Una gira con doble sentido

(Por Horacio Brum) Berlín-Santiago
En los últimos días de enero, mientras en Berlín soplaban los vientos helados que en invierno llegan a Europa Central desde las estepas rusas y ucranianas, el jefe del gobierno alemán viajó hacia el calor sudamericano. Olaf Scholz buscaba un calor diplomático, porque el propósito no confesado de su visita de cuatro días a Argentina, Chile y Brasil fue tratar de que Latinoamérica se pliegue a la posición de los Estados Unidos y la Unión Europea en contra de Rusia, por la guerra en Ucrania. Una semana más tarde, cuando este corresponsal se aprestaba a regresar desde Alemania a Chile, pudo leer en los diarios un balance de la gira, que oscilaba entre la frustración y la incomprensión de las prioridades de América Latina en el concierto internacional.

Según el Frankfurter Allgemeine Zeitung, uno de los periódicos más influyentes, en nuestra región “Moscú ha sido menos excluida que en cualquier otro lugar. Esto se debe a razones históricas, pero también al éxito de la propaganda rusa. No se puede esperar ayuda a Ucrania”. Die Welt, otro medio de importancia nacional, apuntó directamente a Lula Da Silva, al decir que el gobierno de Berlín había depositado en él grandes esperanzas, respecto del desastroso papel internacional de Jair Bolsonaro, pero “Lula no está cooperando en la guerra de Ucrania ni en la lucha contra el cambio climático. En cambio, simpatiza con los autócratas y hunde un barco venenoso”. Esto último, en referencia al hundimiento en aguas del Atlántico del viejo portaaviones San Pablo, vendido por Francia en 2001, aun cuando ya en la Unión Europea estaban prohibidos muchos de los materiales peligrosos para el medio ambiente que lo componían. La marina brasileña tomó la medida después de que, por las presiones de los grupos ecologistas europeos, Turquía prohibió su desguace en un astillero especializado.
La agenda oficial de Scholz decía que su visita era para consolidar los acuerdos comerciales con la Unión Europea, promover los proyectos conjuntos germano-latinoamericanos y asegurar la provisión de materias primas vitales para Alemania, que está embarcada en un proceso de transición hacia la independencia de los combustibles fósiles. Sin embargo, tanto en los tres países visitados como en otros de la región, los comentaristas y las fuentes oficiosas hicieron notar que el gobernante alemán trató de conseguir el envío de armas y municiones a los ucranianos. Esa gestión había sido iniciada por los Estados Unidos un tiempo atrás, porque varias fuerzas armadas latinoamericanas tienen equipos de origen ruso, un material cuyo uso por el personal militar de Ucrania no requeriría de mayor entrenamiento. Por otra parte, Brasil y Chile poseen tanques de origen alemán, similares a los que el gobierno de Berlín está enviando al contrincante de Moscú.
Más allá del aspecto técnico militar, tales suministros habrían representado el alineamiento de América Latina con las intenciones de Washington y la Unión Europea de aislar a Rusia en el mundo. Ninguno de los gobiernos consultados prestó oídos a la solicitud estadounidense y todos coincidieron en la necesidad de buscar la paz, en vez de alimentar la guerra. Tal vez porque Alemania tiene para América Latina una imagen más positiva que Estados Unidos, se pensó que Olaf Scholz lograría alterar esa posición. No obstante, la desconfianza fue similar; en Chile, se notó que había pasado una década de la última visita de un gobernante alemán (Angela Merkel) y aparte de la brevedad del paso de Scholz, un diario comentó: “Para Brasil, Argentina y Chile, Alemania se asemeja a un antiguo compañero de escuela, que de vez en cuando toca a la puerta para brindar por los viejos tiempos, pero luego desaparece rápidamente”.

En Santiago y Buenos Aires, el asunto del apoyo a Ucrania fue solo uno de los motivos disimulados bajo la cordialidad de la visita alemana. Junto a Bolivia, Argentina y Chile poseen las mayores reservas mundiales de litio, un mineral básico para la fabricación de las baterías que permitirán dejar atrás el uso del petróleo en los vehículos y que ya se emplea intensamente en los celulares y aparatos similares. Para su transición a la electricidad “limpia”, Alemania y la Unión Europea necesitan litio casi desesperadamente (a partir de 2035 prohibirán la fabricación de vehículos a nafta y gasoil), pero es China la que está comenzando a controlar el mercado del mineral; Tianqi, una empresa estatal de Pekín, tiene acciones en la mayor compañía chilena que lo extrae del desierto de Atacama. Además, no es un secreto que la diplomacia comercial china triunfa en Latinoamérica porque, en apariencia, tiene menos ataduras políticas que la de las potencias occidentales.

Esas ataduras crearon para el presidente chileno Gabriel Boric unos roces con la oposición; dos legisladores de la derecha exigieron formalmente al presidente que aclarara sus respuestas al canciller alemán respecto del pedido de apoyo para la guerra en Ucrania. Ello, debido a que la prensa germana informó que Chile estaba dispuesto a ayudar en el desminado de las aguas del Mar Negro, frente a los puertos ucranianos. Sin divulgar la minuta de la conversación privada de ambos jefes de gobierno, el palacio de La Moneda reafirmó que toda colaboración en el tema ucraniano solamente se hará si llega la paz.
De todos modos, desde el paso de Scholz, parece estar en marcha una ofensiva comunicacional para generar el apoyo a la causa ucraniana. El diario El Mercurio, el más importante del país, fue un colaborador activo del derrocamiento de Salvador Allende y está comprobado que recibió cuantiosos fondos del gobierno norteamericano. La asociación con los intereses y posiciones de Washington se mantiene; diariamente este medio dedica media página o más al conflicto en Ucrania –con poca o ninguna información de fuentes rusas–, y sus columnistas insisten en que Chile tiene que definirse en contra de Rusia. Es clara la diferencia con La Tercera, su principal competidor nacional, y los demás medios del país, donde el tema pasó a ser uno más entre las noticias internacionales.

Rusia recibió y asistió a muchos exiliados chilenos después del golpe militar de 1973; aun bajo las dictaduras, Argentina fue un gran proveedor de carne y granos y, cuando los Estados Unidos y los europeos optaron por respaldar a Gran Bretaña en la guerra de las Malvinas, Moscú entregó información satelital valiosa a Buenos Aires; Brasil ha estado bajo un permanente acoso del ambientalismo europeo por la deforestación de la Amazonia, sin que se le ayude a enfrentar una de las causas subyacentes al problema: la pobreza y falta de tierras para la subsistencia de muchos campesinos. Más recientemente, la Unión Europea se negó, durante lo peor de la pandemia, a reconocer la validez de las vacunas contra la COVID-19 de origen ruso y chino, las más usadas en América Latina. Todos estos factores entran en la explicación de la neutralidad regional, sin olvidar que desde la guerra en el Atlántico Sur –la cual, más allá de sus efectos en la sociedad argentina, ni siquiera llegó al territorio continental– Latinoamérica no ha sufrido ni intervenido en conflictos internacionales. En cambio, Europa entró en 1991, con la desintegración de Yugoeslavia, en un período de guerras y disputas nacionalistas cuyo fin no se ve próximo, a lo que hay que agregar los fracasos de sus intervenciones en Libia, Afganistán e Irak.