El difícil e incierto camino hacia la normalización

En este 2020, COVID-19 mediante, la economía global ha sufrido uno de los sacudones más conmocionantes de que se tenga memoria, sino el más agobiante, por cuanto no estamos ante detonantes puntuales en algún lugar del mundo que dispara un efecto en cadena relativo y controlado hacia los demás, sino que hay una afectación global, aunque no uniforme, en todos los países. Más allá del aspecto sanitario, la actividad económica ha decaído a niveles inimaginables y sin que esté aún a la vista el efecto rebote tan ansiado.
Al respecto Carlos Winograb, docente de la Escuela de Economía de París y de la Universidad de París Saclay, además de exsecretario de Comercio de Argentina, evalúa que “existe una importante incertidumbre sobre cómo saldremos de esta crisis y su impacto a mediano y largo plazo. La extensión del período de convivencia con la pandemia sigue siendo incierta, la aprobación de las vacunas en proceso de desarrollo y la implementación efectiva generalizada del proceso de vacunación también es incierta. El actual estado de cosas puede ser más prolongado de lo deseado y la implementación efectiva generalizada del proceso de vacunación también es incierta”.
Analizó empero que “el corto plazo post pandemia mostrará un rebote fuerte de la producción en todas las regiones, países desarrollados y en desarrollo. Sin embargo en muy pocos países la recuperación de 2021 compensará completamente la caída de 2020” salvo el caso de China, que parece haberse recuperado rápidamente, con toda su importancia para los mercados de materia prima y para la dinámica de los países desarrollados”.
Pero la génesis de la situación encierra elementos que no tienen parangón con otras crisis mundiales, y de ahí la incertidumbre sobre las respuestas, desde que se mantienen puntos todavía desafiantes y envueltos en una nebulosa, sobre todo si se tiene en cuenta que estamos ante un escenario de rebrotes en Europa y todavía no hay datos creíbles sobre las perspectivas de vacunación masiva, para superar el problema por lo menos desde el punto de vista sanitario.
Precisamente, si vamos a las derivaciones, tenemos que la epidemia de COVID-19, ante el riesgo epidemiológico, ha conducido inicialmente a una acentuada caída de la oferta debido al efecto de las cuarentenas en sus distintas expresiones y modalidades, haciendo que millones de trabajadores concurrieran en el mejor de los casos solo parcialmente a sus empleos, y que a la vez por medidas de contención hubiera cierres totales o parciales de empresas y de actividad con asistencia de público.
En este sentido considera Winograb que “el corte del flujo de gastos induce una caída de la demanda. Los efectos de la repercusión a través del comercio global agravan la contracción de la producción. La pregunta es cómo saldremos de esta recesión y cuáles serán los impactos a mediano y largo plazo”.
A partir del diagnóstico surge que difícilmente se logre encaminar una salida eficaz si a su vez no se logran medidas de contención contra la amenaza sanitaria en el plano global, por cuanto las restricciones de actividad consecuentes tienen directa incidencia en generar la ansiada reactivación, sobre todo en términos de consumo.
Ante una recesión, es evidente que el conjunto de los países es afectado de una u otra forma, porque hay una cadena de contagios de oferta y demanda. Ergo, resulta harto difícil encontrar una isla incontaminada desde el punto de vista socioeconómico en este escenario, aún cuando no registre prácticamente casos de COVID-19.
No puede sorprender por lo tanto que la economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), Gita Gopinath, evalúe que el mundo estará ante la perspectiva de una incierta, larga y desigual recuperación.
La reactivación será larga en buena medida porque ya antes de la crisis sanitaria el mundo venía presentando un crecimiento muy lento, con baja productividad de la mano de obra y poca inversión productiva.
Pero con la pandemia, además, hay impactos de mediano y largo plazo sobre la oferta de trabajo, con una explicable retracción de las empresas a demandar empleo cuando todavía reina la incertidumbre generalizada en los mercados.
A ello se agrega precisamente que nadie sabe cuándo habrá vacunas disponibles y cuánto tiempo se tardaría, en el mejor de los casos, para establecer una barrera de contención al virus que permita el tránsito seguro hacia la normalización de la actividad económica.
Como bien establece el Ec. Michele Santo, en el suplemento Economía y Mercado del diario El País, a estos elementos se agrega que “es claro que será imposible sostener durante mucho tiempo el extraordinario nivel de estímulo fiscal y monetario que los países han empleado para mitigar el impacto de la crisis sanitaria y nadie está inmune a que haya problemas en la normalización de estas políticas con consecuencias potencialmente muy negativas para la sostenibilidad de la recuperación económica, especialmente teniendo en cuenta las magnitudes del juego”.
Pero hay un elemento sobrevolando y que hace la diferencia: la recuperación además será desigual, a partir de que los países tenían situaciones diferentes antes de la crisis y espalda financiera disímil para aplicar medidas compensatorias con el objetivo de mantener la economía en marcha.
Lamentablemente, Uruguay no está ante los mejor perfilados, pese al hecho positivo de que el gobierno de Luis Lacalle Pou haya desestimado los “consejos” del expresidente Tabaré Vázquez y del Sindicato Médico del Uruguay de declarar una cuarentena obligatoria –como sí lo hizo Argentina, con las consecuencias a la vista–, lo que hubiera sido devastador para la economía.
Tampoco estamos entre los peores de la tabla, y menos aún en el vecindario, porque precisamente Argentina verá contraído su PBI este año en un 12 por ciento, Brasil no menos del 6 y nuestro país posiblemente un 4,5, con perspectivas de un eventual rebote promisorio –crucemos los dedos– desde 2021, según como resulte la contención global de la epidemia, más allá del escenario interno.
Pero en el ínterin, en el corto plazo, las cosas seguirán difíciles, porque no es de esperar ningún acontecimiento contundente positivo en lo inmediato, y todo indica que se deberá seguir operando con cautela, abriendo y cerrando las “perillas” de la liberalización de actividades de acuerdo a como venga la mano, en un equilibrio muy delicado y en el que hay que seguir maniobrando momento a momento, en medio de una austeridad económica imprescindible.