
El aumento de las temperaturas y la escasez de lluvias, pero sobre todo factores de carácter antropogénico –por las negligentes y desalmadas quemas de ecosistemas enteros– hoy están causando innumerables pérdidas económicas, muertes humanas y riesgos de salud en las poblaciones, además –por supuesto– de la silenciosa muerte de cientos de miles de animales silvestres.
Colombia, Brasil, Paraguay, Argentina, Bolivia, Perú y Ecuador están siendo víctimas de devastadores incendios que se prolongan durante meses y no se poseen los recursos necesarios para detenerlos. De acuerdo con los expertos, esto podría convertirse en una “normalidad” de todos los años si no se toman medidas más drásticas para la prevención de los incendios, incluyendo estrictos controles con la forestación y la agricultura y la inversión en equipamientos de alta tecnología que puedan alertar sobre posibles focos de fuego.
La mayoría de los incendios son provocados por productores que utilizan las quemas para volver a plantar para alimentar al ganado y con la sequía –esta sí producto del cambio climático— se provocan verdaderos ecocidios. En ocasiones son quemas controladas que se van de las manos y tampoco faltan los provocados por colillas de cigarrillo mal apagado que dejan algunos campamentistas o personas que los tiran por la ventanilla de un vehículo en movimiento. Cualquiera sea la razón, los incendios forestales se están llevando consigo millones de vidas y pérdidas irremediables de biodiversidad. En Bolivia se consumieron por el fuego ya casi ¡7 millones de hectáreas!
Las víctimas silenciosas
Bosques, sabanas y humedales, sufren devastaciones en sus ecosistemas con estas quemas fuera de control. El trabajo de los rescatistas de fauna es descomunal pero insuficiente. Estas personas ponen sus vidas en riesgo y tratan de salvar cuánto animal esté a su alcance, priorizando a las crías y llevándolas a refugios para ser curadas y en un futuro reintroducidas en sus hábitats. Saben que algunos no lo lograrán y otros deberán permanecer en refugios o zoos el tiempo restante de vida por haber perdido las condiciones que les permiten ser libres.
Las animales víctimas de los incendios forestales sufren de deshidratación, desnutrición y quemaduras severas o peor aún, mueren calcinados, producto de la imprudencia y el egoísmo humano. En imágenes captadas por habitantes y rescatistas de las zonas alcanzadas por el fuego, se han visto animales huir despavoridos; un perezoso paralizado por el miedo viendo la destrucción de su “casa”; familias enteras de carpinchos corren hacia las ciudades ante la mirada atónita de vecinos; también caballos y animales de granja son alcanzados por las llamas y la desolación.
El calentamiento global es un hecho, más allá de si se produce más lento o rápido de lo que creemos. Las medidas generales son imperantes. Los planes de contingencia adaptados a esta época de desastres ecológicos en ascendencia son tan necesarios como el compromiso individual. Y el compromiso individual tiene que ver con la preocupación sincera por el suelo que pisamos y por los animales con quienes compartimos la Tierra.
Este 4 de octubre es de concientización como todos los años, pero también de luto. La preocupación que sale de los bolsillos debe salir también del corazón para que podamos mejorar y evolucionar como especie. Porque de un tiempo a esta parte, parece que caminamos hacia atrás en valores y los animales siempre son los perjudicados.