En Uruguay, la nostalgia tiene su propia fiesta. Al escuchar la música no escuchamos solo canciones: escuchamos la voz de la memoria. Un acorde basta para que se abran las ventanas del tiempo, y de pronto volvemos a tener veinte años, volvemos a bailar con alguien que quizás ya no está, volvemos a sentir el vértigo de una primera vez. La música no pregunta, no avisa, simplemente nos toma de la mano y nos lleva. Nos conduce a los rincones donde guardamos lo más íntimo: la sonrisa de un viejo amigo, la complicidad de una mirada, el perfume de una época que se fue.
Y aunque sabemos que no podemos habitar esos instantes otra vez, agradecemos que vivan dentro de nosotros, intactos, como si el corazón los hubiera conservado en un cofre secreto.
La nostalgia no es ausencia: es presencia en otra forma. Es la certeza de que lo que amamos no se pierde, sino que se transforma en melodía, en recuerdo, en emoción. En esta noche, cada canción es un regreso, y cada regreso es también una celebración de la vida. Porque recordar es volver a vivir, y vivir, al fin y al cabo, es no dejar que lo amado se apague.





