Año bisagra, pero ya condicionado

Los últimos tres años han sido signados por avatares en el contexto global, con sucesivos impactos, sin solución de continuidad, que han sido determinantes para que la economía se frenara en todo el mundo, con consecuencias disímiles por región y país, pero en un contexto general de estancamiento y retroceso del que todavía no se ha podido salir, mientras se ha iniciado el 2023 con el arrastre de situaciones que por ahora solo arrojan incertidumbre sobre la evolución en los próximos meses.
Por cierto que el antecedente inmediato de 2022 no es alentador, pues el año pasado será recordado en la memoria histórica por tres aspectos fundamentales, como es el hecho de la guerra en Ucrania, crisis energética consecuente, sobre todo en Europa pero con proyección global, y la inflación que rompió todos los esquemas, aún en las naciones desarrolladas y también con el consecuente impacto en las demás economías.
Un paquete complejo, sobre todo para países sin espalda financiera y déficit estructural, como Uruguay, y por ende parte de un lastre con el que se ha ingresado a 2023 con un mar de incertidumbres en diversos planos, todos interrelacionados y con la perspectiva de un efecto dominó muy difícil de contener y que puede darse hacia cualquier lado, según como venga la mano.
En este escenario, el economista Ignacio Umpiérrez analiza en el suplemento Economía y Mercado del diario El País, que “para quienes nos gusta la economía, la realidad de los últimos tres años nos acercó a múltiples hechos económicos que asumíamos lejanos en los libros de texto.
En 2020, el mundo afrontó un shock de oferta global, y simultáneo como la pandemia, amplificado por un shock de demanda”, en tanto “2021 fue el año de la recuperación, con estímulos que apuntalaron el crecimiento, con China y Estados Unidos a la cabeza”, con precios de las materias primas históricamente altos.
A la vez, 2022 “fue el año de la inflación, y lo que parecía ser un desequilibrio macro largamente subsanado, emergió hacia registros nunca vistos en cuatro décadas. Y por si fuera poco, la invasión rusa a Ucrania le dio un impulso adicional, en parte por cierta subestimación y en parte por la gestación de una inercia poco controlable, la política económica dio un giro de 180 grados”.
Con estos antecedentes inmediatos a tener en cuenta, la proyección para 2023 se hace harto difícil de evaluar, porque a los arrastres conocidos se deben sumar los imprevistos, que en los tres años anteriores tuvieron efecto devastador, y por cierto, que surja un eventual ingrediente positivo cual mosca blanca es difícil de imaginar a priori, aunque nunca debe descartarse de antemano. Pero manejándonos con la realidad de hoy y sin contar con la bola de cristal, todo parece indicar que los factores predominantes hasta ahora serán difíciles de revertir, y por ejemplo, reputados economistas especulan con que 2023 apunta a ser no solo un año de recesión, sino asimismo de estanflación, es decir estancamiento con inflación, una suma negativa potenciada que de darse conformaría un círculo vicioso de muy difícil salida en el corto plazo.
Pero también se suman voces más optimistas, que auguran por ejemplo que este 2023 será un año bisagra, en el que se generarán las condiciones para impulsar el crecimiento y estirará para bien un ciclo global que se inició en la segunda mitad de 2020.
Es decir, hay más especulaciones que certezas y estas últimas solo refieren a parámetros que pueden cambiar de un momento a otro, tan pronto se sucedan avatares negativos o positivos que incidan inmediatamente en efecto dominó sobre los demás parámetros. Perspectivas que se manejan con un alto componente de subjetividad, muchas veces, pero en base al manejo de antecedentes e interrogantes sobre reflejos posibles en los agentes económicos.
En medio de este escenario es preciso tener en cuenta que el Producto Bruto Mundial creció 3,2% el año pasado, después del 6 por ciento en 2021, pero naturalmente partiendo de pisos diferentes debido a los avatares a que nos referíamos. En el caso de Uruguay, altamente vulnerable a los vaivenes internacionales, las expectativas son muy moderadas, por no decir directamente negativas, desde la región, teniendo en cuenta que los grandes vecinos Argentina y Brasil, sobre todo el primero, presentan escaso crecimiento y una distorsión crónica en su economía, persistiendo esta afectación en la demanda de bienes y servicios, con una marcada disparidad por la relación cambiaria. Todo indica que en el caso de Brasil, además de la desaceleración de la actividad, la relación bilateral de precios continuará siendo desfavorable para nuestro país y por lo tanto persistiría la debilidad en la demanda de nuestros bienes.
En suma, la situación regional estará lejos de tener impacto favorable significativo para Uruguay, y si a su vez se diera la desaceleración global, la repercusión en la economía uruguaya, por lo menos a partir de los factores externos, no resulta alentadora a primera vista.
Sin embargo, en las últimas horas se ha conocido el dato de una caída de la inflación en Estados Unidos, a un 6,5%, tras haber llegado a prácticamente los dos dígitos el año pasado, y este podría ser un factor de estabilización proyectado a la economía global.
Un dato más, que no puede tomarse aislado en un país como Uruguay, donde el impacto de los precios globales de las materias primas han repercutido duramente en la inflación, que recién en el último trimestre ha tendido a moderarse e incluso ha dado lugar a un modesto repunte del salario real, del orden de un punto porcentual.
Dato muy acotado, que no da para una proyección de mediano plazo, pero que podría ser indicativo –crucemos los dedos– de un incipiente repunte del deprimido mercado interno y de tonificación de la economía de empresas en general, salvo en la región limítrofe con la Argentina, donde la crisis agregada por el trasiego de mercadería adquiere ribetes cada vez más preocupantes y que es tomada todavía con cierta laxitud en el gobierno nacional, porque lo que no pasa en Montevideo simplemente no pasa.
Ítems de una agenda para este año que se presenta muy variada, complejizada además porque nos estamos acercando al período donde todo lo que se hace se da en clave electoral, los problemas reales se multiplican o minimizan por intereses político-partidarios y si no hay se inventan, y ya las respuestas también se dan en la misma clave, lo que hace que este 2023 resulte harto complejo para discernir entre lo que es la espuma y la sustancia, de cara a los tiempos que vendrán.