Continúa la aventura

A las 15 y 15 del sábado, salimos rumbo a las Termas de Quimeyco, cerca de Pucón. Demoramos media hora en llegar. Un lugar maravilloso. Poquita gente, agua limpita. Piletas junto al río que murmura contra las piedras. Es un río torrentoso y de aguas heladas. Algunos se aventuraron a mojarse.
Estoy en una terraza, sobre las piscinas. Enfrente la montaña, cubierta por árboles nativos. Es de destacar el empleo de la madera para todas las instalaciones, tanto interiores como externas. Es embriagante el aroma.

Para llegar a las piletas hay que bajar un montón de escalones, entre la selva. Pero son anchos y con barandas. Olor a pescado cocido, hay un restorán arriba. Más abajo, otros techos, distintas escaleras llevan a otras piscinas.
Es un hermosos complejo, incluidos baños y vestuarios. Plantas exuberantes, como la nalca, de enormes hojas, que se usan para cubrir la olla del curanto, sus tallos son comestibles, se usan en conserva y en ensaladas y sus raíces son medicinales, para golpes y machucones. Helechos. En fin, la naturaleza en todo su esplendor.

Encuentro aquí unas personas con sus rasgos típicamente chilenos: cara redonda, cabellos negros, ojos oscuros, piel bronceada, hablan rápido con un tono característico, son alegres, o lo parecen.
El camino a las termas es ondulado, con subidas. Vemos casas mapuches, agrupadas y aisladas, entre selvas y parques. Cabañas, hoteles. Abundan las flores amarillas, que ellos llaman retamo. Son muy similares a la retama nuestra, pero la flor es diferente. Ovejas. Las casas son de madera, los lugares tienen nombres mapuches, no me da el tiempo para leer y copiarlos.
Sólo registré uno, Huito alto. Me llamó la atención que en algunas partes del camino los árboles se juntan, formando un techo, y dan mucha sombra.

En las termas, se nos acercó un perro, muy amigable, que estuvo un rato junto a la pileta y después cruzó el río a nado para llegar a su casa, que está del otro lado.
Algunos se sacaron fotos en el balcón de madera.
Nos queda el recuerdo de una maravillosa jornada, con volcán y termas.
Lucía llevaba una valija para el cotillón, y nos divertimos mucho con caretas y disfraces, más música, durante la última cena en el restaurante Les Luthiers.

Domingo, hora 10.40 salimos del hotel, con la intención de visitar la feria mapuche, para después continuar hacia San Martín de los Andes, en Argentina.
Pasamos por un monasterio, por una capilla. Vimos casas de madera, cabañas. Parques, zonas de vegetación selvática, la retama siempre amarilleando, árboles viejos, caídos, forestación, industria maderera. Mari mari, nos dice un cartel. Bienvenidos a la comunidad mapuche.
Llegamos a un puente de madera, por el cual el bus no pudo pasar. Habíamos errado el camino y el bus debió retroceder un largo trecho. Resulta que la Feria recién comienza el 15 de diciembre!! ¡¡Pongamos buen humor!!, nos dice Alberto.
Seguimos viaje por un buen camino. Por allí hay una cascada; “Ojos del Caburga”, pero ya no tenemos tiempo para verla. Pasamos por algunos pueblos mapuches, y nos detuvimos en un supermercado, a la vera del camino, en Curarrehue. Recorrimos el lugar, había varios comercios, y un pequeño museo. Me saqué una foto con la señora que vendía objetos artesanales.

