Después de Lucía, en HBO Max

La película Después de Lucía es otra prueba del impresionante nivel del cine mexicano actual, algo que si bien en los festivales internacionales se reconoce, por acá, como casi siempre hacemos, seguimos mirando con indiferencia. Cuando digo “por acá” me refiero a Latinoamérica y a su círculo cultural que, a la hora de pensar el cine de calidad casi siempre se fija primero en Europa, después en Asia y si finalmente tiene tiempo, en las filmografías más cercanas del propio continente.

Es, por supuesto, una pena, porque dejar pasar la obra, por ejemplo, del director Michel Franco, el realizador de esta película, es una injusticia fatal. Lo digo porque si bien sus películas más recientes han sido coproducciones con Hollywood, las anteriores, como Después de Lucía, son obras que deben verse. La historia comienza con un padre y su hija trasladándose a Ciudad de México luego de que la madre de la joven muere en un accidente. Hay que empezar de nuevo, nuevos aires, nuevo trabajo para el padre, nuevo liceo para ella…

Y ahí la película toma otro rumbo, el del retrato descarnado del bullying. Los compañeros de clase no perdonan y la protagonista es víctima de un acoso feroz. Por supuesto que todos los elementos que conforman un bullying como dios manda están aquí. La tecnología que lo potencia, la indiferencia de profesores y padres, los compañeros que no participan pero tampoco detienen a los que sí y todo el rosario de situaciones de las que tanto se habla cuando ocurren casos así.

Está bien, lo que ocurre en este filme es extremo, pero se ve así por el rigor con que el director Franco lo trata, no porque sea una exageración o porque esté presentado con morbosidad. Lamentablemente sabemos que estas cosas pasan exactamente como están presentadas en la película. La gran virtud entonces de Franco y de un elenco de lujo encabezado por la joven Tessa y Hernán Mendoza en el papel de su padre, es que se mete en la cabeza del espectador y no lo suelta. Se trata de una película dura, durísima en realidad, pero no podemos dejar de verla. Al mejor estilo del director austríaco Michael Haneke, Franco nos hipnotiza, nos deja de una pieza narrando a la perfección una historia perturbadora pero que sabemos perfectamente posible. Como ocurrió recientemente con otras películas y otras series como Adolescencia, si bien los personajes no tienen salida ante lo que les ocurre, el público tampoco la tiene. Aquí no se trata de que “nos guste” lo que vemos, sino de la inevitabilidad de verlo, de confrontar un hecho tremendo con consecuencias gravísimas. Sin juzgar, sin dar discursos moralizantes, Franco expone y nos deja que reflexionemos. Porque hay mucho que pensar después de verla. La mente humana puede producir hechos monstruosos que no vemos simplemente porque no queremos ver.

Ahí están películas como Después de Lucía para que no olvidemos que tan lejos pueden llegar algunos cuando los “buenos” miran para el costado.

Fabio Penas Díaz

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