Julio Humberto Viera Jarki (93), ha sido durante toda su vida un gran laburante, que gracias a sus habilidades pudo desempeñarse en varios oficios, tanto en el medio rural desde niño como en nuestra ciudad durante su juventud y adultez, pero también un hombre de gran sensibilidad. Supo disfrutar junto a su esposa de muy lindos momentos de diversión en bailes y fiestas y define a su familia como “lo más grande que tengo”. En la tranquilidad de su hogar recibió a Pasividades para contarnos acerca de su vida en una charla que reveló una prodigiosa memoria y un carácter vivaz.
“Me crié en campaña, la chacra nuestra era lindera a la estancia de Constancia; ahí se plantaba, se cosechaba y teníamos animales, hacíamos todo”, resume nuestro amable entrevistado, quien recuerda con detalles y anécdotas varias, su niñez y adolescencia en el medio rural, con una muy clara nitidez como si se tratara de hechos recientes. “La escuela allá tenía hasta tercero”, y esos años hizo para luego, con tan solo 8 años, ya comenzar a trabajar en las tareas propias de un establecimiento rural, y como era costumbre en aquellos tiempos en muchos hogares.
“Éramos como 10 hermanos”, en la familia que formaron sus padres, Eulalio y Juana, quienes algunos años más tarde comprarían una casa quinta en la ciudad, mientras Julio y dos hermanos quedarían a cargo del establecimiento. “Yo tendría 14-15 años y nos quedamos trabajando con dos hermanos; teníamos que tomar peones para la cosecha y para la esquila. Yo trabajaba con ellos y a las 10 de la mañana dejaba porque tenía que cocinar y, en tiempo de esquila, como a las 3 o 3 y media de la tarde aprontaba el mate cocido para los peones”, recordó.
“Después vino la enfermedad de la aftosa, vino una epidemia de tristeza, no teníamos leche para tomar porque las vacas estaban enfermas. Teníamos que curarlas con vinagre y sal, la boca y las pezuñas. Luego vino escasez de harina; teníamos que hacer boniatos asados para comer en vez de pan. El otro hermano no aguantó, se vino a trabajar a la ciudad y quedamos mi hermano mayor y yo, hasta que un día me cansé porque no teníamos domingo, ni día libre, estaba aburrido de trabajar. Yo hasta domaba los caballos, siendo apenas un gurí”, contó, entre otras anécdotas que dan cuenta de las realidades de otros tiempos, en que las vidas de las personas se centraban en el trabajo, sin pensar demasiado en el descanso ni mucho menos en la recreación.
Ya en la ciudad, “me consiguieron trabajo de albañil. Trabajé con varios constructores”, recordó, para comentarnos, tal como se lo dijo a uno de sus empleadores, que “yo levantaba pared, trabajaba de fierrero, trabajaba de carpintero, hacía todo; levantaba la pared, hacía las vigas, encofrado de madera, las columnas redondas, todo”. Luego de estar empleado en una barraca, cuando “se hizo la fosforera –frente a la Norteña–, yo tenía unos 23 años, y junto a mucha gente que entró a trabajar ahí, yo trabajé como carpintero”, relató, recordando que lo llamaron para “arreglar la chimenea de la aceitera que se había roto e hicimos la chimenea con un señor veterano que vino de Montevideo”.
Su vida laboral continuó en “Norteña, trabajé 2 años como carpintero y ahí hacía 15-16 horas; trataba de hacer todas las horas extra que pudiera, me iba de mañana temprano y volvía de noche porque ya estaba casado y ya tenía mi hija mayor. También hice los techos de los galpones de Norteña”, señaló, para continuar contando que luego ingresó a Azucarlito, donde entre otras labores, “amplié la portería de la azucarera”. La anécdota de por qué decidió salir de este último trabajo, evidencia que Julio es una persona muy particular. Según su relato, cuando llegó a la planta maquinaria nueva, él encabezaba la lista para un puesto al que aspiraba alguien más, y entonces para evitar el conflicto con un compañero, prefirió alejarse.
Así iniciaría una nueva etapa laboral, ahora en la Intendencia, desempeñándose en varias áreas. Comenzó en la administración de “José Acquistapace, y pasaron intendentes en cantidad”, hasta que se jubiló a los 60 años. De su pasaje en su labor municipal subrayó que “intendente como Belvisi para mí no hubo en Paysandú. Un hombre excelente, que ayudaba a los pobres, que se preocupaba por la ciudad, recorría los trabajos”.
“Yo llegaba a la plaza antes de hora y me ponía a regar porque después no me daba el tiempo, pasaba Belvisi y me pegaba un bocinazo”, contó aludiendo a cuando se desempeñaba en Paseos Públicos. Además, “trabajé en casi todas las partes, en el Palacio, en Tesorería, en Paseos Públicos como capataz e inspector, y hasta en el cementerio”, aseguró.
“CONOCÍ LA REPÚBLICA GRACIAS AL FÚTBOL”
“Conocí la República Oriental del Uruguay gracias al fútbol; era masajista, arreglaba zapatos, los equipos, las pelotas; trabajé 40 años en Estudiantil, unos 3 años en Litoral, y 9 años en la Selección haciendo masajes”, dijo orgulloso, reconociendo en alguna parte de la entrevista que es “impresionante todas las cosas que hice en la vida. Con Estudiantil, salí 6 años en la Copa El País”, e incluso tiene publicaciones “de todos los cuadros donde estuve” y de esa etapa de victorias de este club local que logró tricampeonato en dicho torneo en 1972, 1973 y 1974.
LA FAMILIA, “LO MÁS GRANDE QUE TENGO”
Indudablemente la vida de Julio ha estado marcada desde siempre por el trabajo, pero su gran sostén y motivación ha sido su familia. “Lo más grande que tengo”, nos dijo, sin disimular su gran pesar por la pérdida hace tan solo poco más de un año de su querida esposa, María Elisa Peralta. “Con mi señora, baile que había, baile que andábamos; fiesta que había fiesta que andábamos. Sinceramente, éramos tan compañeros, tan unidos”, recordó nostalgioso.
“Mientras tuve a mi vieja querida fui feliz, pero me faltó ella y hace de cuenta que me cayó un linguete en la cabeza”, admite con una tristeza más que comprensible, aunque se cobija en los recuerdos entrañables de toda una vida juntos, entre los que trae a su memoria momentos únicos como “cuando llegábamos a un baile y Pitico Rojas decía ‘ahora sí llegó la alegría’”, u otra ocasión en la que “entramos a Wanderers, íbamos subiendo los escalones y se levantaron todos a aplaudirnos. ¡Fue una alegría tan grande!”
“Después quedar solo es bravo”, confiesa, aunque reconoce que ahora su motivación son sus hijos Mirta, Susana, Julio, Laura y Cristina y sus respectivas familias, con 19 nietos y otros tantos bisnietos.
El último 23 de julio celebró sus 93 años, ocasión en que además del cariño de su familia, que siempre está presente y pendiente de cada una de sus necesidades, se acercaron a saludarlo muchas personas amigas, contó sonriente. Hoy, aún se ocupa de algunas tareas del mantenimiento del hermoso jardín que conserva en su casa, junto a un galpón construido por él mismo donde guarda sus herramientas. “Pero las empleadas no me dejan salir porque tienen orden de las hijas de que ‘yo no tengo que hacer nada’”, nos dice no muy convencido de que esto deba ser así, porque como pudimos comprobar durante la entretenida charla, Julio tiene 93 años como lo indica su cédula de identidad, pero un espíritu que revela que aún conserva ganas de hacer más. → Leer más