Los países grandes consumidores de energía a la hora de las responsabilidades

La asimetría en la disponibilidad y consumo de recursos naturales es uno de los grandes desafíos que enfrenta la humanidad, desde tiempos inmemoriales, de la misma forma que la disponibilidad de alimentos y en suma, tener una mejor calidad de vida, pero a la vez corresponder ello con la sustentabilidad.
Lamentablemente, la asimetría sigue presente y en muchos casos agravada entre los países desarrollados y los emergentes –por utilizar eufemismos en la vieja dicotomía entre ricos y pobres– y cuando vienen las crisis, igualmente quienes tienen mejor espalda, infraestructura y recursos financieros son los que llevan la mejor parte en lo que realmente es una disputa global, muchas veces encubierta, por asegurarse un mejor futuro respecto a los otros.

En tiempos de crisis climática y apenas superada la sanitaria, en realidad los que más impacto negativo sufren son quienes tienen menos responsabilidad en esta crisis, precisamente los que en general menos recursos tienen. La energía, el sector que más contribuye al calentamiento global de la atmósfera, es el ejemplo perfecto para mostrar la enorme disparidad entre los que más tienen y los que menos: el 10% más rico consume aproximadamente 20 veces más energía per cápita que el 10% más pobre.
Un estudio publicado en la revista científica Nature Energy, elaborado por un equipo de investigación de la Universidad de Leeds, combinaron los datos de la Unión Europea y del Banco Mundial para calcular la distribución de las huellas energéticas y conocer en qué bienes y servicios de alto consumo energético tienden a gastar su dinero los diferentes grupos de ingresos. En total, se analizaron 86 países, desde los muy industrializados hasta los que están en vías de desarrollo, revelando una extrema disparidad en los resultados, tanto dentro de los países como a nivel mundial.

A medida que aumentan los ingresos, apunta el estudio, la gente gasta más de su dinero en bienes de alto consumo energético, como paquetes de vacaciones o vehículos, lo que conduce a una gran desigualdad energética. En este sentido, los autores hallaron que el 10% más rico de los consumidores utiliza 187 veces más energía de combustible para vehículos que el 10% más pobre.
Mencionamos un ejemplo al pasar: 46.000 kilovatios al año consume un alemán promedio en electricidad y otras formas de energía, según las estadísticas del Banco Mundial, en tanto que un brasileño se las puede arreglar con 15.900 kW y un uruguayo no llega a gastar 15.000 kW. Si se trata solamente de energía eléctrica, el consumo alemán por persona es entre 2,5 y 3 veces mayor que en Brasil o Uruguay, más allá de que haya o no crisis energética, porque esta cifra data de 2015, cuando los germanos ya temían una crisis energética.

Es decir, tenemos que un país subdesarrollado, en este caso Uruguay, gasta una cantidad abismalmente menor que en el mundo desarrollado, aunque bien puede decirse, para no tomar estos elementos en forma absoluta y descontextualizados, que hay grandes diferencias de poder adquisitivo entre una y otra población, y que en Uruguay el precio de la energía es un factor limitante para que realmente se pueda consumir todo lo que se necesitaría por el ciudadano común y tampoco por las empresas.

Pero esta es la realidad, y situando nuevamente el tema en el enfoque global, tenemos que las desigualdades son patentes en todos los sectores de consumo, aunque es en el transporte donde se hace más evidente. Según la investigación, el 10% de los consumidores más ricos usaron más de la mitad de la energía relacionada con la movilidad, estando la gran mayoría basada en combustibles fósiles. Estos últimos generan el 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero generadas a nivel global. En cuanto a aquellos combustibles usados en el hogar, ya sea para cocinar, la calefacción o la electricidad, se distribuyen de forma menos desigual: el 10% más rico consume aproximadamente un tercio del total.

En el caso de la calefacción y la electricidad, el estudio apunta a que podría reducirse mediante programas de inversión pública a gran escala para la rehabilitación de viviendas, pero debe tenerse presente que hay factores coyunturales que suelen tirar abajo las previsiones formuladas en tiempos normales, como es el caso de la invasión rusa a Ucrania, que ha potenciado la crisis de disponibilidad de energía en Europa, por el problema de la distribución del gas ruso, y hay en vigencia medidas de respuestas que hacen que se retorne temporalmente a fuentes fósiles que se habían dejado de lado en el marco de los programas de transición hacia energías renovables.

Volviendo al estudio, tenemos que éste pone también en relieve la distribución desigual de la huella de energía entre los distintos países analizados. Mientras que el 20% de la población española y británica pertenece al 5% de los principales consumidores de energía, en Alemania esta cifra asciende hasta el 40%, y en el caso de Luxemburgo al 100%. Estos datos contrastan con los de China, donde sólo el 2% de la población está en ese 5%, y con lo de India, donde la cifra se sitúa en el 0,02% de la población. Estas grandes diferencias se hacen aún más palpables al constatar que el 20% más pobre de la población del Reino Unido sigue consumiendo más de cinco veces más energía por persona que el 84% más pobre de la India. En el caso de América Latina, evidentemente estamos más cerca de la India que de Europa en lo que promedialmente a este consumo refiere.

Quiere decir que cuando se habla de la energía, de la transición hacia las fuentes renovables, por encima de situaciones coyunturales como la actual generada por la invasión rusa en Europa, estamos partiendo de realidades diferentes según la región de que se trate, y que por lo tanto las respuestas también deberían tener un perfil diferencial.
Una de las autoras del estudio, la profesora de Ecología Social y Economía Ecológica Julia Steinberger, aporta la idea de adoptar medidas detalladas sobre esta desigualdad para garantizar una transición energética equitativa y justa. Por ello, apunta a la necesidad de considerar seriamente el hecho de cómo cambiar la distribución sumamente desigual del consumo mundial de energía y hacer frente al dilema de proporcionar una vida decente para todos y al mismo tiempo proteger el clima y los ecosistemas.

Este es precisamente el foco del reto para abordar, porque no se parte de cero ni en pie de igualdad, y a la hora de las responsabilidades, hay que asumir la realidad de que no todos debemos pagar en partes iguales la fiesta que han vivido tantos años otros a nuestra costa, sino hacerlo admitiendo estas disparidades en consumo, en impacto medioambiental, depredación de recursos y las consecuencias sobre el panorama que vivimos a esta altura del tercer milenio.