Herencia y pandemia, lastres para este 2021

Las expectativas para este 2021 tanto en nuestro país como a nivel global en alguna medida están basadas en que “peor que el que pasó no va a poder ser”, lo que de por sí pretende ser un mensaje alentador. Pero la realidad no necesariamente va en sintonía con este reflejo: en 2021 se van a ver las consecuencias del arrastre negativo de la pandemia devastadora en el plano económico, social y sanitario, sobre todo en países como Uruguay, a los que sorprendió con una economía malherida.
Y sin embargo, entre la suma de gastos nuevos y caída de actividad, que naturalmente se traducen en un déficit fiscal que ya era del 5 por ciento del PBI en marzo, se percibe una luz de esperanza en precios que tocan directamente a nuestros productos de exportación, fundamentalmente los granos y otros productos primarios, que son los que siempre nos han sacado a flote.
Es cierto, este es un aspecto que va de la mano con la realidad de tener ventajas comparativas para producir commodities, aunque siempre estamos proporcionando materia prima para que en otros destinos se les dé valor agregado y a su vez nos vendan productos de mayor precio con mano de obra extranjera, porque lo que sigue en la agenda de temas pendientes desde hace décadas es instrumentar políticas que permitan que el crecimiento sea acompañado por desarrollo, que se traduce en mayor PBI y calidad de vida, entre otros avances.
Por cierto, reflexionando en voz alta, nos encontramos con que la escalada de casos de COVID-19 agrega un factor más de incertidumbre y un obstáculo real para la reactivación económica ya de por sí comprometida el año anterior por la necesidad de atender las urgencias sanitarias y los paliativos ante la repercusión formidable en el plano social, donde se perdieron miles de empleos y se redujeron horas de trabajo en el sector privado, mientras que en el plano estatal no solo no se perdieron, sino que muchos miles también siguieran cobrando desde sus casas como si no pasara nada.
Ergo, el sector privado, el motor de la economía, la columna vertebral del país, se ha resentido y con él las cuentas del Estado, que administra (generalmente mal) los recursos que generan por la asociación de capital- trabajo los sectores reales de la economía.
Y no se requiere ser un genio de la economía ni de las finanzas para inferir que la problemática que se dio durante todo 2020, no va a resultar gratis ni nada que le parezca, por más que sigan apareciendo un día sí y otro también dirigentes de izquierda y sindicales, de grupos corporativos de movimientos “sociales” e “intersociales” que siguen poniendo piedras en el camino. Además, entre otros reclamos han incorporado la “renta básica” universal, como si se pudieran lograr recursos de la nada, cuando han fomentado o sido directos actores de medidas o decisiones por las que han dilapidado los cientos de millones de dólares que tanto se necesitan ahora.
Una mirada veraz de este componente la da el analista económico Carlos Steneri en el suplemento Economía y Mercado, del diario El País, cuando expresa que durante los quince años de gobiernos del Frente Amplio, la bonanza inesperada proveniente de los altos precios de los commodities “generó complacencia en la sociedad y en los gobiernos pasados, creando un relato de que se había logrado un crecimiento permanente que generaba alto empleo y niveles de ingreso en ascenso. Peor aún, embarcándose en proyectos sin fundamentos económicos sólidos, que terminaron en una dilapidación de cuantiosos recursos públicos, dejando de lado inversiones básicas de menor glamour político, pero mayor rendimiento social”.
Es cierto además, que como bien expresa el economista en su artículo, “esa herencia aún está presente y el actual gobierno debe profundizar esfuerzos para revertirla, a pesar de las dificultades del momento”, y convoca a “mirar más allá del horizonte inmediato como forma de disipar tensiones y mejorar la capacidad de salida aprovechando las condiciones externas en materia de precios de los alimentos”, teniendo en cuenta que es de esperar que cuanto cese la pandemia “de ahí en más se lanzará un carrera entre todos para recuperar el tiempo perdido”. El punto es que como suele ocurrir en nuestro país, la atención debe dividirse entre atender lo urgente y lo necesario.
Es absolutamente compartible la reflexión del economista, sobre todo en lo que respecta a la complacencia de la izquierda en el gobierno y promoviendo el relato de que se había logrado el paradigma del crecimiento y generación de empleo, cuando todo estaba prendido con alfileres, se apoyaba en las condiciones externas y en patear la pelota hacia adelante, mientras a la vez se gastaba más de lo que ingresaba a las arcas estatales y el país contrajo más deuda.
Cuando cesó la espuma, en dos o tres años mientras aún estaban en el gobierno, nos encontramos con la dura realidad de que ese crecimiento se fue esfumando, igual que los empleos y el dinero que había ingresado y gastado sin ton ni son.
En esta misma línea se desarrolla el análisis del economista Michele Santo, en la revista “Búsqueda”, al considerar que durante este año y como ya ocurriera en el recientemente finalizado, “el gobierno continuará con la necesidad de amortiguar las consecuencias más negativas de la crisis sanitaria a todo nivel, e idealmente seguir encarrilando las reformas necesarias para devolverle dinamismo a la economía uruguaya una vez que el COVID-19 sea historia”.
Apunta que “no se puede olvidar que los problemas que tiene la economía uruguaya son de larga data, y que la COVID-19 no hizo sino potenciarlos”, recordando que como indican las cifras, “desde el último trimestre de 2014 se venían destruyendo empleos, y donde la inversión venía cayendo sistemáticamente”. Esto es, desde el último año de gobierno del “Pepe” Mujica y todo el mandato de Tabaré Vázquez, período en el cual el país fue decayendo, a pesar del fuerte endeudamiento que mantuvo la Administración, que terminó con un 5% de déficit fiscal para fines de 2019-2020.
El gran desafío actual es proponer los mecanismos y encontrar los consensos para empezar a hacer los cambios necesarios aún en crisis, justo cuando las urgencias condicionan todo lo que se haga y el dinero es escaso para todo lo que hay que atender.