Escribe Ernesto Kreimerman: La globalización se ha vuelto inmaterial (i)

Desde hace muchos años los diferentes gobiernos de nuestro país –por lo menos desde el año 2000 en adelante–, han concentrado sus esfuerzos de política exterior en buscar una mejor inserción internacional para facilitar y abaratar el comercio para bienes y servicios, procurando nuevos acuerdos comerciales, en especial, bajo el formato TLC. Sin embargo, los resultados han sido esquivos. En realidad, los “resultados estrella”, como un TLC o lo que fuere con los Estados Unidos, la Unión Europea e incluso China.

En un repaso rápido, Uruguay suma acuerdos comerciales vigentes con 18 países. Además del Mercosur (acuerdo con Argentina, Brasil y Paraguay), tiene 11 acuerdos suscritos en conjunto por el Mercosur. En particular, el Mercosur ha suscripto acuerdos con Chile, Bolivia, Perú, Colombia + Ecuador + Venezuela, Cuba, Colombia, México (automotriz), India, Egipto, SACU e Israel. Uruguay, lo ha hecho con México (TLC), Venezuela, Chile, Brasil (automotriz y protocolos zonas francas) y Argentina (automotriz). Aún no vigente, el firmado por el Mercosur y Palestina.
Pero están los que aún no se han cerrado, aunque en algún caso el inicio de las negociaciones se hubiese lanzado oficialmente en 1999, tal el caso de la Unión Europea-Mercosur. También están inconclusos: Mercosur EFTA (2017), Canadá (2017), Corea (2017), Singapur (2018, con negociaciones concluidas a julio 2022), Indonesia (2021), y el Líbano. A éstos, se suman los esfuerzos (y controversias con los socios regionales) de Uruguay por avanzar en las negociaciones con China.

El punto es si tanta homogeneidad sobre esta estrategia, y tan escasos resultados de nuestra política exterior durante tantos años, llegan a tiempo, o han llegado tarde. Si es como canta Joan Manuel Serrat, “que llegamos siempre tarde / donde nunca pasa nada…” Y es que la discusión hoy en los foros internacionales, en las academias y en los centros de generación de ideas, no está en este paradigma que nos ha sido tan esquivo, sino que están frente a otro debate, diferente: la globalización de comercio del tipo “volumen físico” ha encontrado su techo, y de la mano, o empujado, por los cambios tecnológicos y cierta saturación, estamos frente a un cambio del fenómeno de la globalización.

¿Llegamos tarde?

Como globalización económica, más allá de precisiones técnicas, suele referirse al proceso de interdependencia económica entre el conjunto de países, cuya irrupción podría ubicarse en el entorno de los años ‘90. Incluye el volumen de las transacciones de bienes y servicios, flujos de capital, mano de obra, difusión acelerada y generalizada de la tecnología. Para el inglés Anthony Giddens, teórico de la tercera vía, la globalización “es un proceso complejo de múltiples interrelaciones, dependencias e interdependencias entre unidades geográficas, políticas, económicas y culturales; es decir, continentes, países, regiones, ciudades, localidades, comunidades y personas”.
La globalización económica significa una apertura comercial para facilitar el comercio de bienes y servicios entre países, simplificando, automatizando y economizando tiempos y costos, administrativos y de impuestos.

Bajo ese anhelo es que nace en abril de 1985, el Mercosur. Pero fueron Argentina y Brasil las que dieron el primer impulso al proyecto integrador cuando firmaron el Acta de Foz de Iguazú. Este es el antecedente de la creación del Mercosur, que se conforma con la llegada tardía e incondicional de Paraguay y Uruguay. El Mercado Común del Sur se crea con la firma en 1991 del Tratado de Asunción, que incluye como elemento novedoso, cláusulas democráticas: los demás estados parte podrán suspender el derecho a participar en los distintos órganos del Mercosur, pudiendo llegarse a la “suspensión de los derechos y obligaciones”. Y esas medidas deberán ser adoptadas por consenso.

Los primeros 10 años del Mercosur fueron marcados por una intensa producción normativa y el fortalecimiento de la institucionalidad regional. Años de creciente intercambio, al extremo que un presidente uruguayo llegó a ufanarse de que el Mercosur había superado a la Unión Europea, por aquellos días, CEE.

Pero al cabo de tres décadas, mucho se ha avanzado pero no lo que las ilusiones y los discursos iniciales pronosticaban. La integración regional entre los cuatro países fundadores (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) es una suerte de sobreviviente inevitable e irreversible, pero desaprovechado incluso en el ciclo de los gobiernos de izquierda. Quizás quien con más claridad e ironía lo ha dicho, ha sido Raphael Carvalho de Vasconcelos, de la Universidad Estatal de Rio de Janeiro: “El Mercosur es un sujeto de derecho internacional que se ha adaptado a los diferentes ciclos históricos de la región y que, confrontado con los obstáculos actuales, puede buscar en sus órganos jurisdiccionales el camino para construir la integración de los próximos 30 años. El rinoceronte del sur, a veces invisible y oculto en nuestra imaginación, sobrevive. Nuestra integración regional puede llevar tiempo, pero es inevitable”.

Desglobalización y slowbalisation

En los últimos tiempos se ha abierto un debate en Estados Unidos y Europa, pero no así entre los países de América Latina, acerca del desarrollo presente de la globalización. La cuestión es, para estos analistas, si “la globalización ha alcanzado su punto máximo”, o si aún se está ante un tiempo de empuje, de expansión. Si la respuesta es que el fenómeno de la globalización alcanzó su punto máximo, de qué sirve, entonces, una estrategia de apertura “clásica”, dentro del desarrollo tardío que ha tenido en nuestra región, en nuestro continente, la integración.
Bruce Nussbaum fue de los primeros en plantear esta duda: ¿peakglobalization? En 2010, en un artículo incluido en la Harvard Business Review, se preguntaba si la creciente apertura es cosa del pasado, un tiempo que queda atrás. Y hubo matices frente a este planteo; unos que la globalización se ha estancado, slowbalisation, o que ha disminuido, desglobalización. Vox de Bergeijk, Bekkers y Antras, son autores que van en esta senda.

Rana Foroohar, ha titulado su último libro Homecoming (“Regreso a casa, el camino hacia la prosperidad en un mundo posglobal”), se suma a estas ideas. También Gary Gerstle, que plantea que el orden neoliberal que surgió en Estados Unidos en la década de 1970 fusionó ideas de desregulación con libertades personales, fronteras abiertas con cosmopolitismo y globalización con la promesa de una mayor prosperidad para todos. Gerstle, en esta revisión, se pregunta hasta qué punto este triunfo se vio facilitado por la implosión del “socialismo real”. Pero va un paso más allá: ubica en el origen de la reconstrucción fallida de Irak y la Gran Recesión de los años de Bush, que derivó en el ascenso de Trump y una izquierda estadounidense revitalizada post Obama liderada por Bernie Sanders. Es una reinterpretación de los últimos cincuenta años, para ubicar un nuevo punto de la historia.

¿Y la globalización?

Los últimos acontecimientos, desde los previos a la guerra provocada de Ucrania, marcan el inicio claro e inequívoco de una nueva era en las relaciones internacionales, en la distribución de las zonas de incidencia. El mundo reordenado, parece ser la consigna. No sólo se ha tratado de reordenamiento político, geoestratégico, sino de gestión de las cuestiones inmateriales que marcan, caprichosamente, que el foco de la globalización también ha cambiado. Es que la globalización se ha vuelto inmaterial.