa escuela estaba María Teresa Piacenza”, relató.

UN ARADO Y CUATRO CABALLOS

“A mí me encantaba estudiar. Un día papá me dice: ‘estudio no te puedo dar, lo que sí te puedo dar es un arado y 4 caballos’; yo tendría 12-13 años y estaba encantado. Los arados eran de dos rejas y había uno más chico de una reja”, cuenta nuestro cordial entrevistado.
“Después empezó a mejorar la cosa, vino un tractor, vino un arado de disco”, comentó Romero quien toda su vida se dedicó junto a su familia a la agricultura. “Después la chacra era chica para todos, entonces papá consiguió en la estancia La Porteña, pasando el San Francisco. En aquel entonces, Domingo Antonio Pascual Giossa tenía un comercio de ramos generales en Esperanza, eran acopiadores de granos, compraban todo lo que producías, trigo, lana; a la vez todo lo que precisabas lo comprabas ahí y pagabas al año”, recuerda.

“Empezamos a trabajar ahí, yo tendría 17-18 años y ya cuando fuimos ahí el caballo había pasado a la historia. Íbamos en sulki o caballo los lunes y volvíamos los sábados. En La Porteña habíamos hecho cocina, dormitorio, otro dormitorio para la gente que nos ayudaba, porque tratábamos a la gente no como peón, sino como compañero de trabajo”, aseguró Romero.

UN CHEVROLET DEL ‘27

Durante la charla, Romero trajo a su memoria la anécdota de cuando en su familia compraron el primer auto. “Papá compró un Chevrolet del ‘27 a un hombre que tenía que ir a Florida a hacer los papeles. El auto le costaba 250 o 300 pesos, que era mucha plata, entonces papá le dijo: ‘por cada vez que tenga que parar en el camino me tenés que rebajar 20 pesos’ y el dueño aceptó. Salió de Porvenir y se fue con una de las hermanas; no se le paró el auto en todo el camino. Ese fue el primer vehículo”.

“LA PRIMERA Y ÚNICA NOVIA”

En 1955 contrajo matrimonio con Nenúfar Andrea, a quien “conocí en el casamiento de una prima; nos casamos en el ‘55 y fue la primera y única novia que tuve”, dijo orgulloso, reconociendo que “eran otros tiempos”.
Con gran satisfacción nos contaba que “tuve 4 hijos, todos titulados”, excepto Juan, quien al terminar la secundaria se dedicó de lleno al tambo que tiene en Cangüé.
Junto a su esposa, quien falleció hace pocos meses, vivían “en Cangüé pegado a la escuela 71; el primer año plantamos las 70 hectáreas con trigo. En esa época el trigo se embolsaba, no era a granel como ahora; se llenó el galpón y no nos alcanzaba. Ahí ya empecé con la remolacha y cuando vi que la cosa venía mal dejé dos años antes; alcancé a plantar 130 hectáreas, solo 4 o 5 en mi chacra para probar, después todo lo planté afuera, por eso vivía viajando y mi patrona fue la que llevó toda la carga de los gurises, aunque siempre con algún familiar que la ayudaba y un casero”, dijo.
Vivieron en el medio rural hasta que su hija más pequeña terminó la escuela, momento en que decidieron junto a su esposa mudarse a la ciudad. “Conseguí esta casa céntrica, me gustó y la arreglamos”.

Al preguntarle si está contento con su vida, asiente y aclara “sí, no podía estudiar. Me gustaban muchos los números, tenía mucha facilidad y eso me ayudó mucho en el negocio de la remolacha, porque había que sacar mucha cuenta; la remolacha se pagaba todo por rinde, por lo que la gente hacía, es decir, hacía tantos metros de raleo, eran tantos pesos, y cuanto más hacía más ganaba. Había gente que cuando empezó a trabajar conmigo no tenía más que una mochila y terminaban con casa, moto”, manifestó con gran satisfacción. “Hacían la zafra de raleo, carpido y la cosecha; tuve suerte con la gente, di con dos muy buenos hombres como Andrés Giacomoni y Raúl Barboza”, reconoce. A lo largo de su vida Romero habrá tenido que sortear muchas pruebas, pero sin dudas una de las más grandes fue cuando, luego de un accidente doméstico, quedó prácticamente con nulas posibilidades de poder caminar. Sin embargo, tras someterse a una operación en Montevideo, hoy camina con el apoyo de un bastón. Dedica horas a trabajar en su torno, en el que realiza preciosas artesanías que luego regala a familiares y seres queridos.

También hizo cocinas económicas, un horno de pan, verjas para familiares, entre otros tantos objetos que ha sabido construir con mucha habilidad. Tuvimos la ocasión de conocer su galpón impecablemente ordenado, sus piezas de artesanía, su quinta, su amena conversación, y al salir de su casa nos quedó el aprendizaje de que la edad no es excusa para no hacer y Walter es un claro ejemplo de ello.