En todo cierre de año la constante es trazar un balance de lo acontecido en las áreas que consideramos de mayor importancia, con lo bueno, lo malo y lo regular de uno y otro lado de la balanza. Sin dudas, más allá de determinados puntos de carácter personal o familiar, en el contexto general las inquietudes tienen que ver con aspectos socioeconómicos, los avatares y las perspectivas, con la esperanza de que el futuro va a ser mejor o que por lo menos no puede ser peor.
Pero este 2021, como se insinuaba ya en las postrimerías de 2020, estuvo signado en Uruguay y el mundo por los efectos catastróficos de la pandemia, tanto en el plano sanitario como en el económico, consecuencia de las medidas restrictivas y de contención. Lamentablemente, cuando todo parecía tender a normalizarse, un cuarto empuje de casos a nivel mundial nuevamente está poniendo una cuota de incertidumbre para el 2022.
Tanto es así que nuestros vecinos argentinos están batiendo récords de casos y han superado el máximo registrado en el momento más crítico de la pandemia de COVID-19, con más de 42.000 casos en un día y, en términos comparativos, a Uruguay no le va mucho mejor, aunque todavía sin llegar a los niveles de los días más críticos.
Más allá del plano sanitario, 2022 se presentó con severas normas restrictivas para la reunión y la circulación en Europa y en menor medida en Estados Unidos, acompañando el invierno boreal, y ello a su vez se proyecta en el plano de la economía global, con algunos sectores más afectados que otros, pero con el efecto dominó en notorio proceso.
La diferencia, al igual que en todo el mundo, refiere a que felizmente las consecuencias sanitarias han cambiado sustancialmente, con un número de muertes e internaciones muy por debajo del año pasado, como consecuencia de que prácticamente tres cuartas partes de la población tienen dos dosis de vacunas y muchas ya se han aplicado la tercera de refuerzo. Los sectores más afectados por ende son los no vacunados y los grupos etarios que tienen menor porcentaje de vacunación, como es el caso de niños y jóvenes.
Pero volviendo al 2021 recientemente finalizado, puede decirse en términos generales que fue un año de particular complejidad y nuestro país salvó el trance con nota aceptable, si tenemos en cuenta que se hizo lo que había que hacer en los momentos de mayor incertidumbre por la pandemia, y el gobierno no cedió a las presiones de sectores –algunos por intereses político-ideológicos– que pretendían que se cerrara todo a cal y canto, y que se aplicara una severa cuarentena, al estilo de Argentina, donde ya sabemos lo que pasó.
En cambio, se trató de mantener la actividad, aunque en términos deprimidos, pero encendidos los motores de la economía, para cuando se pudiera reabrir la actividad. Así, lentamente se ha ido reintegrando a grupos de trabajadores del Seguro por Desempleo, aunque como contrapartida no se pudo sostener el salario real.
Es que es prácticamente imposible atar estas dos moscas por el rabo en plena pandemia, donde caen todos los ingresos y no hay magia para generar riqueza ni se tiene espalda financiera para pagar subsidios al barrer, como ha ocurrido en Europa. Los salarios han crecido menos que la inflación, y cuando era de esperar que se pudiera más o menos retomar un acercamiento entre estos parámetros, con un crecimiento además del consumo interno, se genera esta cuota de incertidumbre. Si bien no ha ido acompañada de medidas restrictivas específicas de contención, la contagiosidad de la variante Omicron –aunque con menos virulencia que las cepas predecesoras– da la pauta de que esta batalla no está ganada y que hay que seguir conviviendo con esta amenaza y sus consecuencias en el plano socioeconómico y sanitario.
Desde el punto de vista fiscal, vistas las circunstancias, el 2021 pudo haber sido mucho peor. La brecha fiscal en expansión, heredada del último gobierno del Frente Amplio, ha sido contenida, a pesar del aumento del gasto extraordinario debido a la pandemia. Es así que en términos netos, obviando este componente, el déficit ha caído al 4 por ciento del PBI anual, mientras que la tasa de crecimiento de la economía anualizada converge hacia un 3,8 por ciento, que no está nada mal teniendo en cuenta las circunstancias.
También ha caído en estos últimos meses la tasa de desempleo, que es del orden del 8,2 por ciento, es decir incluso por debajo del nivel prepandemia, porque no debe olvidarse que en 2020 la economía y el empleo venían en caída, mientras el déficit fiscal superaba el 5 por ciento por un gasto exacerbado del Estado y la ausencia de medidas de contención de estas erogaciones excesivas.
Teniendo en cuenta la importancia de la actividad turística en nuestra economía, no hay que hacerse muchas ilusiones de cómo repercutirá la recientemente iniciada temporada, justo cuando hay recrudecimiento de los casos de COVID en la región, y por ende su incidencia en economía, en el consumo y la creación de empleos zafrales.
Ello plantea una interrogante adicional en este desenvolvimiento de la economía, mientras sin dudas los sindicatos del Estado siguen aislados de la realidad, metidos en sus motivaciones político-ideológicas. Insisten en los paros y plataformas delirantes, con reclamos de recuperación salarial aún en convalecencia, que en el mejor de los casos, solo podrá salir del esfuerzo de todos los otros uruguayos del sector privado, que crean riqueza y mueven la economía asumiendo los riesgos y los costos.
Quiere decir que, como nunca, este 2022 plantea expectativas de corto plazo muy complejas, ante los avatares propios, los regionales y los globales, en una interrelación más controversial que de costumbre, y todo lo que se prevea se asemeja más a optimismo, a esperanzas, que a una realidad confusa e imprevisible.
Pero a la vez hay pendientes temas de mediano y largo plazo, de carácter estructural, que son el mayor problema que nos condiciona en el día a día, porque lo que nos ocurre en gran medida depende que no se hicieron a su debido tiempo las correcciones, como hubiera sido una gran oportunidad en la década anterior, cuando los ingresos extraordinarios por las condiciones favorables del exterior hubieran permitido tener aire para los correctivos que por ejemplo permitieran abaratar el costo del Estado para los sectores productivos y dejar de exportar nuestros mayores costos.
Y, paralelamente, trabajar en mejorar la productividad. Menor costo del Estado, eficiencia en los servicios públicos, reducción de la burocracia, apoyo a los emprendedores y capitales de riesgo para creación de empleos genuinos, son algunos de los deberes atrasados que tenemos y que lamentablemente no podrán arreglarse en el curso de este nuevo año.
Pero en algún momento hay que empezar, más allá de los consabidos enunciados para salir del paso y atribuir responsabilidades a los otros. → Leer más