No es el fútbol, pero es…

“El principal obstáculo que tiene Uruguay para aprovechar al 100% sus posibilidades como sociedad avanzada es el lastre cultural que os impone el fútbol”. La sentencia, como se deducirá por el inconfundible “os”, es de un español residente en Uruguay. Jorge Castrillón la hizo en Twitter en diciembre del año pasado y le valió casi 300 likes (que es como el “Me gusta” de Facebook) y cerca de un centenar de respuestas, la mayoría descalificando la opinión de quien nos ve “de afuera” (relativamente de afuera, porque lleva varios años ya residiendo en el país).
“Desde que sois así os inculcan una dinámica de competencia, de mis colores ante todo, de que los del otro equipo son unos putos, de que es válido el insulto, la gracieta discriminatoria y el todo vale por los colores que, de verdad, no os sientan nada bien”, proseguía el análisis del licenciado en historia, que agregaba “Y vale que en 1920 el fútbol fue una herramienta válida para crear cultura de país en una sociedad de migrantes, pero capaz que un siglo después merecería la pena plantearse nuevos significantes, querides”.
La mayoría de las respuestas, como se puede leer mediante una simple búsqueda en esa red social, denostan la opinión de Castrillón por tratarse de un extranjero –y encima de un europeo– que se toma el atrevimiento de hacer un comentario negativo sobre el que sin dudas es el mayor catalizador de las “pasiones” populares. Sí, el mayor indiscutiblemente, por encima de la política, el carnaval y otras que fueron perdieron rueda conforme avanzó el siglo XX y nos adentramos en el XXI.
Nada se compara a lo que despierta masivamente el fútbol en el Uruguay. Para bien y, como afirma Castrillón, para mal. Y las noticias de los últimos tiempos parecen darle, cuando menos, el derecho a que le prestemos atención a su diagnóstico.
Venimos de una comienzo de año nefasto, en la que la disputa de un partido “clásico” en Maldonado terminó con un joven futbolista enviado a la cárcel por, como aparentemente reconoció en su declaración, hacer un mandando a un grupo criminal que se identifica con los colores de la institución a la que él defendió, tratando de introducir un arma de fuego al estadio donde se disputaba el encuentro. Los detalles sobre este episodio son más para la página de Policiales, y es donde que por momentos parece que debiera trasladarse la cobertura “Deportiva”. Ayer, en su declaración ante la Justicia, el deportista dijo haber comprado armas robadas para comercializarlas entre los delincuentes que se identifican con los colores de su exequipo.
Pero la cosa no quedó allí, porque mientras se disipaba el humo de la cohetería de la celebración de los ganadores del partido amistoso, tomamos cuenta de que la atleta olímpica Déborah Rodríguez debió interrumpir su entrenamiento en la pista de atletismo cercana al estadio, víctima de agravios racistas y de agresiones por parte de “parciales” (delincuentes) identificados con el otro de los equipos contendientes esa noche. Punto para Castrillón.
Algunos quisieron “matizar” el hecho de los insultos racistas, afirmando que en realidad el motivante de los gritos que se profirieron tenían más que ver con el antecedente del hermano mellizo de la atleta, que militó en filas rivales años ha. Punto doble para el diagnóstico de Castrillón, porque si es así como dicen, pretendiendo justificar una agresión racial escudándose en que hay un motivo futbolístico detrás, no hacen más que certificar la afirmación original.
Claro, esto no empezó el miércoles pasado en Maldonado. Este clásico y uno anterior estuvieron cerca de no jugarse por dos hechos que se disputaron las páginas de Deportes y Policiales. El Ministerio del Interior investigó si el asesinato de un adolescente –17 años– en el barrio montevideano de La Unión se relacionaba con lo ocurrido pocos días antes, la noche de reyes, en la misma zona, mientras se desarrollaba la tradicional feria conocida como Vía Blanca. Allí se produjo un tiroteo que terminó con dos hombres heridos y otro muerto.
Todos los muertos vestían camisetas de los equipos de fútbol más populares del país.
Y los hechos estarían relacionados con episodios anteriores, del año 2016, cuando otros delincuentes identificados con los colores de una de las instituciones atacaron a traición a otro grupo que, en este caso, aparentemente no hacían más que celebrar el aniversario del otro club.
No alcanza ya no esta página, no alcanzaría todo este diario para seguir enumerando los violentos antecedentes producto del enfrentamiento entre los energúmenos que dicen apoyar a su equipo dando estas lamentables demostraciones. ¿A alguien le sigue pareciendo descabellada la afirmación de Castrillón?
Pero no se queda allí el asunto. Porque no podemos dejar de recordar que desde estas mismas páginas de EL TELEGRAFO durante los últimos meses del año pasado dimos cuenta de varios episodios de violencia extrema que empañaron competiciones de la Organización del Fútbol del Interior (OFI) al punto que la entidad decidió en cierto momento que era tiempo de interrumpir la competencia para bajar los ánimos. Que no se aplacaron, porque los episodios siguieron ocurriendo y sobrevinieron intimaciones y sanciones por estos lamentables hechos.
Está claro que no podemos abstraernos de que hay un problema muy serio de violencia en la sociedad y no se limita al fútbol, en el sentido de que si elimináramos al fútbol como expresión esta desaparecería, que tampoco lo estamos proponiendo, pero está claro que hay un problema cultural y que tiene raíces en el mundo del fútbol.