Solicitada

NOS ESTÁN MATANDO
Mientras escribo estas líneas, varios compatriotas viven las que serán sus últimas horas, días o semanas de vida. Han sido condenados a muerte, pero aún no lo saben. Su destino está irremediablemente ligado a la bala fácil de un asesino que se cruzará en su camino a la brevedad; como le pasó el pasado fin de semana a una empleada de un supermercado en Montevideo.
Las próximas víctimas también serán madres, padres, hijos y hermanos, vecinos y amigos. Familias enteras quedarán destrozadas para siempre en un solo instante. Las víctimas estarán trabajando como cada día o sentadas en una plaza, o simplemente caminando por alguna calle. Seguiremos ufanos fabricando huérfanos y viudos. Y, por supuesto, nada cambiará.
Cada nuevo muerto solo será un número más en la estadística oficial. No será un rostro ni un nombre, sino solo eso, un número. Habrá declaraciones sentidas, altisonantes y rimbombantes de políticos y actores sociales durante unos días demandando que algo hay que hacer, que así no se puede seguir, pero naturalmente las aguas se irán quedando tranquilas y a las dos semanas solo será un recuerdo más.
Ese es el triste destino al que nos condenaron. Este es el destino que nos fabricaron. Y los culpables son ellos, esos que, en el peor acto de demagogia posible, cambiaron vidas por votos. Nos entregaron a todos a la bala del asesino, solo por obtener un poco más de rédito electoral. A ellos solo les importa ganar y van a justificar su inacción con cualquier excusa posible.
Hasta el hartazgo, vamos a tener que seguir soportando y escuchando a los pseudosociólogos posmodernistas jugando a ser políticos, empapados en corrección política, acomodados en cargos públicos con abultados salarios –y otros que lo hacen gratuitamente–, todos dueños de la verdad absoluta, diciéndonos que en realidad la culpa es nuestra, que nos matan porque no tuvieron oportunidad, que nos matan porque nosotros los rechazamos, que nos matan porque nosotros consumimos y ellos no pueden.
Que la culpa es del sistema, esa entelequia que sirve para culpar de todo lo que sale mal. Que votar la baja en 2014 era de facho opresor. Que el eslogan era “Ser joven no es delito”, que a los “colibríes” había que cuidarlos, que la culpa es de Batlle y la crisis del 2002, y que antes era peor. Casi nos hacen sentir culpables a nosotros de que nos maten. Pero ninguno de esos sociólogos llenos de corrección política va a admitir nunca la verdad: nos matan porque a ellos no les importa que nos maten.
Sumado a eso, tres generaciones de jueces penales, educados bajo la doctrina de Zaffaroni, para quien cualquier mínima represión del Estado ya se considera un acto fascista. Las comparaciones son odiosas, sin embargo 192 fueron los muertos que nos dejó el terrorismo de Estado entre 1972 y 1984. En 2015, la inseguridad nos dejó 293 compatriotas menos.
En 2016, 265 y hasta noviembre de 2017 iban 246. Sinceramente, y con pesar lo digo, no veo a los defensores de los derechos humanos rasgarse ni una sola vestidura por estas otras víctimas. ¿Será que no valen lo mismo? ¿O quizá sea cierto entonces que los derechos humanos solo los tienen ciertos militantes de izquierda?
Solo de nosotros depende, miembros del cuerpo electoral, cambiar esta situación. Las soluciones no serán fáciles, puesto que la inseguridad sea quizá el problema más complejo que como sociedad enfrentamos hoy en día. Pero, aunque la tarea sea difícil, es responsabilidad de todos enfrentarla. Y cuando concurramos nuevamente en 2019 a las urnas a emitir nuestro voto, no nos olvidemos de que hay algunos que los cambian por vidas.
Agustín Silva Caccia