Para una nueva normalidad sin perdedores

Con un escenario todavía cargado de interrogantes respecto al desenlace en cuanto a plazos de la duración que tendrá la pandemia de COVID-19, que ha demostrado ser porfiadamente reincidente con la reaparición de brotes en países que creían tener ya controlada la situación, las incógnitas están asimismo centradas no solo en las consecuencias de la crisis sanitaria, sino en cómo emergerá el mundo y dentro de él cada país, de acuerdo a sus circunstancias.
Las consecuencias son por supuesto heterogéneas, tanto desde el punto de vista de la crisis sanitaria en sí como de su repercusión socioeconómica, pero lo que sí es seguro es que habrá una caída sustancial de la riqueza, del Producto Bruto Interno (PBI) en cada país, con reducción que incluso en países del mundo desarrollado será del orden del 9 al 10 por ciento, como consecuencia de las cuarentenas obligadas o voluntarias que afectaron toda actividad, que provocaron el desplome principalmente en actividades como el turismo, el transporte de pasajeros, restaurantes, hoteles y eventos públicos, entre otros.
Por supuesto, es impensable que en una crisis todos sin excepción salgan perjudicados, y es así que la “distancia social” que restringe severamente los encuentros presenciales de todo tipo, derivó en una demanda masiva por sustitutivos como el e-commerce y su logística de apoyo, vinculada a las entregas, que superó las estructuras de distribución que existían, así como el requerimiento de dispositivos de tecnología para la comunicación, reuniones virtuales, etcétera.
Pero este lado positivo para los sectores beneficiados ha sido muy menor respecto a la magnitud de la catástrofe mundial en un sinfín de actividades y la directa repercusión en las economías devastadas por el flagelo, más allá del costo en vidas humanas, igualmente de números relativos respecto a otras pandemias que han tenido un costo mucho más alto en vidas.
Surge que la altísima capacidad de contagio del virus y su velocidad de trasmisión han sido los factores diferenciales que sorprendieron a un mundo que estaba muy vulnerable, como ha quedado demostrado, para un flagelo de esa capacidad de expansión global, y por ende lejos de coordinarse respuestas atinadas, sobre algún protocolo más o menos acordado para este tipo de emergencias, se llegó al cabo de poco tiempo poco menos que a un sálvese quien pueda, como en épocas prehistóricas. El caso más extremo se pudo ver en las decenas de cruceros turísticos que quedaron varados o a su suerte en todo el mundo, tras el cierre de fronteras en muchos países, dejando sin asistencia a miles de turistas condenados en una suerte de cárcel de lujo flotante sin asistencia. Pero el caso del Greg Mortimer –atendido finalmente en nuestro país– puso de relieve que pese a la amenaza, todavía quedaban reservas de solidaridad y disposición para sentirse atado a la suerte de los demás.
Una cosa muy distinta ha sido cómo se ha enfrentado la crisis sanitaria desde sus inicios, por cuanto hubo un período en que organismos clave como la Organización Mundial de la Salud (OMS) desestimaron la entidad del problema y incluso negándose por largo tiempo a declararlo como pandemia, para encontrarnos luego con que de vez en cuanto emitía recomendaciones y medidas contradictorias hacia los países miembros, como el rechazo inicial al uso del tapabocas por considerarlo ineficaz para la contención, y luego pasar a recomendarlo, lo que habla de una improvisación llamativa en un organismo que tiene que ver nada menos que con la recomendación y regulación de las medidas sobre la salud a nivel mundial.
De todas formas, en este período en que en muchos países se supone que ha pasado el pico de casos y se asoman a lo que se ha pasado a denominar como la “nueva normalidad”, con muchos intelectuales de una diversidad de áreas adelantando que ya nada volverá a ser como antes de la pandemia, el desafío de la comunidad internacional no solo pasa por cómo se encarará el reacomodo en cada país e incluso región, sino en cómo será el nuevo relacionamiento mundial, por lo menos en el período inicial, donde hay naciones y actividades que han salido más heridas que otras, tanto por la entidad de la crisis sanitaria como del escenario socioeconómico consecuente.
Tenemos países que como Alemania y otras naciones desarrolladas han contado con espalda financiera para inyectar recursos suficientes a sus respectivas economías, que han permitido evitar que caigan a niveles mayores durante la pandemia, para apuntalar la reactivación económica posterior que ya se está tratando de impulsar con una apertura gradual aprovechando el verano en el Hemisferio Norte. Pero ocurre que la reactivación económica, aún en el caso de un país con una economía sana, depende también de como estén sus contrapartes en el comercio y la complementación de las cadenas de valor, de su capacidad de compra, porque este es un aspecto clave en el comercio mundial y la consecuente mejora de la calidad de vida de la población, sin obviar las diferencias en cada país o región.
Es decir, como hemos señalado en más de una oportunidad, el que cada nación, sobre todo los países emergentes, queden librados a su suerte tras la devastación económica por el coronavirus, no es un buen augurio y ni siquiera se concilia con los intereses de los que han quedado mejor parados, porque la interrelación, la globalización, conlleva conflictos pero también compartir intereses y si no hay poder de compra tampoco habrá ventas de los otros.
Es decir, la recuperación económica de los afectados es de interés común, y es en este caso donde más allá del escenario heterogéneo, deben tener parte decisiva en la salida los organismos internacionales tanto de crédito como de carácter político –en gran medida son los mismos países los que lo constituyen– para que se inyecten recursos que contribuyan a crear y multiplicar riqueza para distribuir, tras la destrucción de actividad por el COVID-19.
La pauta de las prioridades de la hora está bien resumida por reflexiones de la excanciller de Argentina y extitular de la secretaría general de la ONU, Susana Malcorra. La diplomática coincide en que es preciso apelar a fórmulas creativas en este nuevo escenario, mediante la puesta en marcha de mecanismos de ayuda a los más golpeados y con menos capacidad de salir por cuenta propia de la crisis, según expresa en entrevista con el diario El País.
Ello conlleva asistir a los sistemas de salud, gobiernos nacionales y regionales, a destinar fondos para la investigación en materia de vacunas, una estrategia de ayuda financiera, refinanciación y en algún caso condonación de deudas, porque lo que se concede por un lado en realidad se recupera por otro, y no se trata de un acto de desprendimiento espontáneo, sino de autocuidado.
Además, la línea lógica a seguir implica resistir las tentaciones proteccionistas y de encierro de la economía, como lamentablemente ya se insinúa en determinados lugares, porque se trataría de un retroceso tras décadas de apertura y de crecimiento global, de volver a la autosuficiencia y el mundo bipolar desembozado, en claro perjuicio además de los países subdesarrollados y de menores economías, que serían así los grandes perdedores del supuesto nuevo orden mundial.