Respeto y compañerismo claves para un matrimonio que alimenta su amor todos los días

Se conocieron siendo unos niños, ella con apenas 5 años y el 9, pero su destino era permanecer juntos toda la vida. Griselda y Mario primero fueron los mejores amigos hasta que al llegar a la juventud se enamoraron, se casaron y cuarenta y tres años más tarde reafirmaron su amor ante el altar.
Griselda Gentile (66) y Mario Britos (70) recibieron a EL TELEGRAFO en el living de su casa para compartir su historia.
“Nos conocemos desde que yo tenía 5 años y Mario 9. El iba a acompañar a una hermana mayor a la que mi mamá le enseñaba costura. Mis padres se separaron cuando yo tenía 9 años y él que trabajaba desde chico –era zapatero–, entendía la situación de mi madre que quedó sola con la crianza de 3 hijos, entonces, era muy de aparecerse con un pedazo de carne. Siempre lo sentí a él como un protector”, inicia contando Griselda.
Por la relación de amistad que Mario supo entablar con toda la familia, “mamá no nos dejaba ir a los bailes salvo que él nos llevara. Cada uno bailaba por su lado, pero él nos llevaba y nos traía”.
“Nunca nos vimos como novios, yo siempre le estaba contando mis cosas porque sufría mucho la separación de mis padres; yo lloraba y él me contenía. En un momento, yo tenía como 17 años, los sentimientos empezaron a cambiar. Empezamos a sentir la necesidad de estar más cerca uno del otro, se fueron dando las cosas”.
“No hubo una declaración, yo le dije a la madre para que no se enterara por otro lado”, acotó Mario. “Nos dimos cuenta que nos necesitábamos como hasta hoy”, coincidieron.

UN AMOR A DISTANCIA

Iniciaron su noviazgo, pero “tuvimos pruebas muy fuertes. Como no conseguía trabajo, Mario se tuvo que ir –junto a toda una muchachada– a Buenos Aires a trabajar. Muchos de los que se fueron aunque tenían acá sus novias, no volvieron más, pero él siempre me dio muestra de la importancia que yo tenía en su vida. Los sábados que mamá trabajaba en una farmacia, él me llamaba ahí y así podíamos comunicarnos un ratito. Además en cada oportunidad que tenía de venir lo hacía. Así pasaron 3 años”, recordó ella.
“Cuando yo tenía 23 y ella iba a cumplir 19, nos casamos, el 20 de mayo de 1975”, señaló Mario.
“El se vino de Buenos Aires y nos casamos vestidos iguales, de pantalón y remera celeste, una casaquita oscura. Fuimos caminando hasta el Juzgado de Montecaseros, con la dicha de haber concretado nuestro casamiento”, agregó Griselda.
“Nos fuimos a vivir juntos a Buenos Aires, pero cuando quedé embarazada nos vinimos. Pasaron los meses y Mario no consiguió trabajo y se tuvo que volver. Yo pasaba llorando mañana, tarde y noche, pero él permanentemente mandaba ropita”, dijo Griselda.
“El siempre fue esa persona que amas porque sus actitudes son siempre de amor y no cambiaron nunca a lo largo de la vida de los dos, es protector, es el caballero que te abre la puerta para entrar al auto, el que te sirve primero, no come hasta que te sentás a comer, que si hace frío te está cubriendo con algo sin que se lo pidas. Ese respeto y ese compañerismo ha sido y es permanente”, destaca ella.
“El respeto es fundamental para llevar adelante el matrimonio”, confirma él.
Cuando hay una discrepancia, el camino siempre ha sido el diálogo. “Nos hemos sentado a conversar solos y plantear el problema, sin ventilar los problemas frente a los demás. Por una discrepancia, nunca se nos ocurrió pensar que yo me pudiera ir a la casa de mi madre o que él se fuera de casa, jamás”, asegura Griselda.
“Nos ayudamos mucho a tratar de crecer porque aún seguimos aprendiendo, todos los días”, agrega.
Afortunadamente, luego de un tiempo Mario comenzó a trabajar en Paycueros por una zafra de 3 meses pero finalmente permaneció durante 36 años hasta su jubilación.

SU PROPIO TECHO

Comenzaron de cero, primero con la compra de un terreno en el que “hicimos una pieza entre los dos para poder vivir en familia en nuestro propio espacio porque hasta ese momento vivíamos en casa de mamá”, relata Griselda.
“Si no hubiéramos tenido ese compañerismo que nos unió toda la vida, no sé si hubiera sido tan fácil sobrellevar las situaciones económicas y de enfermedades que padecimos. Todo fueron pruebas, lo vimos siempre así, siempre nos dijimos ‘esto lo vamos a hacer hombro con hombro, si no no sale'”, comenta.
Su meta era construir una casa con todas las comodidades para sus tres hijos. Pero no era nada fácil y para ello trabajaron duro. “Como él era zapatero y queríamos hacer esta casa, un día me dice ‘tengo ganas de hacer botas de campo’, me enseñó y empezamos. Nos comunicamos con los comercios de Montevideo para comprar el material y poco a poco empezamos a hacerlas. Yo hacía anuncios, los fotocopiaba y ponía en diferentes lugares”, recordó Griselda.
“Teníamos un Ford A del año 31 y lo vendí para comprar una máquina de coser”, contó Mario. “El me enseñó a coser y cómo se armaba la bota. Eso fue lo que nos permitió hacer la casa. Hasta gente de Tacuarembó venía a comprar. Trabajábamos de sol a sol; él entraba a las 4 de la mañana y se iba sin dormir a trabajar; yo me acostaba y me ponía el despertador adentro de una olla para despertarme porque los chicos iban a la escuela”, relató Griselda.
“Poco a poco pudimos ir haciendo la casa”, comentaron y recordaron que “las últimas botas que hicimos fue para la Copa América. Tomás Balbis vino a hablar con Mario para ver si nos animábamos a hacerle las botas a la Policía montada y fue lo último que hicimos, porque ya habíamos avanzado mucho la construcción de la casa y fue mucho sacrificio”.

