Maravillosa sorpresa

Es la que recibió Graciela cuando un grupo de compañeros de su querida turma (clase) de portugués del Ceupa, llegó a su chacra en una combi, con la complicidad de su hija Sara. Ella no salía de su asombro, y se preguntaba quiénes serían los llegados, sólo veía al chofer y hasta pensó que su hija tendría algo que ver con él.

El asunto había comenzado días atrás, cuando algunos de sus compas se confabularon con sus hijas para hacerle una visita sorpresa, dado que ella aún no está totalmente recuperada de su fractura en un fémur y debe cuidarse, por eso hacía tiempo que no concurría a la clase.

Hay que destacar que es este un grupo muy especial, donde todos se quieren mucho, se conocen desde hace tiempo y les gusta divertirse, con el profe David, además de aprender. Personalmente, hace poco que entré al grupo, pero me siento muy a gusto, porque este grupo es un semillero de fuerte amistad y regocijo. Nuestro profe trata de darle a cada clase una impronta brasileña. Nos recuerda que los brasileños son alegres, les gusta bailar, cantar, reír. A pesar de sufrir muchas dificultades, son gente con gran alegría de vivir. (En nuestro país, en cambio, predomina el gris, según mi opinión).

Gracioso: Luis, quien siempre da la nota chistosa, preguntó si el chofer era un pescado, porque entendió Sábalo, en lugar de Sabaño. Quedó tranquilo cuando Francisco le aclaró.
A partir de las 19.15, Mauro nos recolectó a casi todos, yendo casa por casa. Menos al profe, que fue con una hija de Graciela. Fue Gricelda quien organizó la ida en la combi, con Mauro. Con milimétrica precisión registró direcciones y horas. “Parece que vamos a la Luna”, dijo ella.

Fuimos subiendo a la combi en este orden: Marita A, Nilda, Yeya, Marita B, Matilde y Florencia, Luis y Graciela, Marita C y Gricelda, Mabel. Después marchamos hacia Yapeyú y seguimos hasta la casa de Graciela.

No conocía ese camino Yapeyú, ni esa zona, quedé asombrada por la cantidad de hermosas casas y los muchos árboles que los vecinos han plantado. Algunas casas, como la de Graciela, con techo de paja, una maravilla. Y el entorno, tan lindo que dan ganas de quedarse a vivir allí, en esa verde tranquilidad. Un ceibo y un samohú inmensos, plantados hace unos 45 años, que supongo dan una maravillosa vista cuando están florecidos, y una sombra espectacular. A través de las ramas, pudimos ver una hermosa Luna llena. Luego la observamos en todo su esplendor desde un claro, delante de la casa.

Nos dijo Graciela, que cuando ellos vinieron a vivir a ese lugar, allí había sólo chircas, pero ellos fueron los artífices de esta hermosa chacra actual. Delante de la casa, o detrás, según como se mire, hay un círculo blanco, en medio de un claro de gramilla. Alguien dijo que era para aterrizar el helicóptero.

Pasamos horas charlando y divirtiéndonos alrededor de una mesa, sentados cada uno en su sill;, bueno, algunos en la suya, porque personalmente recién me enteré que me había sentado en la silla de Yeya, cuando ya había subido a la combi, para regresar, y David preguntaba de quién era mi silla, que había quedado sin que nadie la reconociera.

Al final, trajimos una silla de la casa de Graciela, que hay que devolver.
Nos recibieron dos perros, muy contentos, sacudiendo su cola, y olfateando todo. Uno de ellos, Inti, estuvo casi todo el tiempo junto a nosotros, y cuando a mí se me cayó una bandeja con trozos de tarta, él arrasó con todo en un ratito.

Fueron muy graciosos los preparativos de nuestra llegada. Sara había dicho a su madre que la iba a llevar al Parque, porque actuaba la banda, que a ella le gusta. “Pero vos no te vas a bajar del auto”, le dijo. “Entonces — dijo Graciela– me quedo con esta ropa que tengo”, “No, vestite, y pintate” le ordenó su hija.

