Temas pendientes que se vienen añejando

Han pasado dos décadas desde que el expresidente Tabaré Vázquez anunció que llevaría adelante la “madre de todas las reformas” del Estado para ajustarlo a las necesidades y posibilidades del país, pero su intento no solo se frustró, sino que ni siquiera empezó, como tampoco pudo hacerlo, siquiera parcialmente, su colega José Mujica.

Y pese a que encuadra en su filosofía y pensamiento político, este camino tampoco ha sido adoptado por Luis Lacalle Pou, que se ha encontrado con este escenario complicado de costos fijos e ineficiencia del estado, pero además con todo trastrocado a partir del mismo día en que asumió el gobierno, por una pandemia que puso al mundo de rodillas. En el caso de nuestro país, la emergencia más o menos pudo llevarse porque se hizo caso omiso al planteo de la izquierda y de gremios como el Sindicato Médico del Uruguay que pedían decretar una cuarentena que hubiera devastado la economía y dejado al país en mucho peor situación que la que quedó; basta ver la situación en que quedó Argentina, tras aplicar estas recetas el presidente Aníbal Fernández, un “Clase A de la política”, según el precandidato presidencial del Frente Amplio Yamandú Orsi.

Pero sobrellevar no quiere decir solucionar, porque sigue pendiente entre otros el tema de la reforma del Estado, la que todos sabemos debe darse en aras del interés general, pero naturalmente enfrentando la resistencia de los sindicatos que se sienten amenazados en su seguridad laboral por cualquier cosa que se haga distinta y signifique algún riesgo, aunque sea mínimo, de afectar sus beneficios y privilegios.

Es que deben ser muy pocos, en su fuero íntimo por lo menos, quienes consideren que no es necesario hacer modificaciones imprescindibles para hacer un Estado más ágil y moderno, reduciendo su peso sobre la sociedad toda y haciendo que devuelva a los contribuyentes mucho más de lo que hace ahora con los recursos que le vuelcan.

El punto es que los sectores radicales de la propia izquierda que impidieron que tanto Vázquez como el expresidente José Mujica tocaran nada dentro del Estado, siguen más activos que nunca, potenciados por hacerlo ahora desde la oposición y con tierra fértil para lanzar eslóganes trillados desde la década de 1960, sobre todo cuando se ingresa en época preelectoral y además lanzados a oponerse a todo lo que venga, incluyendo la eventual campaña con vistas a reunir firmas para oponerse a la reforma de las pasividades consagrada en ley.

Bueno, seguimos entonces con el mismo Estado de siempre y por lo tanto los problemas sustanciales permanecen sin cambios con el paso de los años, y trancados en el sistema político, porque ya ha transcurrido el período de gobierno en que se pueden hacer cosas que cambien la pisada, al haberse ingresado ya al modo electoral y con problemas incluso para generar consensos dentro de la propia coalición de gobierno, cuando cada grupo o partido trata de marcar perfil ante el electorado.

Hay aspectos sin embargo que no pueden perderse de vista, porque atañen a temas clave como la generación de condiciones para mejorar la competitividad del país, al costo país que incide en la ecuación económica de las empresas locales y de exportación, y que en este último caso proyecta ineficiencias propias al exterior, donde se compite con bienes y servicios provenientes de países donde se produce con otros costos e infraestructura de apoyo, además de acuerdos comerciales que permiten ingresar a tasas preferenciales.

Un tema permanente, y que no ha tenido respuestas, tiene que ver con el atraso cambiario, que determina el alto costo del Uruguay en dólares, lo que a la vez de encarecer nuestras exportaciones, abarata las importaciones y a la vez se sustituye la producción nacional por similares importados, que resultan más baratos. Esto acarrea descenso de actividad y de empleo, entre otras consecuencias. Esta distorsión no es nueva, sino que data desde hace muchos años, y lejos de lograrse el equilibrio, la brecha se ha ido incrementando simplemente porque todos han apelado al ancla cambiaria para contener la inflación y más o menos estabilizar la economía, en un país altamente dolarizado desde el punto de vista cultural.

Ya a principios de este año la Unión de Exportadores del Uruguay (UEU) viene alertando sobre las consecuencias que implica el valor del dólar contenido en nuestro país, el que ha seguido su tendencia a la baja y por lo tanto erosionando la competitividad de quienes venden productos al exterior.

La gremial empresarial expresaba que “desde la Unión de Exportadores del Uruguay (UEU) alertamos acerca del impacto que está teniendo sobre el sector exportador la fuerte caída de la cotización del dólar”.

Incluso da cuenta de que durante el presente año, Uruguay ha sido un caso atípico en el mundo por la fuerte baja de la moneda estadounidense, con un descenso significativo, y el tipo de cambio real global acumulando un descenso de más del 10 por ciento, lo que incide en una fuerte pérdida de competitividad frente a clientes extranjeros y competidores.

En un país pequeño de base agropecuaria, la exportación es un motor fundamental para la economía, y al irse erosionando la competitividad ha sido cayendo además el ingreso de divisas en el curso del año en la comparativa con el año anterior, debido también en buena parte a la caída de los precios internacionales.

Con precios deprimidos y una relación cambiaria distorsionada, es notorio que los exportadores reciben menos dólares para reciclar en la economía interna, y que más temprano que tarde se va a pagar el precio en inversiones, en desempleo, en la actividad interna.

El economista Ignacio Munyo señalaba al respecto que no hay magia, no se puede hacer subir el dólar sin generar otros efectos, y “en el fondo, hay que apretar el acelerador en algunas reformas que permitan al Uruguay –que no es barato ni lo será en el corto plazo– ser más competitivo”.

Este es el tema: no hay alternativas contundentes que se estén manejando para el corto, mediano o largo plazo, y el atraso cambiario es un autoengaño que tiene un límite y tiende a paralizar la economía tras el deslumbramiento inicial por el alto poder de compra con el dólar barato.