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Doris Ferreira, un espíritu libre, resiliente y solidario

Dorotea Ferreira Cores, conocida como “Doris”, tiene 69 años, pero un espíritu jovial, sensible y solidario que la motivó a extender su mano amiga y ayudar al prójimo, convirtiéndose indudablemente en un verdadero ejemplo de vida y de resiliencia.
En diálogo con Pasividades, recordó que nació en San Jorge, Barranca Colorada (Durazno), el 30 de octubre de 1952; “tuve una infancia fea, difícil, a los 4 años perdí a mi mamá, que se llamaba Delia. Ahí a los hermanos nos separaron en distintos hogares. Yo viví en la casa de una tía, estuve en un albergue en Montevideo, luego a los 12 años empecé a trabajar. Después fui a vivir a lo de otra tía y a los 15 años empecé a trabajar en una fábrica en Montevideo. A pesar de que vivía en la casa de mis tíos, yo me tenía que pagar todo, mi comida, mi ropa”, recordó.
En esos años, “conocí al padre de mis hijos, me enamoré y menos de un año después me casé, también un poco para salir del lugar donde estaba. Luego de unos años me divorcié, pero tuve 5 hijos hermosos, que me dieron 24 nietos y 2 bisnietos, y son mi orgullo. Me separé porque al igual que mi madre, fui una mujer golpeada”, relató.
Cuando se casó vivía en La Paz, pero su entonces esposo decidió trasladarse a Paysandú, por lo que cuando se separó, se encontraba en una ciudad desconocida y con hijos pequeños. “Abandoné mi hogar y me fui con mis 5 hijos. Empecé a vender mis cosas para sobrevivir, no conocía a nadie, era como estar en otro mundo. Vendí mi vestido de novia, que había comprado con el trabajo en la fábrica. Me golpeó la vida, no sabía para dónde agarrar, nadie me ayudaba. Ahí empecé a ser bagayera y no les dejé faltar nada a mis hijos”, dijo con gran satisfacción y orgullo.
“Los crié sola a mis hijos con mi trabajo”, remarcó. Hoy ya son adultos, “no tendrán lujos, pero tienen educación, son excelentes hijos y ese es mi gran orgullo. Ellos saben que tal vez no tuve tiempo para darles amor, pero fue por mi trabajo, por andar hombreando bolsas de papa”, para poder llevar dinero al hogar.
Hace algunos años “no la pasé muy bien, trabajé en ‘Uruguay Trabaja’ del Mides, ganaba 7.000 pesos, a veces no tenía para comer, y salí a vender con un carro. Pero hace 3 años me enfermé de neumonía, estuve muy grave y tuve que dejar de trabajar”, contó esta mujer que pese a todas las circunstancias que rodearon su vida, jamás se rindió y siempre supo salir adelante.
A los 65 años se jubiló, y para complementar sus ingresos “vendo ropa de segunda mano que mis hermanas me mandan desde Durazno y ahí la voy luchando. Además salgo en la bicicleta y vendo libros brasileros”, señaló.
Una vida de sacrificio y esfuerzo, comenzando a trabajar siendo aún una niña, le ha repercutido negativamente en su salud, ya que además de ser asmática, tiene problemas de columna. Pero eso no ha sido un impedimento para Doris, todo lo contrario.
Luego de haber estado al borde de la muerte, “cuando cumplí 69 años, me dije ‘tengo que hacer algo acá en la Tierra; voy a vivir y hacer lo que yo quiero’”, dijo decidida, quien está al frente del Merendero Sonrisitas que recibe actualmente 58 niños.
“Ahí empecé a disfrazarme de payaso, con un traje que hice yo misma”, para entretener a los niños, así como también de uno de los personajes más populares entre la gente menuda, como lo es el Hombre Araña –haciendo incluso algunas piruetas y trepando en una piola–, y ahora en la mente tengo hacerme el traje para la vaca Lola”, contó entusiasmada.
Encontró el apoyo de la Intendencia, que proporciona alimentos para poder ofrecer la merienda tres veces por semana a más de cincuenta niños en el barrio Covima 20 –Dr. Luis Alberto de Herrera y Benito Chain–, en tanto elabora en su propio horno pizzas y tortas. En esta loable labor cuenta con la ayuda de una nuera y una muchacha voluntaria. Lamentablemente hace pocos días el salón fue blanco de robo y destrozos, pero enterados de la noticia “hay gente que me está ayudando”, reconoció.
“En ese momento que me encuentro con los niños todo es alegría; me llenan un espacio”, dijo esta maravillosa mujer a quien la vida le dio revancha y hoy nuevamente se encuentra enamorada; “tengo un compañero muy bueno, me apoya y estoy bien”, concluyó.

