De terror en terror

El ataque terrorista perpetrado el jueves por la tarde en Las Ramblas, una de las zonas más turísticas de Barcelona, dejó 14 víctimas mortales y más de 100 personas heridas de diferentes nacionalidades. El atentado, que reivindicó el Estado Islámico, fue realizado con una furgoneta que arremetió a toda velocidad contra las personas que paseaban. Horas más tarde, otra combi embistió a varias personas en el paseo marítimo de la localidad de Cambrils, cercana a Barcelona. La Policía logró interceptar a los ocupantes del vehículo y en el tiroteo mataron a cinco terroristas.
De este modo, el terrorismo volvió a golpear una metrópolis europea, que llena de miedo al mundo occidental y pone en entredicho las estrategias para detener a los yihadistas, que siempre se las arreglan para llevar adelante sus fechorías. Además, en la capital de Cataluña se repitió un modus operandi de los últimos tiempos: tomar un vehículo y arremeter contra lo que venga.
En los últimos 12 meses se registraron en distintas partes de Europa ocho atentados con la modalidad de atropellamiento. El primero se registró en Niza, Francia, el 14 de julio de 2016. Un total de 85 personas murieron luego de ser arrolladas por un camión en el Paseo de los Ingleses, cuando se celebraba la fiesta nacional francesa. El conductor fue identificado como Mohamed Lahuaiej-Bouhlel, nacido en la ciudad tunecina de Sousse y residente en Niza. Luego del ataque, el Estado Islámico se adjudicó la autoría.
A fines del año pasado le tocó a Alemania. En diciembre, un camión con matrícula de Polonia atropelló a una multitud en uno de los mercados navideños más concurridos de Berlín. El ataque causó 12 muertos y unos 50 heridos. Una vez más, el Estado Islámico resultó ser el autor. Ya en marzo de 2017, la mira terrorista yihadista recaló en Inglaterra. Cinco personas murieron y unas 40 resultaron heridas en un ataque al Parlamento británico, en el que un hombre atropelló a varios peatones en el puerto de Westminster con un vehículo, y luego apuñaló a un policía. El atacante fue identificado como Khalid Masood, de 52 años, y había sido condenado por agresiones violentas y posesión de armas, pero no por cuestiones relacionadas con el terrorismo. Los londinenses se la volvieron a ligar en junio, cuando tres hombres arrollaron a peatones y, tras esto, siguieron hasta el mercado de Borough y apuñalaron a varias personas. Ocho personas murieron y el ataque fue reivindicado, por supuesto, por el Estado Islámico. Semanas después, la capital inglesa volvió a ser víctima de otro ataque. Un hombre embistió con su auto a un grupo de musulmanes que volvían del rezo de medianoche, y provocó un muerto y varios heridos. Este fue una pretendida venganza contra los yihadistas que, como ellos, se las tomó con las personas equivocadas.
En el medio, Estocolmo, Suecia, también fue víctima de un atentado del estilo: en abril un camión atropelló a varias personas en el centro de esa ciudad, lo que causó cuatro muertos y más de una decena de heridos. Las autoridades advirtieron que el hecho tenía características de un atentado terrorista. Y previo a lo de Barcelona, la semana pasada, un hombre arrolló a un grupo de militares en Levallois Perret, en las afueras de París, y dejó a seis personas heridas. Las fuerzas de seguridad francesas hirieron de bala y arrestaron al responsable.
Este somero repaso de los últimos atentados, del mecanismo que ahora prefieren para acometerlos, da la pauta de la locura que están queriendo imponer los fundamentalistas islámicos del Estado Islámico, que tienen fuerte presencia en Irak y Siria, pero que se las ingenia para pegarle a Europa en donde más le duele: en ciudades símbolos, en lugares turísticos.
Pero esto no ha sido todo en las últimas horas. En Turku, Finlandia, varias personas fueron apuñaladas en una céntrica plaza y un sospechoso fue detenido. Hubo al menos dos muertos y seis heridos. En tanto, en la ciudad de Wuppertal, en el oeste de Alemania, una persona murió y otra resultó herida en un ataque con cuchillo, anunció la Policía alemana, que indicó que seguía buscando al agresor.
Barcelona amaneció ayer con indignación y por la mañana miles de personas se congregaron en la Plaza de Catalunya en contra del horror al grito de “no tengo miedo” y para homenajear a las víctimas del doble atentado del día anterior. Se realizó un minuto de silencio y entre los presentes se encontraban el presidente español, Mariano Rajoy, y el rey Felipe VI.
¿Cómo detener esta pesadilla? Algunos sugieren mantener un férreo control de las fronteras –que se relajaron con el asunto de la integración por la Unión Europea–, de cerrar la vía migratoria, de colocar más cámaras, de aumentar la presencia policial en los puntos más turísticos. También incrementar los controles a instituciones y organizaciones que puedan ser sospechosas, una mayor vigilancia de sus cuentas y de negocios que puedan utilizarse para blanquear sus movimientos.
Muchas de las propuestas bien pueden coartar libertades, generar molestias, disminuir placeres. Quizá sea el esfuerzo que se le pida a la ciudadanía en estos tiempos turbulentos. Pero, claro está, no debería claudicar ante la amenaza terrorista. El gesto de salir de inmediato a la calle, como ha pasado tras otros ataques, para homenajear a las víctimas es la mejor señal de que el pueblo se mantiene en pie contra el terrorismo.