LA PRUEBA MÁS DIFÍCIL

“La prueba más difícil fue cuando nuestros hijos empezaron a volar, Viginia vive en Cabo Frío, Brasil, Andrés vive en España, Lanzarote, Islas Canarias, y Ezequiel, el más chico, vive en Buzios. Ahí quedamos solos. En un principio trabajando cubrías esos tiempos de vacío, pero cuando él se jubiló nos dimos cuenta que habíamos quedado los dos solos. Si bien son hijos presentes a pesar de las distancias, siempre están comunicándose, no es fácil viajar con la frecuencia que uno quisiera”, comenta Griselda.
Pese a todo, “siempre decimos a nuestros amigos que cuando los golpes son más duros la pareja más se fortalece. Siempre nos hemos dado fuerza mutuamente. Ante la pérdida de seres queridos, sentís los brazos del otro que te están sosteniendo”, coinciden. “Yo siempre he sido muy sensible, la fortaleza de Mario conmigo es lo que siempre agradezco a Dios porque no me deja caer”, agrega ella.
Aunque sus hijos partieron hacia destinos lejanos, “nos sentimos súper orgullosos de los hijos que tenemos porque ellos volaron tras sus sueños, no quedaron a esperar nada de nadie, cada uno logró lo que fue a buscar. Arrancaron de abajo, honrados, trabajadores, saliendo a lo que fuera hasta que lograron lo que ellos querían. Esas cosas son las que colman el vacío de los hijos. Valió la pena todo lo que nos vieron trabajar por objetivos, o sea, el ejemplo lo tenían”, expresaron con gran satisfacción.

“SIEMPRE JUNTOS”

“Hemos hecho de todo cuando las situaciones apremiaban, pero siempre juntos”, sostienen, para recordar la “ocasión que a Mario lo habían mandado al seguro en Paycueros, cargamos con comestibles y verduras el Chevette que teníamos y nos fuimos para afuera a vender. Nos llegamos a hacer súper conocidos con muchísima gente”.
También recordó Griselda que “cuando yo estaba más grande, se me presentó la posibilidad de estudiar. Yo había hecho un curso de belleza integral en la Utu pero nunca pude llevar a cabo nada de lo que estudié, entonces, cuando mis hijos estaban grandes se me dio la posibilidad de empezar a estudiar Masajes, técnicas de terapia alternativa, y siempre tuve su apoyo, incluso cuando tenía que viajar semanalmente a Montevideo, cuando hice un curso de Masaje de Terapia Facial. Tras dar los últimos exámenes, cuando me bajo del ómnibus lo encuentro a él y mi hijo con un ramo de flores hermosas. Con esos gestos te sorprende permanentemente”.
“Mario –agregó– es de regalarte bombones, rosas, es constante el hacerte saber que a pesar de tus kilos estás hermosa, a pesar de tus arrugas estás hermosa; está siempre el mimo, la actitud de cariño, así como yo no puedo dejarlo de abrazar, en el día nos abrazamos 20 mil veces porque sentimos que ese contacto del abrazo, un beso, es un alimento. Lo nuestro es así y siempre va a ser así. A mí me encanta sorprenderlo con comidas que le gustan”.

LA BODA SOÑADA

El 8 de setiembre de 2018 cumplieron el sueño de confirmar su amor en el altar junto a familiares y amistades y realizar la fiesta deseada.
Si bien por razones de trabajo y de estudio sus hijos mayores no pudieron estar presentes, al igual que sus 4 nietos, “hicimos un árbol de la vida con sus fotos para que ellos de alguna manera pudieran estar. Ezequiel sí pudo viajar. Me hice un vestido, entramos a la iglesia, e hicimos la confirmación en una Misa; nos emocionamos, tuvimos alianzas por primera vez y tuvimos la fiesta soñada”.
Días antes, cuando coordinaban la ceremonia, “no enteramos 40 y pico de años después que ya estábamos casados por Iglesia, porque resulta que el día de nuestro casamiento por Civil, fuimos caminando a la Basílica a pedir la bendición al cura; él nos hizo poner en el altar y resulta que nos había casado, aunque nosotros no nos dimos cuenta”, cuentan sonrientes.
En esta ocasión, “también tuvimos una prueba, porque un mes antes Mario se enfermó y fue muy difícil hasta que encontramos una mejoría a través de la medicina alternativa”. El dinero que se emplearía en la fiesta, se había gastado en el tratamiento, lo que no fue motivo para suspenderla, sino que todo lo contrario, con el espíritu de trabajo que los movilizó toda su vida decidieron hacerlo todo ellos mismos, desde el menú que se serviría hasta souvenir, mantelería y arreglos.
“Creo que la vida de una pareja es a base de pruebas y a base de ser diferentes. Con el agua y el aceite y algunos condimentos te sale un exquisito guiso, solo tienes que saberlo condimentar. Como decimos con Mario, si en el mundo existieran muchos matrimonos como el nuestro, que se muestre el amor y el respeto, yo creo que el mundo puede cambiar mucho. El matrimonio nuestro ha tenido bajos, altibajos y cosas hermosas que hemos podido compartir como esos viajes, que ni nos imaginábamos pudiéramos hacer, a España, a Brasil y poder descubrir esos maravillosos lugares donde viven nuestros hijos. La vida es eso, pero hay que alimentar el amor todos los días en la pareja, que debe ser una sola cosa”, concluyeron.