Continuamos viaje. Pasamos por un río, seguimos la ruta entre selvas y montañas, hasta que, en el km. 139 (no sé desde dónde se cuenta), el bus se detuvo. Nos bajamos a esperar que lo arreglen, pero no era posible. Pasaban los autos y no se detenían. Cristina se arriesgó a poner una baliza, ¡en el medio de la ruta!
Ese problema es común en la montaña. Antes de detenerse el bus, se oyó un tic tac tic tac.
Gracias a Dios apareció el señor Edmundo Wyndham con su señora Leslie Potter, quienes nos dieron una gran ayuda. Se comunicaron con la gente de una cafetería cercana, a 1 kilómetro., y pidieron ayuda a Melania, que aún estaba en Pucón. Era 1 kilómetro., pero dando vueltas, con subidas, los más añosos tuvimos suerte, este señor nos transportó de a poco hasta la cafetería. Allí esperamos 4 horas, hubo tiempo para comer, beber, charlar, jugar al truco y meterse adentro de la selva para llegar hasta un mirador para ver una hermosa cascada, a lo lejos. Lo intenté una vez, pero no me animé a llegar. Volví a intentarlo, siguiendo a Martín y Guada y logré llegar, con miedo y un bastón que encontré en el camino. Realmente un espectáculo hermosísimo, el Salto del Momoluco. En la selva encontramos la rosa mosqueta, con hermosas flores y frutos. ¡Yo haciendo trekking, quién lo hubiera dicho!

Seguimos viaje 4 horas después, y a las 19 llegamos otra vez al paso de frontera Mamuil Malal, que vaya a saber qué significa.
De nuevo los bosques de araucarias altísimas, de nuevo el volcán, ahora no sé qué volcán, creo que es el Lanín.
Una hora más tarde salimos de la aduana argentina, con tierra del volcán. Montañas, bosques, se repite el paisaje. Esqueletos de árboles, árboles quemados, de nuevo la estepa. Pinos. Álamos. Moles de montañas, los Andes. Ovinos. Vacunos. Forestación. Ríos. El sol se oculta detrás de las montañas. Manchas negras en las montañas, son árboles. Un puentecito de madera, lo pasamos lentamente.
“La única vez que me dice mi amor es cuando paseamos, delante de los extraños, después de 30 años de casados”, dice una pasajera.
“Hay cepillo y otro que cepilla”, otro dicho de Alberto.

Era noche ya, no registré la hora, cuando llegamos al Hotel Tenqueley, en San Martín de los Andes. Me tocó subir una horrible escalera, sin barandas , y dormir sola, en una habitación sin ventilador, y con la puerta que no cerraba bien. Menos mal que al otro día me cambiaron de habitación.
Antes de dormir escuché un zumbido, no sabía si era mi oído, o qué. Al otro día. Alberto me aclaró que era un señor arreglando el lavarropas y la heladera. El nombre del hotel significa Tranquilidad, pero anoche no había tranquilidad, dice Alberto.
Al día siguiente, martes, salimos a recorrer con algunos. Pude conseguir una batería nueva para mi cámara. Saqué fotos de las rosas que abundan en las veredas, rosas de todos tamaños y colores, hasta de color violeta. Pasé por la Municipalidad, llegué a la Plaza San Martín, hermosa, con fuente, rosas y rosas, estatua, enormes árboles nativos. Entré a un museo sobre la historia del lugar. Llegué a una librería donde compré un libro sobre la historia mapuche. Fui luego a la Plaza Independencia, donde hay un magnífico rosedal, lavanda, plantas características del lugar.

Por la tarde, pensaba salir en un bus de doble piso a recorrer la ciudad. Pero perdí el bus por un mal entendido y salí sola. Estaba cansada y no encontraba la calle del hotel. Pregunté a varias personas por el hotel Volcán, y nadie sabía. Llegué a la Gendarmería y pregunté, no sabían responderme. Finalmente les di el teléfono de Juan y así él pudo rescatarme. Pero lo divertido fue que ¡estaba en frente al hotel!!!, porque yo les hablaba del hotel Volcán, que es el de Pucón, en vez de Tenqueley. Conclusión: debo poner más atención al nombre y al lugar. Y no tengo que salir sola.

