Durante los últimos días el clima ha vuelto a ocupar los primeros planos informativos, los de la escena local con un nuevo episodio de desbordes provocados por los elevados volúmenes de precipitaciones en un breve lapso y a escala internacional por la tragedia ocurrida en la región española de Valencia, con un episodio de inundación repentina que se cobró varias vidas y que tuvo además repercusiones políticas por las agresiones sufridas por la familia real y por el presidente de Gobierno durante una visita a la zona afectada. Frente a lo contundente de la evidencia es difícil comprender cómo todavía hay negacionistas del cambio climático, pero eso dejémoslo para otra oportunidad y enfoquémonos en lo importante, y lo importante en este caso es pensar en qué se puede hacer, si es que cabe la posibilidad de hacer algo.
Hay varios niveles en los que se está estudiando y evaluando en el mundo la forma de hacer frente a los fenómenos climáticos violentos. Y no es de ahora, consideremos que hace mucho tiempo ya que en las zonas de actividad sísmica se ha desarrollado una arquitectura capaz de soportar los efectos de los movimientos telúricos y, si vamos más atrás aun, la humanidad ha sabido adaptarse a todos los climas, solo que ahora lo que lo que nos tiene a mal traer es la violencia con que se manifiestan lluvias, sequías, vientos, granizadas, crecientes, calor, frío. Tampoco vamos a entrar en detalle sobre otras secuelas como la proliferación de insectos asociados a la expansión de enfermedades como el dengue o la leishmaniasis, por mencionar algunas actuales.
Qué pasó en Valencia. Un fenómeno denominado DANA, que no es el nombre de una tormenta, sino la sigla de Depresión Aislada en Niveles Altos, también conocido como “gota fría”, que se registra en la zona del mediterráneo provocando problemas como los que pudimos ver en las imágenes de estos días, aunque excepcionalmente con esta intensidad. El desborde que se vio en Valencia alcanzó la curva de retorno de inundación de 100 años. Es decir, se inundaron zonas a las que el agua solo alcanza con una frecuencia de un siglo. Claro que en menos de ese lapso las cosas cambiaron bastante sobre el terreno, hubo desvíos y canalizaciones de cursos de agua y se ocuparon espacios que la prudencia debió indicar que no era conveniente, pero el mercado no tiene problema en poner precio incluso a la prudencia.
Son circunstancias difíciles de dimensionar en el corto plazo. Hoy la prioridad, como lo fue hace unos días en Paysandú, es atender la emergencia, limpiar, tratar de recuperar lo que se pueda, asumiendo que las pérdidas son brutales. Son evaluaciones que se deben hacer con la distancia de los años. Por ejemplo, hoy sabemos todo lo que ocasionó en la zona del Puerto de nuestra ciudad la inundación de 1959, todo lo que cambió en esa zona, otrora la más próspera y habitada por familias de buen pasar.
Quedaron allí como testigos de esa época construcciones formidables como el bellísimo Palacio Rizzo. Posiblemente en Valencia ocurra un proceso similar y se revaloricen otras zonas, porque las prioridades cambian. Basta ver el centro de Montevideo y sus transformaciones e intentos de revitalización que se repiten incapaces de modificar un destino, o la Ciudad Vieja, incluso, que se encuentra en proceso de dejar de ser el centro financiero del país, y eso se va notando. Todos estos cambios son fruto de procesos de adaptación de las personas y no solo obedecen a razones climáticas, también hay desplazamientos de este tipo en busca de mejorar la situación económica, o de una mejor calidad de vida, es un ejemplo de ello el formidable desarrollo de la hoy conocida como Ciudad de la Costa, en el departamento de Canelones, con una explosiva urbanización de una serie de balnearios, algunos muy antiguos, para conformar en cuestión de pocos años una nueva ciudad prácticamente desde cero. Y no salió barato, por supuesto, porque todavía hay mucho por solucionar allí en el acceso a servicios como el saneamiento y –especialmente– en el transporte de muchas personas que siguen trabajando en Montevideo y que ahora ven como los tiempos de traslado se han multiplicado. De cualquier forma es posible anticiparse a estas circunstancias con una planificación urbana que considere además de los problemas que tenemos hoy, soluciones para los de mañana.
También, por supuesto, la arquitectura viene trabajando desde hace mucho tiempo en el desarrollo de soluciones de adaptación constructiva.
En un artículo titulado “Diseñando para el futuro: Cómo la arquitectura se adapta al cambio climático”, el arquitecto español Guillermo Paniagua plantea una serie de principios de diseño en los que se apoya esta respuesta: Diseño pasivo (centrado en aprovechar los recursos naturales); Eficiencia energética; Materiales de construcción sostenibles y Gestión del agua. También menciona una serie de tecnologías innovadoras, como Techos verdes y paredes vivas que tienen la capacidad de mejorar el aislamiento, absorber el agua de lluvia, reducir el efecto de isla de calor urbano y mejorar la calidad del aire.
También se incorporan conceptos como adaptabilidad y flexibilidad. “Teniendo en cuenta el futuro incierto del cambio climático, diseñamos edificios pensando en su adaptabilidad y flexibilidad. La construcción modular y los planos de planta flexibles permiten que los edificios se modifiquen o expandan fácilmente según sea necesario, minimizando la necesidad de demolición y reconstrucción”.
Como concepto general, los edificios y las ciudades deben hoy diseñarse y construirse para resistir los impactos climáticos, proteger a las personas y reducir el riesgo de daños materiales y económicos.
Y hay, lamentablemente, que resignar algunas ideas y conceptos que vienen de tiempos anteriores. Basta ver los videos de las correntadas en calle Charrúas y hacer el ejercicio de imaginar de qué tamaño debieran ser los caños que alojen bajo tierra semejante cantidad de agua. Posiblemente se pueda solucionar, pero a qué costo.
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