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Sebastián Cobas: Emprendedores seniors

Cuando hablamos de comenzar un nuevo emprendimiento, de buenas a primeras se nos viene a la mente la imagen de una persona transitando los veinte o los treinta, llena de energía, vitalidad e ideas innovadoras.
Pero el espíritu emprendedor no es propiedad exclusiva de los jóvenes, y buenos ejemplos hay de que la edad no es freno para el éxito.
Por citar algunos muy conocidos, el químico y farmacéutico John Pemberton comenzó su compañía Coca – Cola a los 55 años, mientras que el vendedor de aspiradoras Ray Kroc tenía 52 cuando decidió comprar un restaurante de comida rápida casi en bancarrota y transformarlo en lo que hoy es la cadena Mc Donalds.
Hoy, en varios países, la mayor tasa de emprendimiento de la última década se viene dando entre personas de 55 a 64 años.
En Uruguay, así como a nivel internacional, comenzó ya a tomar fuerza el concepto de economía plateada, refiriéndose a las oportunidades de negocios que derivan de las personas mayores de 50 años.
A estas edades, son varias las ventajas con las que nos encontramos: hemos aprendido de los errores a lo largo de la vida, tenemos mayor experiencia en el campo laboral, poseemos una perspectiva más amplia, es posible que nos hayamos rodeado de buenos y variados contactos, y contamos con mayor calma y serenidad. Todas estas cualidades pueden llevarnos a tomar mejores decisiones.
Pero ¿por qué lanzarse a un nuevo emprendimiento a la edad en que la mayoría de la gente está retirándose? Las respuestas a esta pregunta son variadas. Hay quienes sienten que aún tienen mucho para dar, hay otros que no se llevan bien con el ocio y necesitan mantenerse activos para sentirse vivos, hay quienes lo hacen porque tienen una “materia pendiente”, algo a lo cual querían dedicarse y no se había dado la oportunidad, a otros es a esta edad que les llega una gran idea de negocio que no quieren pasarla por alto, y por supuesto están aquellos que necesitan una entrada económica más allá de la que la jubilación podría significar.
Por supuesto que comenzar un nuevo proyecto conlleva esfuerzo, persistencia, un buen puñado de ideas y claro está, en la mayoría de los casos, dinero para invertir. No todas las historias tienen finales felices, pero las hay y muchas.
Y más allá del resultado a nivel de ganancias económicas que este emprendimiento pueda tener, el tan solo intentarlo trae consigo grandes beneficios para nuestra calidad de vida.
Al imaginar, planificar, agendar, programar y llevar adelante tareas, ponemos a trabajar gran parte de nuestros procesos cognitivos, estimulando así nuestro cerebro.
El contactarnos con diferentes personas, sean proveedores, socios, colaboradores, empleados o clientes mantiene nuestra vida social activa.
Si nuestro emprendimiento conlleva tareas físicas, esto también acarreará grandes beneficios para nuestro cuerpo, manteniéndonos tonificados y flexibles por más tiempo.
Mantenernos activos mejora nuestra autopercepción, lo cual repercute directamente en nuestro estado de ánimo.

Pero ¿por dónde empezar?

Si no tenemos ninguna experiencia sobre cómo realizar un proyecto de negocio, podemos leer sobre esto; Internet siempre será una buena fuente de información para entender cómo podemos analizar las posibilidades de éxito de nuestra idea, pero también podemos recurrir a informarnos mediante personas que estén moviéndose en un rubro similar o que cuenten con experiencia en emprendedurismo. Esto es una buena oportunidad para colaborar con otras generaciones y aprender mutuamente.
Además, en Uruguay hay múltiples asociaciones y organizaciones a las que podemos acudir y presentar nuestra idea en busca de una ayuda financiera o simplemente en busca de información y consejo.
Ejemplos de esto son la ANII (Agencia Nacional de Investigación e Innovación), Endeavor o Xeniors.
Entonces, si usted tiene una buena idea y poco interés en quedarse quieto, no debería prestar atención a cuantos años marca el calendario, sino a cuantas ganas tiene de aventurarse en algo nuevo, que al fin y al cabo, también de eso se trata vivir.

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