La próxima página

Hay un chiste gráfico que circula hace algunos años de teléfono en teléfono en el que desde el Sol sale un globito de historieta en el que el astro rey, mirando hacia la Tierra se pregunta “¿Por qué hacen tanto bullicio cada vez que pasan por allí?”, mientras desde el dibujo de nuestro planeta sale el comentario de “¡Feliz año nuevo!”, como planteando desde una mirada “cientificista” que el cambio de año no es más que un convencionalismo y en el esquema de funcionamiento del universo significa nada. También hay quienes le quitan trascendencia y afirman que no es más que un mero hecho administrativo el del cambio de almanaque y, acaso, una excusa para volver a reunirse con las familias y los amigos. Posiblemente todo esto sea cierto. Pero es que la humanidad siempre se organizó en ciclos, ciclos determinados por la naturaleza, por las estaciones, por los períodos de frío y calor y los alimentos que tendría a disposición. Luego, en algún momento de la historia descubrió la agricultura y se asentó y empezó a tener un calendario propio, bah, no uno, muchos, que luego se fueron acoplando y unificando. El calendario es un convencionalismo, por supuesto, uno que nos va marcando los ciclos. Y el cambio de año es, en definitiva, un cambio de ciclo, porque así nos pusimos de acuerdo en la antigüedad y lo seguimos aplicando. Y a partir de allí fuimos construyendo otras costumbres, otros rituales, prácticas y gestos, de diferentes orígenes, a los que atribuimos significados o que asociamos con aspiraciones individuales o colectivas. Y esto ocurre en prácticamente todo el mundo a la vez, el mismo día, y si no ocurre en todo el mundo es por aquellas regiones que tienen su propio calendario desfasado respecto al nuestro.

Si hablamos de estas tradiciones podemos mencionar que en Estados Unidos se besan a la medianoche y no hacerlo es exponerse a 365 días de soledad. Con las 12 campanadas a la medianoche hay unos cuantos, como el de comer uvas al compás de su sonar. Se cree que atrae buena suerte para el año que se inicia, algunos dicen que hay que pensar en el significado de cada uva y el mes al que representa. En otros lugares lo hacen con lentejas en vez de uvas y no se limitan a 12, cuantas más, mejor. Hay gente a la que se le da por barrer la casa hasta la medianoche para limpiarla de “malas energías y vibraciones” y empezar de cero el año nuevo, con todo limpio. Hay quienes sacan a pasear una valija con la intención de que este ritual les depare un viaje en los doce meses siguientes. También están a quienes se les da por romper, platos o vasos por lo general, incluso los mismos platos en los que se cenó en el año nuevo, esos no terminarán pero sí comenzarán el año barriendo.

Hay otra tradición que es saltar desde una silla cuando den las 12 en punto. También se tira agua, un balde, algunos lo hacen por la ventana, otros prefieren la puerta. En Montevideo durante todo el día se tiran papeles desde las oficinas y, también, agua. Hoy, como es sábado, solo lo haría alguien muy fanático y comprometido que pida que le abran especialmente o, en todo caso, lo habrá hecho ayer.

Y también hay una tradición que asocia estas aspiraciones a diferentes colores de la ropa interior –en especial para las mujeres– que se estrena durante el cambio de año, hay todo un código muy detallado que va variando en diferentes países y según a quién se le pregunte. Y hay más, varios más. Inclusive en Brasil, sin ir más lejos, el primero de año es la fecha en la que asumen los nuevos gobiernos, con todas las complicaciones que ello supone, y así ocurrirá mañana.
Hay quienes dedican las últimas horas del año a hacer un balance de lo que hicieron y de lo que les quedó pendiente y otros prefieren pasarlas trazándose objetivos, propósitos a cumplir mientras va avanzando el almanaque. Es tiempo de mirar atrás o mirar hacia adelante.

Todo esto viene a demostrar que más allá del mero hecho astronómico de pasar nuestro planeta por determinado punto de su órbita, un lugar cualquiera en el espacio, o del convencionalismo de empezar una nueva agenda con todas sus hojas en blanco, hay en el estado de ánimo general algo compartido entre todos.
Pero en ese mirar hacia adelante siempre hay un componente de ese atrás, así como el año que comienza es, en definitiva, una continuidad del que dejamos atrás, en un tiempo de cosechas de dolores o alegrías que son consecuencia de situaciones que arrastramos desde el almanaque anterior, porque nunca es un comienzo completamente de cero. Seguiremos –lamentablemente– viendo discusiones, disputas, debates, protestas, guerras, enfermedades, cambio climático, desastres naturales, hambre y pobreza en el mundo. Pero mientras tanto en algún lugar siempre habrá un músico componiendo, un artista planificando un nuevo mural, un poeta terminando un nuevo soneto y con panes en sus brazos vendrán nuevos niños al mundo, nuevas esperanzas.

Sea como fuere, es tiempo de renovación, de cambio, de compartir, de celebrar, también, por supuesto, y –como en la Navidad– de recordar a quienes ya no están con nosotros.
Entonces, así empiecen el año comiendo uvas, rompiendo platos, paseando valijas, tirando agua a la vereda o recibiendo algún baldazo, nuestro propósito es, en cada momento, en cada circunstancia, estar allí para contarlo y compartirlo con ustedes, un año más.
¡Feliz 2023!