Paren el mundo, ¡empezó el Mundial!

En el mundo hay 184 países soberanos reconocidos por las Naciones Unidas. Hay alrededor de cuarenta conflictos armados en todo el planeta, algunos que se han extendido por décadas, como la de Nagorno-Karabaj, región limítrofe entre Armenia y Azerbaiyán donde se iniciaron las hostilidades tras el colapso de la Unión Soviética a finales de los años ochenta.
Este mundo caracterizado por las disparidades está habitado por 7.300 millones de personas. En 2014, el Mundial Brasil 2014 tuvo más de 3.200 millones de espectadores, la tercera parte solo en la final. Poco menos del 45% de la población mundial observó al menos uno de los partidos. La historia seguramente se repetirá ahora, en Moscú 2018, quizás aumentando aun más la cifra.
Las guerras no se detienen, la hambruna no deja de golpear a millones de personas, sea por falta de lluvias, el aumento de los precios de los productos de primera necesidad, los conflictos o un débil sistema de respuesta sanitario. Donald Trump y Kim Jong-un estrecharon sus manos y prometieron un mundo mejor apenas la Corea “mala” se desnuclearice.
Hoy mismo se realiza en Colombia la segunda vuelta en las elecciones presidenciales. Pero ese país no cuenta, no clasificó al Mundial, así que tiene permitido elegir sus gobernantes en estos días de tregua. Es que precisamente eso ocurre en buena parte del mundo, pues no solamente en los treinta y dos cuyas selecciones han clasificado se vive la pasión y furia. Mucho más allá. Y más acá también.
En nuestro país ya no son titulares de tapa en la prensa los feminicidios, homicidios, rapiñas y explosiones de cajeros automáticos. Que siguen ocurriendo porque los delincuentes gritan igual que todos los goles de la celeste, pero no se van de licencia. Bonomi aprovecha que tampoco ocupa las primeras planas para seguir haciendo de las suyas. Pocos repararon en el hecho que dijo que el juez penal Marcos Seijas se equivocó al liberar a uno de los presuntos homicidas de un comerciante. Lo dice precisamente ahora, cuando la mayoría comenta el penal errado por Messi, el gol hecho “con el alma” por José María Gimenez.
Y los grupos políticos se reúnen al final de cada jornada futbolera preparando el lanzamiento de sus campañas electorales después de que se entregue la copa el domingo 15 de julio en el Luzhniki de Moscú, aun cuando faltará más de un año. Al otro día recordaremos la gesta de Maracaná y después si, oficialistas y opositores podrán volver al fragor de la defensa y el ataque a las políticas de economía, educación, salud, seguridad pública, seguridad social y más. También, a nuestro ritmo, el país podrá volver a la actividad. Ya veremos si felices por el triunfo, o entristecidos por la derrota.
Pero Uruguay y buena parte del mundo puede –parece– darse la oportunidad de detenerse por un mes, con monumentos patrios pintados de celeste, reducidas agendas políticas, poca actividad en todo terreno y la cabeza puesta en cómo rueda la pelota, mirando una y otra vez las repeticiones de las principales jugadas, escuchando los comentarios de los especialistas y de los “especialistas”, apreciando lo hermoso que es Rusia en esta primavera casi verano.
Aun cuando la población participa activamente de la fiebre mundialista, haciendo malabares para ver en el trabajo los encuentros matutinos o vespertinos, el Mundial, con los miles de millones de dólares que mueve, no resolverá –ni pretende claro– los problemas que aquejan al planeta, Latinoamérica, Uruguay ni Paysandú.
La emoción será la misma en Rostov que en cualquier parte de nuestro país cuando vuelva a jugar Uruguay, pero no pasará de ese plano. Todo lo demás, todas las iniquidades y las falencias así como los genuinos esfuerzos por resolver los grandes temas nacionales, seguirán mansamente esperando que la revolución de la pasión se aplaque.
Los uruguayos, al menos, estamos acostumbrados a las intermitencias para resolver cuestiones tan profundas como proteger al trabajo de las personas y no a las posiciones laborales, un concepto bastante novedoso en el cual poco se ha reparado ante el avance de la automatización que engulle precisamente posiciones laborales. O la preocupación de que los sistemas educativos actuales no están preparando a las personas con las habilidades básicas para lidiar con el avance de la tecnología. Menos aun en que la adaptación es un proceso y que es clave la curiosidad y la creatividad.
Aquí nos tomamos las cosas con calma, disfrutamos del verano, tenemos el carnaval más largo del mundo, aprovechamos todo momento que signifique detener el esfuerzo diario. ¡Cómo no hacer algo similar cuando llega un Mundial y está la celeste del alma!
El 48% de los niños uruguayos nace en el 20% de los hogares más pobres, pero el pan y circo sigue tan campante como en la Roma de Juvenal. Resulta evidente que si sabemos que la población se reproduce en los sectores de carencias, debemos rescatar a la mayor cantidad de niños que nacen ahí, que sean sanos y preparados para lograr mejores trabajos. Pero el Mides ha elegido el camino del asistencialismo, condenando a esa franja poblacional a permanecer donde está, sin posibilidades reales de crecimiento.
El movimiento Un Solo Uruguay no solo está integrado por productores rurales, sino también por otros sectores que piden no solamente que el Estado adelgace, sino una política cambiaria que impulse al sector exportador en general.
En nuestro departamento, aunque no es un tema que esté en la superficie, los municipios y la intendencia siguen en lucha sorda por los recursos que deben ser para los unos pero el otro no los larga.
Como sea, el cielo puede esperar. Justo, color celeste tenía que ser. Ahora lo más importante es el “¡Uruguay nomá!”, expresión que nos une como el mate y la torta frita. El país se enfrenta a problemas de importancia especialmente cuando Argentina da signos preocupantes. La Rendición de Cuentas sigue su curso de estudio, pero las protestas también se han reducido. No hay quorum para las protestas cuando hay tantos partidos mundialistas.
Paremos el Uruguay. Paremos el mundo ya que estamos. ¡Viva el Mundial! Ah, cierto, y “¡Uruguay nomá!”