Realidad demográfica que nos condiciona

En nuestra última edición del suplemento Pasividades de EL TELEGRAFO informábamos que el Instituto Nacional de las Personas Mayores (Inmayores) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) darán a conocer del 13 al 15 de marzo próximo, en la Torre Ejecutiva de Presidencia de la República un informe referido a “Medidas clave sobre envejecimiento para la implementación y seguimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible) hacia 2030, con la presencia de expertos nacionales e internacionales, además de la Red de Personas Mayores (Redam) de Uruguay.
El documento elaborado por la responsable de la Unidad de Desarrollo Social de la Subregional de la Cepal en México, Sandra Huenchuan, refiere a la realidad demográfica en el continente enmarcada en el proceso de envejecimiento de cada país y recomienda a la vez medidas mínimas de igualdad para prevenir conductas discriminatorias.
Entre otros aspectos a señalar, se indica que las personas mayores representarán el 17 por ciento del total de la región, al tiempo que en 2060 esa cifra se incrementará al 30 por ciento del total, a nivel mundial, y en el caso de la región, concretamente América Latina y el Caribe, se presenta un rápido proceso de envejecimiento y se aguarda que en 2037 la población de adultos mayores iguale a la población con menos de 15 años. En el caso de Uruguay, al igual que en Chile, a estos porcentajes se llegaría en 2025.
Más allá de los números y comparativas de porcentajes mundiales, regionales y nacionales, tenemos una realidad social en relación con la problemática de los adultos que manifiesta una tendencia irreversible y que debe afrontarse en la condición de Uruguay, que tiene parámetros de expectativa de vida y cobertura comparable a los países desarrollados, pero con los factores condicionantes de un país del tercer mundo, lo que da la pauta de que nos encontramos ante variables contrapuestas que potencian las dificultades del desafío.
Y por más que se dé vueltas en el asunto, reaparece como el eje de la cuestión la sustentabilidad del sistema de seguridad social ante el aumento de la población mayor, los recursos disponibles y las exigencias que se irán acentuando en lo que refiere al apoyo para atender la calidad de vida de este sector de población, que de una forma o de otra siempre recaerá sobre los actores activos del sistema.
Todavía no hay quien o quienes hayan propuesto o delineado una salida de consenso y satisfactoria para tamaño reto, que siempre se presenta como lejano en el tiempo y se deja para más adelante, porque no habrá alternativas simpáticas o seductoras para los involucrados. Y en este contexto, si bien a menudo se utilizan expresiones rebuscadas para edulcorar y no llamar a las cosas por su nombre, resulta que el aumento de la edad para jubilarse se torna un factor omnipresente, entre otras posibles acciones. Pero al ser una medida antipática y que lejos de dar réditos, es un trago amargo del que nadie quiere hacerse responsable, el sistema político mira para el costado.
Mientras, el BPS ya tiene un déficit que se estima del orden de los 500 millones de dólares anuales y sus propios informes técnicos indican que se incrementará en los próximos años, pero no se exponen posibles respuestas.
Pero con una relación activo-pasivo que dista de ser la ideal y con este ritmo de envejecimiento poblacional, los esquemas diseñados para otra relación entre las franjas etarias y las consecuentes necesidades del sistema, no pueden postergarse las decisiones, aunque sea lo que se ha hecho hasta el presente.
El punto es que en este tema no hay soluciones mágicas ni aplausos desde la tribuna que sirvan, y solo hay en el horizonte margen para que se compartan los costos políticos que inevitablemente sobrevendrán. Lo que se genere, por lo tanto debería enmarcarse en el marco de un entendimiento político interpartidario sin excepciones, ante un desenlace que se desembocará en un futuro más o menos cercano, y del que todos los involucrados con poder de decisión y responsabilidades deben hacerse cargo llegado el momento, antes de que el agua llegue al cuello.
En suma, no es problema de este gobierno o de los que vengan, sino que es de sostenibilidad del régimen, y si se encara la respuesta con una gradualidad adecuada, se podría más o menos atenuar los efectos traumáticos para las próximas generaciones.
No hay dudas que las exigencias que en algunas décadas tendrá el Banco de Previsión Social para estar en condiciones de seguir pagando prestaciones sin mayores sobresaltos, conlleva desafíos de gran magnitud para el Uruguay. El centro son los recursos financieros, pero en términos de seguridad social, de servicios, de calidad de vida, habrá demandas adicionales que deben evaluarse desde ya.
Hay parámetros contrapuestos en esta disyuntiva: los datos indican que en Uruguay las tasas de mortalidad descienden y aumenta la esperanza de vida, lo que responde a una tendencia mundial, aunque con la salvedad de que mientras en los países emergentes y del tercer mundo hay una alta tasa de natalidad, no ocurre lo mismo en el mundo desarrollado y tampoco en Uruguay, que tiene por un lado dos aspectos indeseables en la ecuación: economía pequeña y las exigencias inherentes al aumento de la expectativa de vida, que requieren servicios más caros y demandantes. Este desafío de cobertura que sea sostenible en el tiempo hace que el sistema sea más costoso desde el punto de vista financiero. Además, en Uruguay la tasa de natalidad sigue decreciendo, lo que tampoco ayuda al sistema previsional, por cuanto indica que hay menos población activa para solventar las prestaciones de un crecimiento en el porcentaje de pasividades que deben pagarse mes a mes.
Y a lo que debe llegarse en lo posible es a diseñar un proyecto para generar equilibrios a mediano y largo plazo, con una amplia base de apoyo desde todos los sectores políticos, de organizaciones sociales, del gobierno, de técnicos y de los actores involucrados, porque ya no se puede seguir apostando, como acontece en muchos temas, a que con el tiempo las cosas se solucionen solas.
Más que nunca en este caso ya que, el tiempo es precisamente, el mayor enemigo.