La inflación global y los cuellos de botella

Entre las incógnitas que se han abierto a partir del afloje de la pandemia, sin dudas la más notoria es la que tiene que ver con la evolución de la economía global, desde que la afectación se ha extendido a todas sus áreas, en algunas con más gravedad que otras, naturalmente, pero con el común denominador de la incertidumbre y la búsqueda de riesgos medidos.
Igualmente, han seguido funcionando los sectores primarios con buenos precios tras una depresión inicial por la retracción de la demanda y la merma de los recursos que estaban circulando, y precisamente en principio países como Uruguay se ven beneficiados por el impulso de los precios de los commodities que exporta, pero también afectado por los que importa, como es el caso del petróleo.
Sin embargo, un elemento que aparece como convidado de piedra en este escenario internacional es la inflación, que ha superado las previsiones, aunque en forma heterogénea de acuerdo a la región y país. Es positivo, sin embargo que la economía global haya superado expectativas en 2021, con una primera mitad más positiva de lo previsto, aunque con una segunda mitad más moderada, con influencia significativa de la inflación.
De todas formas, en el comportamiento para todo el año pasado los resultados de crecimiento global superaron las expectativas y éste se ubicaría en el orden del 6 por ciento, como consecuencia de que el impacto del COVID ha sido menor que las oleadas anteriores, pese al número de casos, debido a una buena vacunación y a un virus que en esta variedad ómicron ha perdido agresividad.
Pero la distorsión mayor en este período es la inflación, aspecto sobre el que BBVA Research considera que el tipo de inflación también ha sido inesperado, producto de la aparición de cuellos de botella en la producción de manufacturas. Han incidido procesos productivos retrasados por el impacto de la pandemia, pero a la misma vez por un sustancial incremento de la demanda en muchas economías, dirigida fundamentalmente a la adquisición de bienes.
Estos factores se han conjugado con los incrementos de las materias primas y por lo tanto potenciado la inflación, como se percibe fundamentalmente en Estados Unidos con valores históricamente altos –del orden del 7,5 por ciento anual– en Europa y naciones emergentes. Influye también la recuperación de la actividad y el empleo, que por efectos de la demanda presionan los precios al alza.
Según el BBVA Research en su análisis recogido por el suplemento Economía y Mercado del diario El País, en este 2022 el impacto del COVID subsiste, pero atenuado en sus consecuencias económicas y por lo tanto permitiendo que se consolide la reactivación, en tanto persisten los cuellos de botella en las cadenas de suministro globales, que se están extendiendo más de lo previsto, pero con firmes expectativas de que se solucione a partir del segundo semestre de este año.
A estos elementos de juicio deben incorporarse conceptos que maneja el Ing. Eduardo Blassina en el diario El Observador, en el sentido de que hay que tener en cuenta el componente ecológico y las cotizaciones de las materias primas, lo que está beneficiando a Uruguay, y consideró que estos precios “son la expresión económica más tangible de la combinación de un fuerte ascenso de la población mundial, con un deterioro ambiental que trae un clima más inestable”.
Consideró que “ahora la soja se acerca a niveles históricos y la avidez es tal que en los puertos sudamericanos se paga más por el grano que en la propia Chicago. Y faltará el maíz y la carne y los lácteos seguirán subiendo. Sigue siendo un momento muy especial, pero es un momento que se prolonga y que forma parte de la nueva era de crisis climática que nos toca vivir”.
Destacó que “el clima hace cada vez más difícil producir, y el precio de la energía también”, al punto que no se demorará “en ver los titulares de petróleo arriba de 100 dólares por barril. Porque la urgente transición energética impide invertir en petróleo, pero es muy difícil bajar la demanda. Y mucho más difícil trasladar las subas a los consumidores”.
Trajo a colación que “el mundo subsidia más a las energías fósiles que a los alimentos. Y los ciudadanos más preocupados por el clima, saldrán a protestar con furia ante una suba de precios de combustibles”, a la vez que “alimentos y energía caros significan fertilizantes muy caros”. Apuntó que “el aumento los precios de los productos agropecuarios encandila y se harán sentir en las góndolas, los márgenes de los productores están lejos de estar asegurados y el riesgo que tendrán por delante será cada vez mayor”.
En Uruguay la inflación se mantiene en niveles altos, del orden del 8 por ciento, pero no es nada que no se haya dado antes, e incluso ha descendido respecto al 9,4 por ciento que tuvimos en 2020. Es cierto, se ubica por sobre el límite superior del rango objetivo –de 3 a 7 por ciento– y este panorama de desaceleración se ha dado en un escenario complejo y con muchos desafíos, aunque con un marco alentador de un crecimiento de la economía en 2021 del orden del 4,2 al 4,5 por ciento.
Es decir, niveles inflacionarios aceptables, más o menos alineados con la media histórica, pero muy lejos por ejemplo del impacto que significa un 7,5 por ciento para Estados Unidos, que es históricamente de la mitad de ese valor.
Se infiere que en un esquema inflacionario global que surge como elemento distorsionante tras la pandemia, el Uruguay aparece como uno de los menos afectados globalmente y en la región, aunque se mantienen componentes estructurales que determinan que no resulte sencillo abatir la inflación.
Menos aún cuando los lineamientos del gobierno tienen a concretar en este período una recuperación del salario real con aumentos por encima del IPC y a la vez promover el empleo, todo lo que incide en la demanda por bienes y servicios y por lo tanto presiona sus precios. Pero lo que sí es importante es mantener el índice inflacionario en niveles manejables para nuestro país, más allá de la evolución global, y lograr que se consolide el crecimiento dentro de parámetros de precios internos razonables, sin afectar la competitividad y el poder adquisitivo de la población.