Esta campaña será violenta

“No empezó la campaña y estamos en este clima, me preocupa”, opinó en su cuenta de Twitter, el intendente de Canelones, Yamandú Orsi. Hace varios días que el jefe comunal canario hace un llamamiento a los partidos políticos a que hagan una autocrítica, en vez de pegarle a los otros y lamentó –una vez más– la forma de dirigirse que tienen algunas colectividades y dirigentes en las redes sociales.
Es que los hechos de corrupción en organismos públicos y la continua falta de ética se ventilan de la peor manera con una predisposición al escándalo para dejar en evidencia a un adversario, antes que a la aclaración de un hecho que involucre el dinero de todos. Y en ese “ping pong” de insultos, tal como lo define Orsi, se observan reacciones de bajeza política presentadas en la forma de chisporroteos y fuertes cruces de palabras, cuando en realidad transitamos por un momento de cambios porque la vara de la ética –que ciertamente no colocó la dirigencia en ese lugar, sino las exigencias ciudadanas– cada vez sube un peldaño. A tal punto que, conforme ocurren los hechos, o se protocoliza de alguna forma o se decreta algo.
En contraposición, la crudeza y la intolerancia de algunos mensajes –que incluso apreciamos en nuestra propia cuenta de la red social casi a diario– aportan a la continua contradicción del discurso basado en la no violencia, que después se aprecian en las calles. Así se acostumbra ahora a movilizar a las masas: mientras se dice una cosa, en los hechos se aplica todo lo contrario.
Y en todo caso, no se trata de ocultar el mal manejo de la cosa pública de ninguna administración en particular porque los recursos escasos salen siempre de los mismos bolsillos. Lo preocupante es el nivel de exposición que se ejerce desde determinados lugares sin cuidar las formas, mientras se olvidan las diferencias que existen entre la noción de adversarios políticos y enemigos. En este vale todo, se puede apreciar la portada de una publicación diaria que, con foto trucada incluida, aplica un título que adjetiva las gestiones efectuadas por un dirigente, una vez que abandonó el oficialismo. Y eso no es adversidad, sino odio que se siembra desde algún lado, para alimentar a las fake news, que se difunden por estos lares como un fenómeno novedoso, cuando hace rato existen las noticias falsas con el único objetivo de manipular a un auditorio que está ávido de escuchar sobre la próxima catástrofe.
Pero ¿cuándo comenzó esto? Cuando empezamos a cambiar el lenguaje, los tecnicismos nos ganaron el espacio del diálogo común e intercambio de ideas, y comenzamos a interpelar a quien piensa diferente desde un ángulo de supuesta corrección política. Y porque nada es casualidad, se condimentó bajo el fogoneo continuo de las nuevas formas de comunicación que aprovecharon las divisiones ya existentes, para provocar nuevos divisionismos. El público estaba ahí, expectante, ahora con la herramienta de las redes sociales para expresarse, tierra de nadie donde todas las voces se igualan, y la del más ilustrado queda a la altura del más iletrado sin distinciones, porque a la turba las razones son irrelevantes y el conocimiento se desprecia.
La próxima campaña electoral será violenta porque el escenario preelectoral se encuentra plagado de miradas miopes y los esfuerzos concentrados en generar información para derribar al oponente, antes que aclarar aspectos inherentes a la ética política. En todo caso, nadie es propietario del medidor de conciencia porque el fin último provoca el efecto contrario, con daños a los partidos y un escenario de mediocridad que asusta.
De última, todo eso demuestra la falta de liderazgos claros y claves en momentos justos que llevarán a un predecible cansancio, a un hastío continuo y constante que decantará en un voto –ese sí– impredecible. Porque los verdaderos líderes piensan en políticas de Estado a largo plazo, con programas que contengan las necesidades de un país a 50 años y no el plazo facilista de los próximos cinco y una vez finalizado ese corto tramo de tiempo, volver a su casa y que todo decaiga.
Lo negativo de todo esto es que el público no se acostumbra al debate de ideas, sino que se reduce a los comentaristas en las redes que arreglan las necesidades de un país o defienden a sus referentes políticos, sentados cómodamente desde el living de su casa, mientras el enchastre se propaga. La capacidad de análisis se reduce a los titulares que transmiten los informativos sin profundización alguna o a lo que dijo una figura política de moda, y las reacciones se disfrazan de indignaciones varias o ironías, que también es una forma pedante de ejercer la violencia.
Porque la convivencia en diversidad no es un recurso que abunde en estos tiempos y la negatividad, sumado al descrédito, es un tiro en la línea de flotación del sistema de partidos, sobre el cual tanto nos jactamos. La historia nos enseña que la resolución de controversias nos planteaba escenarios aún más duros que los actuales, pero ese pensamiento reduccionista no nos lleva a ser mejores individuos. Ni mucho menos a mejorar nuestro entorno.
Eso también nos muestra el contexto global, donde el marco político padece cambios revolucionarios, cuyos protagonistas tampoco miran el mapa completo. Y a juzgar por los resultados parece obvio: la brecha se ensancha y provoca verdaderas fisuras culturales que no se arreglan con el reparto de políticas sociales en ningún lado, tampoco en Uruguay.
Es un comportamiento social que no incide en el bienestar colectivo, sino que aporta a las chicanas políticas y al convencimiento de que éste, no es un país de oportunidades con mirada hacia el futuro, sino de constantes comparaciones con el pasado. Cuando debería ser todo lo contrario.
Por eso esta campaña será violenta, sucia, con mucho ruido y sembrada de resentimiento. Es un estilo desacostumbrado para apenas tres millones y poco, pero es parte del deterioro cuando no existe un debate y solo se discuten consignas.