Libro que escribe Jorge Leiranes: el golpe de Estado fue el 9 de febrero de 1973, hace 50 años

Jorge Ernesto Leiranes Larrañaga, corresponsal de EL TELEGRAFO en Montevideo entre 1967 y 1972, actualmente culmina el libro “La conjura de Tartufo y Cándido”. Sostiene que lo mueve la intención de “hurgar en las raíces de un hito aciago en la vida de este país, una fecha de desgraciada memoria, que no debe ser olvidada: el 9 de febrero de 1973. Día en el que abatieron las instituciones democráticas”.

A contramano de la opinión mayoritaria que ubica al golpe de Estado el 27 de junio de 1973 (disolución del Parlamento), Leiranes en su libro sostiene que “la hipótesis de que el golpe de Estado fue el 9 de febrero y no en ninguna otra fecha ulterior, ni anterior; porque también hay quienes opinan que fue cuatro meses antes, en octubre del ‘72 cuando los mandos militares –luego de una acalorada reunión en la residencia de Supure– impusieron al presidente de la República (Juan María Bordaberry), ‘que (en lo sucesivo) no se debía remover mandos sin su previo conocimiento…’ Y llego a esta conclusión, porque con un estudio descriptivo correcto, de los acontecimientos de aquella jornada, no queda espacio para la duda”.

En su libro Leiranes revela que “ese día, un grupo de oficiales insurrectos, resolvieron, por sí y ante sí, hacer caso omiso a la autoridad del ministro de Defensa Nacional (el general Antonio Francese), ‘manifestaron al presidente que dispusiera el relevo…’ y precisaron que, ‘…quién vaya a ocupar la cartera de Defensa, deberá compartir los objetivos que se han impuesto las Fuerzas Armadas para restablecer el orden interno’ (en el recordado Comunicado 4), incurriendo así, en el delito de rebelión y sedición”.

Agrega, apoyando la idea que la fecha real del golpe de Estado fue el 9 de febrero de 1973, que “en las primeras horas de la madrugada de ese viernes 9, dieciséis oficiales (cinco generales y once coroneles del Ejército) reunidos en la sede de la Región militar Nº1 decidieron llevar adelante el alzamiento militar y ya en la mañana, en todas las unidades castrenses del país se emitió un bando, con la traicionera determinación de los mandos, y se redujeron y tomaron prisioneros, a más de quinientos soldados que optaron por mantenerse leales a la Constitución y las leyes”.
“Pero además –sigue indicando–, se impidió la difusión, por Canal 5, de un mensaje presidencial a la ciudadanía, y se requisó la grabación de dicho discurso. En Teledoce se prohibió la emisión de palabras, fotografías y películas del ministro destituido, para finalmente enseñorearse de las emisiones de radio y televisoras de todo el país. Es más, durante todo el día, carros de combate, tanques y tanquetas surcaron amenazadoramente las calles, levantaron barricadas en los accesos a las ciudades y nidos de ametralladoras en puntos estratégicos. Apostaron francotiradores en las azoteas de los principales edificios y desplegaron soldados armados a guerra, en actitud desafiante, apoyados por unidades motorizadas”.

UNA FECHA USADA PARA “ENCUBRIR EL DÍA DEL VERDADERO GOLPE”

“¿Por qué entonces se pasa por alto el 9F y se le atribuye al 27J un perfil recio y convulso, y a la huelga general como una victoria épica que no ocurrió?”, se pregunta el autor de “La conjura de Tartufo y Cándido”, de próxima publicación. Explica que la razón fue “para teñir a aquel último miércoles de junio, como una fecha osada, casi heroica de la resistencia, que permita solapar, encubrir, el día del verdadero golpe, con la finalidad de poner a salvo las responsabilidades de muchos”. Caso contrario “quedarían develadas las acciones tendientes a participar de la conjura, de los principales dirigentes del MLN en prisión con los militares autoproclamados ‘peruanistas’, de la prensa de izquierda y de prácticamente toda la dirigencia frenteamplista”.

Agrega más aún, al asegurar que “en la noche anterior, en la residencia del caudillo blanco (Wilson Ferreira Aldunate) de Avenida Brasil y la Rambla –según reveló un proverbial senador nacionalista (Walter Santoro)– se esperaba según sus propias expresiones, ‘en medio de un jolgorio’, el resultado de las gestiones de sus emisarios (Héctor Gutiérrez Ruiz y Benito Medero) para provocar la ‘renuncia’ del presidente y un llamado a elecciones, no previsto en la Constitución, en un plazo de seis meses”.

“Es así que este día para muchos, fue conveniente dejarlo perder en las brumas del tiempo y permitir que algunos instalaran ese relato engañoso, que aspira minimizar el 9F apostando a que el juicio de la historia no los condene”, destacó también Leiranes.

Cinco hombres que “honraron su compromiso con la república”

Empero, destaca cinco “hombres que honraron su compromiso con la República”, y pasa a nombrarlos. “Amílcar Vasconcellos, que tuvo un papel intrépido, en defensa de la democracia. Siempre vio antes y más lejos. Sólo me parece parangonable con la ‘admirable alarma’ para decirlo con las palabras de nuestro Prócer; Jorge Sapelli, que desde su incómoda posición, rechazó y condenó todos los ofrecimientos, que tanto los militares, como el propio caudillo blanco le hicieron, para reemplazar al presidente luego de ser forzado a renunciar; Washington Beltrán, dirigente nacionalista respetado por todos, que durante años forcejeó, para impedir el ascenso del cabecilla de la Logia (Mario Aguerrondo) porque lo sabía un hombre peligroso, siempre al acecho de la democracia.

Cuando llegó el aciago día Beltrán no vaciló en condenar con su pluma, desde la página editorial de su diario (El País), el movimiento usurpador; Juan José Zorrilla, el valiente comandante de la Armada, que ofreció al presidente luchar hasta las últimas consecuencias, en defensa de la República, rindiendo tributo a su juramento, cuando pronunció ‘hasta que llegue el momento, si la cureña me lleva un día pienso seguir el mismo camino, el mismo derrotero, es decir, que soy un fiel cumplidor de la Constitución’”. “Finalmente, sin seguir un orden de prioridad, Carlos Quijano, el director del semanario Marcha, una de las plumas más lúcidas y de las presencias más influyentes de la izquierda uruguaya –quien contrariando a meritorios compañeros de su redacción como Zelmar Michelini y Mario Benedetti, que entonaban odas al advenimiento militar– escribió un extenso y memorable editorial bajo el título de La Era de los Militares, desbaratando la dicotómica consigna de ‘el pueblo (incluidos los militares) contra la oligarquía’ para imponer –de acuerdo a su criterio– la verdadera disyuntiva: poder civil versus poder militar”.