Problemas mayores que el COVID-19

En los últimos 20 años Paysandú ha visto un crecimiento exponencial del parque náutico, a partir del abaratamiento de los cascos de embarcaciones deportivas y en especial de los motores fuera de borda que –al igual que lo que sucedió con todo– se volvieron muy accesibles tras el ingreso de las marcas chinas al mercado.
De manera que hace ya mucho tiempo una lancha a motor o una chalana de aluminio pasaron a estar al alcance de muchísima gente que antes ni soñaba con hacerse a las aguas del paterno con algo que flotase, en tanto la náutica dejó de ser vista como algo suntuoso, al menos si pensamos en las opciones más económicas que se han popularizado.
Eso es muy bueno para Paysandú, que durante mucho tiempo le dio la espalda al río que vio nacer y desarrollarse a esta ciudad, primero porque las aguas estaban demasiado contaminadas para el uso recreativo y después porque la navegación estaba reservada para un reducido grupo de sanduceros que contaban con los medios para hacerlo.
Con las nuevas tecnologías tanto de la construcción de los cascos como de los motores se ha ganado además, mucho en seguridad. Cruzar a la isla Caridad en prácticamente cualquier cosa impulsada por un motor fuera de borda insume apenas unos minutos, dado que los diseños modernos de las embarcaciones y las potencias cada vez mayores de los motores permiten un rápido desplazamiento o hidroplaneo que acorta las distancias, que antes parecían interminables. Además, las fallas mecánicas son cada vez menos frecuentes y las roturas de los cascos también.
Sin embargo hay un factor que continúa incambiado: el propio río, cuyas aguas pueden cambiar de verse como la superficie de un espejo cuando está normal a algo que se parece más a un mar embravecido en pocos minutos, con la llegada de una tormenta de viento repentina. Es ahí cuando la seguridad de los navegantes se puede ver seriamente comprometida.
De esto ya hemos hablado en innumerables ocasiones en esta columna, pero en el presente año se dan varios factores que multiplican los riesgos para el veraneante que decide buscar otras arenas para recrearse.
Es que como es de público conocimiento, debido a la pandemia de COVID-19 Prefectura prohibió el desembarco en la isla Caridad, que es argentina y por lo tanto está sujeta al cierre de fronteras vigente. Si bien lo que siempre debió corresponder es que, para cruzar a la isla más cercana a nuestra ciudad se exija hacer los trámites de paso de fronteras, en la práctica eso no se aplicaba para las islas del río Uruguay, al menos desde el regreso a la democracia hasta el presente.
Así era que miles de sanduceros disfrutaban libremente de las arenas de la isla Caridad todos los veranos, mientras que los colonenses hacían lo propio en la isla San Francisco frente a las playas de su ciudad, a la altura de la Autobalsa; una sana costumbre que jamás provocó inconvenientes ni de uno ni de otro lado.
Pero con el COVID-19 esa excepción se terminó, y ahora los que quieran hacer turismo de islas tendrán que ir a las que son uruguayas en nuestro caso, y argentinas en el de ellos. La más próxima de Paysandú que nos queda es precisamente la San Francisco, y es aquí donde el tema seguridad cambia radicalmente con respecto a años anteriores.
Es que lo que antes insumía a lo sumo 5 minutos de navegación para cruzar enfrente, ahora puede llevar hasta 15 o más minutos para llegar hasta la San Francisco o volver, tiempo que en caso de desatarse una tormenta de verano puede ser demasiado para llegar a puerto en forma segura. Pero además hay factores multiplicadores de los peligros que podrían presentarse. El principal es que con fuertes vientos del cuadrante Sur suele desatarse un pequeño infierno entre la punta norte de la Caridad y la Autobalsa, un trayecto muy extenso que además es poco conocido para la mayoría de los navegantes que suelen no pasar más allá de la boya de Ancap. Y la peor parte es justamente bajo el puente internacional, donde el cauce del río se estrecha y convergen fuertes corrientes.
Más abajo, de la boya amarilla de Ancap hacia el sur, el río se ensancha a más del doble, por lo que en caso de zozobra se está muy lejos de cualquier costa.
Cualquier “viejo lobo” sabe bien que una sudestada o incluso con rachas fuertes del norte cualquier embarcación deportiva como las que surcan nuestras aguas se las puede ver de todos los colores para pasar bajo el puente, pero puede ser catastrófico si además la nave está sobrepasada de peso, con exceso de ocupantes, es de muy pequeño porte y con poca potencia de motor. En ese caso, la suerte ya estará echada.
Lamentablemente son muchos los nuevos navegantes con poca o nula experiencia que confiados en la falsa imagen de tranquilidad que trasmite el paterno, se juegan su suerte haciendo viajes sobrecargados hasta la San Francisco, que es la primera opción “legal” que nos queda para ir. Y en muchos casos ni siquiera cuentan con chalecos salvavidas suficientes o adecuados para la tripulación.
Sabido es que Prefectura uruguaya está haciendo controles en las aguas uruguayas, pero en general éstos apuntan a constatar quienes visitan nuestras islas. Sin embargo, la oportunidad sería mejor aprovechada si se utilizara para concientizar sobre la necesidad de contar con los elementos mínimos de seguridad, en especial los chalecos salvavidas, ver que no se supere la cantidad de gente que puede ir en cada embarcación, y enseñar sobre los riesgos que implica el “viaje”. No para sancionar sino para concientizar, y hasta podría entregarse algún folleto explicativo, que incluso podría contener un mapa con las zonas peligrosas para navegar. Y en principio no infraccionar a quienes están en grave falta de seguridad; quizás una mejor lección pueda ser invitarlos a retornar cuando todavía la navegación es segura, antes de que ocurra un desastre.
De lo contrario, el verano puede depararnos tragedias mayores que el propio COVID-19.