Fuimos a cenar a Restaurant de la Costa, junto al lago. Lástima que no hubo tiempo para navegar en catamarán.
Al día siguiente, ya no recuerdo la fecha, salimos a las 10 para Junín de los Andes, en un bus argentino, porque el nuestro no marchaba, estaba en arreglo. Ahora veo todo diferente, y reflexiono que las cosas son del color del cristal con que se miran, según nuestro estado de ánimo y nuestra manera de pensar. Lo mismo se aplica a todo lo sucedido con el bus y con los desacuerdos.

Llegamos al Parque Viachristi, después de las 11. Este parque es algo realmente extraordinario, haré una nota aparte para hablar de la experiencia transcurrida ahí. Es la vida de Cristo, aplicada a la actualidad, a los distintos lugares en el mundo, y a las diferentes culturas y épocas, un lugar para una reflexión profunda. Fuimos luego a un restorán, de donde salimos a las 16.10, para finalmente iniciar el retorno a casa. Una anécdota: en el restorán, el mozo se llevaba la bandeja con los panes que quedaban, antes de servir el otro plato. Yo, que soy fanática del pan, le dije: ¡No se lleve el pan! Y él: ¡Ay señora! Es para poner más pan. Y cuando volvió: ¿Ve estas canas? Son los años de trabajo que tengo.
Estábamos aún en el restorán, cuando escuchamos un gran barullo. Algunos salimos a ver, y eran los alumnos y maestros del Colegio Ceferino Namuncurá, que pasaban disfrazados, cantando y con tambores, una murga del colegio. Me dijeron que es una tradición. No pude grabarlos, lástima.

De nuevo las montañas, la estepa. Los álamos y sauces. La soledad, cigüeñas para el petróleo. Fábrica de agua pesada, por allí hay un reactor nuclear. Un mar de piedra, a veces pasamos muy, muy cerca de la montaña. Montañas peladas y otras con vegetación, nieve en sus cimas. Represa. Estepa. Oscuridad. En la noche silenciosa, luces y pueblos.
Nos detenemos a cenar en General Acha.

Entramos a una zona muy productiva. Santa Rosa de la Pampa. Ganado, montes naturales, campos sembrados, árboles al costado del camino. Pasamos por una zona de bañados, donde se ven muchas aves blancas y otras, flamencos, patos, que vuelan en bandadas, creo que porque viene la tormenta.
Nos dice Alberto, que hemos tratado de pasar lo mejor posible, con mucho humor, que estamos agradecidos por la experiencia vivida. Esto es como el camino de la vida, tiene cosas buenas y cosas malas, cosas para cambiar.
Volvemos al bingo y a los chistes. Recuerda Alberto que existen personas con nombres disparatados o que tienen un significado bastante pornográfico.
Mares verdes, amarillos y marrones, de cultivos. Silos, más silos. 12 y media, termina el bingo. La lluvia arrecia. Continuamos el mismo recorrido de la ida, el bus argentino nos trae hasta la cabecera del puente, desde allí llegamos en otro bus de Sabemar, alrededor de las 20, 28 horas de viaje.
Quiero destacar que Jacqueline fue el alma de la excursión, que fue quien organizó absolutamente todo, una tarea que le llevó meses de esfuerzo y dedicación. Se ocupó de todos los detalles, lugares, horarios, hoteles, alfajores, bombones, caramelos, whisky, cambiar dinero, los regalos para el bingo. A cada chofer argentino le fueron entregadas dos lapiceras y un llavero como recuerdo del coro. Y a cada pasajero, un llavero, como recuerdo de esta magnífica experiencia. Y no olvido que Cristina Paulo la ayudó.
Debo destacar también el cálido recibimiento de Melanie, cuando llegamos a Pucón, y todas las atenciones de ella y su esposo Hernán, en todo momento, en alegrías y vicisitudes.

Los problemas que tuvimos nos sirvieron para conocernos mejor, para estar más unidos, porque hemos afrontado juntos todo. Vaya un gran agradecimiento de mi parte, a todos los compañeros de viaje. Espero que pronto nos volvamos a encontrar.
La tía Nilda