La convenció. Pero Sara esperaba que le avisaran cuando iba llegando la combi y dijo a su madre que había perdido la llave del auto y no la encontraba; Graciela estaba asombrada y su asombro llegó al colmo cuando vio llegar la combi. ¿Qué sos vos de Sabaño?, le preguntó a la hija y ella respondió: “Cómplice”.

Una gran alegría la invadió cuando vio llegar a sus amigos de la turma. La fuimos saludando mientras David tocaba la guitarra y cantábamos ¡Feliz Navidad, feliz Navidad!
Se siguieron, los chistes, la risa, la comida, las anécdotas, las fotos y los videos de Florencia. Y el canto. De David, con su guitarra, de todos con algunas canciones conocidas, como el Cielito lindo y Zamba de mi esperanza. Y Luis cantando a dúo con David. Y hasta la tía Nilda se largó a cantar. Algunos se sacudían lindo. Hubo quienes recordaron que las habían rechazado del coro cuando eran estudiantes. Recordaron las canciones del ‘80, como las de Mercury, el tango, la lambada, el rock. Todo el mundo está de acuerdo en que el lenguaje de la música es universal y tiene un poder que amansa a las fieras. Y también estamos de acuerdo en que cada clase de portugués es una terapia, con o sin música, porque nos divertimos mucho.

La comida, deliciosa, casera, elaborada por cada una. Exquisita, dijo alguien, y el profe nos recordó que esa palabra, en portugués, significa “horrible”, hay que decir gustosa, deliciosa.
Una anécdota de Florencia: ella trabajaba en la Escuela agraria de Lorenzo Geyres. Debía caminar 4 km de ida y 4 de vuelta, desde la carretera y hacia la misma. Por supuesto que hacía dedo. Subió a cuanto vehículo pasaba y la llevaba, como el basurero, la barométrica. Un día una hermosa camioneta se detuvo, y el conductor hablaba por teléfono. Ella subió muy confiada y el joven le explicó que no se había detenido por ella, sino para llamar por teléfono.

“Tuve una maestra parecida a usted, que se llamaba Florencia”, dijo él. “Era una versión mía”, dijo ella.
Y lo más asombroso: había sido ella quien le enseñó que no se debía hablar por teléfono manejando, ¡que hay que detenerse!”
Resultó que un familiar de la dueña de casa fue alumno de Yeya, en tercer año escolar, se reencontraron después de un montón de años. Fue grande el abrazo de alegría.
Matilde me contó sobre sus experiencias en Inglaterra, donde aprendió un poco de árabe, y en Suiza, donde trabajó en la editorial de la revista (Selecciones de) Readers Digest. Recuerdo que ella trabajó en la Cruz Roja, acá en Paysandú. Recordamos los saludos en árabe y al profe Tortorella, un genio.

Contó Florencia que una vez ella estaba en un hotel en Rivera, y preguntó dónde estaba una cosa, que no recuerdo cuál era, y le respondieron que estaba sobre el “criado mudo”. Resultó que era la ¡mesa de luz!, original nombre.

“Si la montaña no viene a mí, yo me voy a la montaña”, dice Francisco, quien está leyendo y mirando fotos y videos del chat, refiriéndose a la reunión.
Aparecieron unos bichitos de luz, de los chiquitos, que no veíamos desde hace años, y eso sirvió para que recordáramos los tiempos lejanos de nuestra niñez, cuando jugábamos a la luz de la Luna, y cazábamos luciérnagas que luego poníamos en un frasco o botella para iluminarnos. Se habla de la Luna, que antes parecía más brillante, que iluminaba más, pero pensamos que se debe a tanta iluminación artificial. Y a la contaminación, quizás.

Brindamos con un exquisito vino Chardonnay, chileno, comimos helados y masas de confitería, servidas por Sara.
Finalmente, llegó la hora de retirarnos, pero con ganas de quedarnos en aquel hermoso y acogedor lugar. Con la promesa de volver para una chorizada, cuando Graciela esté completamente recuperada y no se complique con los detalles para preparar todo.

¡Gracias, gracias, a todos, por los maravillosos e “inesquecíveis” momentos compartidos. ¡Muito obrigada!

La tía Nilda