Por la recuperación del empleo privado, sector que es el motor de la economía

La lenta pero sostenida recuperación del empleo tras la crisis socioeconómica que trajo aparejada la pandemia de la COVID-19 en 2021, es consecuencia sin dudas de un aumento de la actividad tras la depresión por las medidas preventivas que se dieron a lo largo del año pasado, y representa un elemento favorable en el período pospandemia, pese al rebrote que viene afectando al país y al mundo.

Pero esta recuperación debe evaluarse en su real magnitud, porque no se da en todas las áreas ni en las mismas condiciones, y porque en el mejor de los casos está volviendo a niveles de 2019, es decir en la prepandemia inmediata. Tampoco significa quedar en una buena posición, por cuanto en ese período desde hacía tiempo venía decayendo la actividad, seguía aumentando el desempleo y el déficit fiscal, tal como venía ocurriendo en los años inmediatos anteriores.
De todas formas se ha reducido significativamente la cantidad de trabajadores en el Seguro por Desempleo y ha aumentado el empleo respecto a los niveles de lo peor de la crisis, lo que es un buen indicativo teniendo en cuenta el escenario global.

Pero es fundamental saber dónde estamos parados en lo que respecta al mercado laboral para actuar en consecuencia y determinar las prioridades, más allá de las medidas de carácter general, cuando se deben conciliar políticas que alientan la inversión y creación de empleos, mientras crecen las demandas –sobre todo desde el sector público– de mejora del salario real, lo que no siempre es posible cuando la actividad no crece en forma dinámica y la vez lo que se otorgue por un lado se traducirá paralelamente en menor demanda de empleo en los sectores reales de la economía.

A propósito de esta problemática, la consultora PWC aporta un estudio que indica que de la caída próxima a los 61.000 empleos provocada por la pandemia en 2020 se recuperaron 30.000 en el primer semestre de 2021, con la salvedad de que este aumento se concentró en empleos formales, con mayor nivel educativo y en el interior del país.

Los datos de la consultora –recogidos por el suplemento Economía y Mercado del diario El País– indican que en el desarrollo inicial de la pandemia la caída del empleo se había dado casi exclusivamente en el trabajo informal, con un sesgo marcado en personas mayores de 40 años y sin sesgos pronunciados respecto al sexo. A su vez, la caída del empleo se había concentrado en la población con menor nivel educativo y el aumento de la inactividad se había concentrado en personas con nivel terciario incompleto que se habrían dedicado a estudiar.

De todas formas, la recuperación se concentró exclusivamente en empleos formales, dado que los empleos informales incluso continuaron cayendo en el primer semestre de 2021 y cuando se considera la variable educativa la caída de empleos de la pandemia 2020 se verificó para las personas con menores logros educativos, destaca PWC.

La recuperación en el primer semestre de 2021 respecto al segundo semestre de 2020 se da a partir de un incremento de empleo en personas con nivel educativo alto, al punto que del incremento de 30.301 empleos, 28.648 de ellos se da en personas con nivel terciario completo e incompleto, mientras paralelamente también se verifica con mayor énfasis la recuperación del empleo en el Interior.

Por supuesto, este análisis debe tomarse como un sola faceta de la problemática, pero siguiendo con los números tenemos que alcanza al 90 por ciento el porcentaje de empleo informal sobre el total de empleo perdido en pandemia, en tanto la recuperación se dio con nueva caída de informales e incremento de formales.

Ergo, los sectores más vulnerables, con menos contención social –naturalmente del sector privado, que ha sido el único que ha pagado el precio socioeconómico de la pandemia– han sufrido prácticamente todo el impacto de la crisis en pérdidas de empleos o subempleo y por ende el que debe ser la prioridad, por cuanto el sector de funcionarios del Estado ha superado prácticamente sin zozobras esta etapa pandémica, ante la inamovilidad y condiciones del empleo, cuando todos los otros trabajadores temían –y lo sufrieron– por sus empleos y condiciones de trabajo.

Estamos por lo tanto en una etapa de recomposición de actividad y empleo en el motor de la economía, que es el sector privado, donde se juega realmente el futuro del país, donde el Estado solo administra (generalmente mal y/o ineficientemente) los recursos que aporta la asociación capital-trabajo, que es la clave para la creación de riqueza que luego se derrama hacia todo el tramado socioeconómico nacional.

Lamentablemente, en épocas normales, y mucho más cuando se dan circunstancias inesperadas negativas, como la pandemia, deben compatibilizarse urgencias y problemas puntuales con políticas de mediano y largo plazo que aporten a la sustentabilidad de las medidas y el desafío que ello implica pasa por atar estas moscas del rabo con la menor afectación posible.

Es que los recursos para atender urgencias se distraen, cuando no hay alternativas, de los que deberían utilizarse para sustentar estas políticas con apuestas de resultados a determinados plazos con estímulos para la inversión, por ejemplo a través de exoneraciones impositivas, aporte de infraestructura y facilitación de trámites en el Estado, búsqueda de acuerdos para intercambio comercial –que implica también concesiones para equilibrar– mientras por otro lado hay que atender necesidades como consecuencia de la pandemia.

Pero más allá de estos aspectos puntuales de inmediatez, no debe perderse de vista que las respuestas pasan por generar condiciones para captar inversiones que se traduzcan en fuentes de empleo genuinas y sustentables, que trasciendan un período de gobierno, porque lo peor que se puede hacer es apurar el tranco para obtener ya la cosecha, cuando de lo que se trata es de procesos que llevan etapa de proyecto, desarrollo y consolidación.

Por lo que no hay recetas mágicas, sino solo trabajar pensando en el país que queremos, en lugar de apuntar solo a como nos irá en la próxima elección, como ha sido la constante en el juego perverso de trancazo gobierno-oposición, en el que siempre todos terminamos perdiendo.