Día de las mujeres, de todas las mujeres

El Día Internacional de la Mujer no es un logro del feminismo, sino de la historia. Cada jornada recuerda y conmemora la larga batalla de las mujeres por la igualdad social y laboral que aún no se ha logrado plenamente.

Mientras en Uruguay se discute por la pertinencia de concurrir o no a una marcha que estará teñida de política y de la apropiación realizada por una parte de la sociedad, en otros lugares del planeta ni siquiera será posible marchar. Las duras represiones o las difíciles condiciones de vida demarcarán el terreno tan distante entre una realidad y otra.

Porque mientras crecen los conflictos armados, habrá una gran cantidad de mujeres jóvenes, adultas mayores e incluso menores de edad que tratarán de huir de la crisis y la guerra en cualquier parte del planeta. De acuerdo a la última estadística global de 2020, las mujeres son más de la mitad de la población total de migrantes internacionales que llegan a Europa y América del Norte. Los regímenes totalitarios de cualquier tinte, empujan a ellas a salir con sus hijos y enfrentar realidades culturales que siguen invisiblilizadas. Incluso por otras mujeres.

En Uruguay, la desigualdad entre hombres y mujeres puede costar un 13 por ciento del Producto Bruto Interno per cápita. Así lo señala el Banco Mundial en un informe presentado el año pasado, donde estima que podría producir hasta 2.100 dólares más por persona, si las mujeres accedieran al mercado laboral en forma igualitaria a los hombres.

En líneas generales, ganan 31 por ciento menos por la misma tarea y la pandemia sanitaria solo agudizó un problema preexistente que reproduce la desigualdad. Por lo tanto, hay un grupo de mujeres que padecerá consecuencias económicas más extensas que el resto.
Las mujeres con baja escolarización y afrodescendientes sufren mayor vulnerabilidad y, con pandemia o sin ella, permanecen dentro de los sectores excluidos. Aún se encuentran dentro de la población que padece altas tasas de desempleo, realizan tareas de menor calidad y reciben bajas remuneraciones. Son quienes, además, dedican mayor cantidad de tiempo a las tareas de cuidado o domésticas no remuneradas.

Más allá de la politización de los derechos basados en la igualdad de los géneros, existe una realidad que es transversal en nuestra sociedad. Existe un techo de cristal que marca el límite en la cantidad de mujeres emprendedoras y empleadoras. Además, tienen menos posibilidades de continuar carreras de ciencia y tecnología y, en un mundo globalizado y tecnificado, limita sensiblemente sus posibilidades de desarrollo.
La recesión económica que tuvo un impacto global, empobreció mayormente a quienes realizaban trabajos que se suplantaron con la robótica. Sin embargo, han estado en la primera línea de defensa contra la pandemia. Ya sea porque en su mayoría cumplen tareas como personal de la salud o roles de cuidadoras en sus propios hogares o empleos. Sin embargo, su liderazgo se vio relegado y si es verdad que toda las crisis generan una oportunidad, en Uruguay nos estamos perdiendo de algo.

El sacudón de la pandemia y ahora la guerra en Europa del Este no alcanzó para aprender de las circunstancias más difíciles. Tampoco alcanzó para comprender que la igualdad es la piedra angular para el desarrollo de un país y su democracia.

En Uruguay, un pequeño grupo resolvió apoderarse del Día Internacional de la Mujer, desnaturalizarlo y utilizarlo para reivindicar su posición a favor de la derogación de 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración (LUC). En este caso, estará absolutamente fuera de lugar el argumento que invite a las mujeres con otras ideologías, a organizar su propia marcha a otra hora y en un lugar distinto.
Es muy factible que sus organizadores no entendieron que las mujeres deben marchar juntas por los mismos objetivos, a pesar de sus diferencias de credos religiosos o políticos u orientaciones sexuales.

En otras ocasiones ocurrió que las mismas mujeres que reclamaban igualdad, también gritaban consignas violentas a aquellas que identificaban bajo otra ideología política. Por eso, falta mucho para lograr la igualdad y equidad que exponen en sus plataformas. Porque las peores discriminaciones provienen del mismo género, antes que del “machismo” y el “patriarcado” que denuncian en sus marchas.
Este 8 de marzo será una jornada de paro y movilización resuelta por el Pit Cnt, que pudo elegir cualquier otro día y circunstancia para llevar adelante la promoción del voto rosado.

Y porque la crítica provino en primer lugar de los denominados “colectivos feministas”, otros sindicatos y la Comisión por el Sí, que solicitaron la necesidad de rever la medida. El plenario intersindical, lejos de considerar el pedido, confirmó la medida anunciada en un primer momento. Es que le resulta inaceptable demostrar debilidad ante los reclamos del “fuego amigo”.

La coalición de gobierno, obviamente, ha manifestado su rechazo a la iniciativa y algunas referentes del gobierno –como la vicepresidenta Beatriz Argimón– ven con preocupación la “politización” de la jornada y anunciaron que no participaran de las tradicionales actividades.

Estas reivindicaciones que resultan tan caras a varias generaciones de mujeres se han partidizado y teñido de un solo color, con la única mirada hacia el referéndum. Al igual que otras movilizaciones sindicales, donde se desluce el reclamo laboral porque la instancia es aprovechada bajo un único pretexto.
Mientras se reclama por la inclusión y los derechos consagrados de las mujeres, por la fuerza de los hechos dejan fuera a otras y la incoherencia pasa a formar parte de los titulares.