La dama de la lámpara

Escribía Henry Wadsworth Longfellow, en 1857: “¡Mirad! En aquella casa de aflicción veo una dama con una lámpara. Pasa a través de las vacilantes tinieblas y se desliza de sala en sala”.
Se refería a Florence Nigthingale, la mujer precursora de la enfermería moderna, a quien todos aclamaban en ese tiempo, como una heroína por su obra a favor de los enfermos.
Nació el 12 de mayo de 1820, en Florencia, de ahí su nombre, pero creció en pintorescas casas de campo inglesas, junto con su hermana mayor Parthenope.
Pertenecía a una familia acomodada y fue educada al estilo de la época, que incluía una educación impartida en casa por su padre, quien le enseñó los clásicos, filosofía y lenguas modernas.
Los Nigthingale llevaron a sus hijas a una gira por Europa, de acuerdo a la costumbre de la época, para educarlas y refinarlas. En el caso de Florence, el viaje sirvió para que se desarrollara su interés por las matemáticas, además de la ciencia. En su diario de viaje registraba datos estadísticos de población, hospitales y otras instituciones de caridad.
A pesar de la oposición de la madre, continuó estudiando matemáticas. La madre pensaba que a una joven culta y refinada como ella, que era muy hermosa y estaba destinada a casarse, las matemáticas no le servirían para nada.
Aprendió aritmética, geometría y álgebra. Y antes de dedicarse plenamente a la enfermería, enseñó a niños y niñas, con un programa concreto y bien planificado. Presentaba problemas basados en la vida de los alumnos. Por ejemplo: ¿Cuál es tu distancia a la escuela? Dos millas, ¿qué distancia es? ¿Si tuvieras que caminar dos millas por día, cuánto tendrías que caminar para llegar al Ecuador? ¿A qué distancia está la parte más nórdica de Europa del Ecuador?
“La aritmética de las niñas ha sido descuidada, su geografía debería ser aritmética”, así opinaba.
Fue la creadora del Diagrama de la Rosa para representar las causas y la evolución de la mortalidad, cuando se encontraba en el hospital militar de Scutari, en Turquía.
En 1837, después de recibir, según ella –que era muy mística–, una “llamada divina”, anunció a su familia la decisión de dedicarse a la enfermería. Sus padres se horrorizaron, porque pensaban que no era una profesión para ella, sino para las mujeres de la clase trabajadora. Pensaban que era un trabajo bajo e inmodesto.
Pero ella siguió su vocación, y continuó formándose en un aprendizaje autodidacta, visitando hospitales en París, Roma y Londres, en sus múltiples viajes. En sus diarios expresa su proceso de aprendizaje, sus habilidades literarias y su forma de afrontar la vida.
Florence perseveró, y hasta rechazó la propuesta de matrimonio de alguien a quien amaba, convencida de que su destino no era casarse.
En agosto de 1853, fue nombrada superintendente en un hospital de mujeres, en Londres. Las enfermas eran mujeres sin techo. Consiguió instalar agua caliente en las habitaciones y hacer emplazar un ascensor y ayudar a las convalecientes para encontrar trabajo.
Pero poco después estalló la guerra en Crimea. Y allá fue ella, con un grupo de 38 enfermeras, algunas inexpertas, todas preparadas por ella, a las que la gente les llamaría “ruiseñores”, de acuerdo al significado del apellido de Florencia.
Ante la política de expansión del zar hacia Turquía, el gobierno británico envió tropas para Crimea.
Los aliados vencían a los rusos, pero las enfermedades diezmaban a los soldados británicos, mucho más que las armas enemigas. El hospital no disponía de médicos, ni de medicinas suficientes, no había equipamiento adecuado para procesar la comida, que era insuficiente, había una tremenda falta de higiene. Abundaban las infecciones. Tifus, cólera, disentería. Murieron miles durante el primer tiempo en que Florence estuvo allí. De nada valieron sus esfuerzos por mejorar la situación.
Una comisión enviada por el gobierno británico, descubrió la causa de las enfermedades: el hospital estaba construido sobre una cloaca, por lo que los enfermos tomaban agua contaminada.
Limpiaron los vertederos contaminantes y mejoraron la ventilación en ese y otros hospitales. El índice de mortalidad bajó notablemente. Hay que decir que fue Florence quien proporcionó los datos estadísticos.
Su trabajo en Scutari para mejorar la vida de los soldados en los hospitales le dio una gran celebridad, la convirtió en una heroína. Fue aplaudida por la prensa y por el público, su imagen de dama de la lámpara fue impresa en bolsos y souvenires. Pero ella mantuvo un perfil bajo, viajando con el seudónimo de Miss Smith.
La horrible pérdida de vidas la atormentaba y pidió ayuda a la reina Victoria. Un análisis estadístico que realizó con ayuda de expertos, reveló que la causa de 16.000 muertes en 18.000 no fueron heridas en batalla, sino enfermedades prevenibles, causadas por la falta de higiene. El conocimiento científico en ese entonces era totalmente insuficiente.
La reina la atendió, y con la base en sus estudios estadísticos, comenzaron las medidas preventivas y las mejoras en los hospitales.
En Scutari contrajo una enfermedad que le impidió seguir trabajando en hospitales, pero igualmente continuó su obra, escribiendo, postrada, desde su casa. Publicó más de 200 libros, informes y folletos. Su obra más famosa es “Notas sobre enfermería, qué es y qué no es”.
Sostenía que la salud no es solamente estar bien, sino ser capaz de usar bien toda la energía que poseemos. Y que para mantener una atención adecuada en los hospitales es necesario disponer de un entorno saludable: aire puro, agua pura, alcantarillado eficaz, limpieza y luz, componentes que siguen vigentes actualmente.
El creador de la Cruz Roja, Henri Dunant, reconoció que fue el trabajo de Florencia en Crimea, la causa que lo inspiró y lo impulsó para su creación.
En 1907 el rey Eduardo VII le concedió la Orden del Mérito, la primera vez que se le daba a una mujer. En 1908 le entregaron las Llaves de la ciudad de Londres. Y en 1910 falleció mientras dormía.
En febrero de 1855 , el periódico The Times decía: “…es una ángel guardián en estos hospitales, y mientras su grácil figura se desliza silenciosamente por los corredores, la cara del desvalido se suaviza con gratitud a la vista de ella. Cuando todos los oficiales médicos se han retirado ya y el silencio y la oscuridad descienden sobre tantos postrados dolientes, puede observársela sola, con una pequeña lámpara en la mano, efectuando las solitarias rondas”.
Florencia fue una mujer de extraordinaria inteligencia, aumentada por el constante estudio del misticismo cristiano y toda su vida fue una manifestación de sus creencias religiosas.
La tía Nilda