Escribe Ernesto Kreimerman: La globalización se ha vuelto inmaterial (II)

En la columna de la semana pasada, y después de una reseña de los varios procesos de integración que los últimos cinco gobiernos han dejado pendiente de conclusión y otros que sí concluyeron positivamente, asumíamos una interrogante que en los países centrales se comenzó a debatir hace un tiempo: es la globalización, así sintetizada, el norte de una estrategia válida aún, o ya la realidad le pasó por encima y estamos frente a otro momento, a otra necesidad, a otras urgencias. Por tanto, a otras búsquedas.

Si estas dudas tuvieron sustento, habremos llegado tarde no sólo a un objetivo, sino a las reflexiones que nos llevaron a esas aspiraciones. Señalábamos que la discusión en los foros internacionales, en las academias y en los centros de generación de ideas, ya no está en este paradigma que no alcanzamos, sino en otro, diferente: la pregunta es si la globalización de comercio del tipo “volumen físico” ha encontrado su techo, y empujado, por los cambios tecnológicos y cierta saturación, hoy estamos frente a un cambio del fenómeno de la globalización, la era de la globalización inmaterial. ¿Entonces qué hacer?

¿Estamos o estaremos preparados?

La globalización económica, la que el inglés Anthony Giddens, ideólogo de la tercera vía, la definió como “un proceso complejo de múltiples interrelaciones, dependencias e interdependencias entre unidades geográficas, políticas, económicas y culturales; es decir, continentes, países, regiones, ciudades, localidades, comunidades y personas”, parece responder a una realidad pasada.
Esa globalización económica como apertura comercial para facilitar el comercio de bienes y servicios entre países, simplificando, automatizando y economizando tiempos y costos, administrativos y de impuestos, ha completado su ciclo.

El debate instalado en Estados Unidos y Europa, pero no en América Latina, se cuestiona si “la globalización (económica) ha alcanzado su punto máximo”, o si aún tiene espacio para seguir creciendo. La pregunta es si efectivamente la globalización alcanzó su punto máximo, pues si ello es así, de qué sirve, entonces, insistir en una estrategia de apertura “clásica”, dentro del desarrollo tardío de nuestra región, y su fracasada integración.

Bruce Nussbaum en 2010 se preguntaba si la creciente apertura ya es cosa del pasado. Con matices, otros plantean que la globalización se ha estancado, slowbalisation, o que ha disminuido, desglobalización. Más reflexivo, Gary Gerstle observa que el orden neoliberal que surgió en Estados Unidos en la década de 1970 unió ideas de desregulación con libertades personales, fronteras abiertas con cosmopolitismo y globalización con la promesa de una mayor prosperidad para todos. Y ello, dice, facilitado por la implosión del “socialismo real”. Va un paso más allá: ubica en el origen de la reconstrucción fallida de Irak y la Gran Recesión de los años de Bush, que derivó en el ascenso de la ultraderecha y de Trump y una izquierda estadounidense revitalizada post Obama liderada por Bernie Sanders. Es una reinterpretación de las últimas cinco décadas, para marcar una nueva perspectiva histórica. Ese punto es el del mundo posneoliberal del que también habla Rana Foroohar, en una columna del Financial Times, “Davos y la nueva era de la desglobalización”.

Los datos

La fase rápida de la globalización no fue mérito de las políticas de apertura, que fueron relevantes, sino de la revolución de la tecnología de la información y las comunicaciones, las TIC, que dio fundamentos a la expansión de las estrategias de deslocalización como parte sustantiva de la globalización. En otras palabras, esa deslocalización significó que las fábricas dejaron atrás los límites de las fronteras, pero no los productos terminados. Como las partes y los componentes cruzaban las fronteras, en algunos casos, hasta varias veces (vale el caso, primero como partes y posteriormente como partes integradas en componentes aún en proceso o como bienes finales), la relación comercial aumentó naturalmente.

La deslocalización se naturalizó como opción, no sólo como inversión con introducción de nueva tecnología sino como búsqueda de estabilidad y rentabilización. Hubo un impulso a la industrialización en economías emergentes asociados a mayor exportación. Pero el 2008 marca un punto de inflexión, con la crisis global y el denominado “gran colapso comercial”, una caída generalizada, casi sin excepciones. No faltó quienes anunciaron el fin de la expansión de las cadenas globales de valor, vinculando el freno a la globalización con la desaceleración de dichas cadenas. Pero hay otras causas para explicar ese freno: en parte, los logros del propio proceso de maduración de las estrategias de fragmentación internacional de la producción; el cierre de la brecha salarial entre países avanzados y en desarrollo; nuevos equilibrios en la competitividad – precio con China por innovación del modelo de crecimiento de China. Más acá en el tiempo, ciertos agotamientos que llevan al resurgimiento de tendencias proteccionistas. También el impacto del COVID-19 en toda la dinámica y, lo más reciente, el conflicto de Ucrania.

Desde 2008-2009, no de manera homogénea, pero sí para la UE, que no hay freno a la globalización en el comercio de servicios intermedios, impulsando una veta de la globalización y de inserción en la cadena global de valor, más específicamente, los servicios. Esta mayor necesidad de servicios externos es consecuencia de la creciente incorporación de servicios en la producción manufacturera que termina impulsando su competitividad.

Precisamente, allí entran las tecnologías digitales al posibilitar que propuestas originadas en un tercer país se transformen en servicios que antes requerían de interacción física, directa. Los servicios digitales se negocian, con esta nueva escala, internacionalmente, abriendo cauce a un nuevo canal de globalización. Se trata de una nueva forma de globalización, la inmaterial.
Este canal inmaterial constituye una nueva vía para la participación en cadenas globales de valora través de una creciente interdependencia de servicios digitales externos. Léase, programación, consultoría e incluso telecomunicaciones y servicios de la información. Si analizamos estos inputs externos que sustentan esas exportaciones, desagregáramos los que se originan precisamente de esos servicios digitales, advertiremos un alza exponencial.

De lo anterior parece concluirse que la globalización no está en retroceso, sino que está frente a un cambio de calidad, que es menos física, más digital, más inmaterial. Y es éste el impulso de la mayor participación en la cadena global de valor. Entonces, no será hora ya de replantear rápidamente hacia cuál globalización queremos ir por la base, el potencial, de nuestra industria de la información. Y también a los servicios, pero servicios de mayor sofisticación. Hay que apostar también a la calidad, obviamente, pero, sobre todo, a la sofisticación, para aportar valor inmateriala las cadenas globales de valor.