El agua y la tormenta perfecta

No es el ánimo hacer “spoiler”, como se dice ahora, de una película que se estrenó en el año 2000, dirigida por Wolfgang Petersen, con George Clooney, Mark Wahlberg y gran elenco, pero baste con saber que al final de “La tormenta perfecta”, los protagonistas no logran superar el trance, y mueren. El filme, basado en la novela del mismo nombre de Sebastian Junger, esencialmente trata de la tripulación de un pesquero, que movida por su ambición, se adentra en el mar en busca de una mejor pesca, a pesar de las condiciones climáticas no solamente adversas, sino haciendo frente a una tormenta sin precedentes, con el resultado mencionado.
Y en este tema del agua a la humanidad le está pasando algo similar, se le está presentando el panorama cada vez más complejo, sin que aparezcan reacciones efectivas. Hay personas preocupadas a lo largo y ancho del mundo, por supuesto que sí, pero no han logrado con su mensaje conmover a quienes tienen en sus manos la toma de decisiones para hacer un cambio de rumbo a tiempo.
El lunes fue el Día Mundial del Agua, una fecha instituida por las Naciones Unidas, que tiene por propósito poner de relieve los problemas que afectan a este vital recurso. La fecha pasó más invisibilizada que nunca, escondida detrás de los primeros planos que se ha robado la pandemia. Lo urgente nos ha distraído de lo importante, una vez más.
En el contexto de este día se dieron a conocer datos sumamente preocupantes acerca de la disponibilidad del agua dulce en el planeta y las dificultades que para acceder a ella tiene una buena porción de la población mundial. “Se estima que 4.000 millones de personas viven en áreas que sufren una grave escasez de agua física durante por lo menos un mes al año”, lo que se suma a que alrededor de 1.600 millones de personas “se enfrentan a la escasez ‘económica’ de agua, lo cual significa que, aunque haya disponibilidad física de agua, carecen de la infraestructura necesaria” para acceder a ella. Estos datos están contenidos en el Informe Mundial de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos 2021, titulado “El Valor del agua”, en su apartado Datos y Cifras, accesible en unwater.org, en varios idiomas.
Señala también este informe (que recopila datos de varios estudios previos) que “varios de los principales acuíferos del mundo están sometidos a un creciente estrés y el 30% de los mayores sistemas de aguas subterráneas se están agotando” y refiere a “las extracciones de agua para el regadío, como primera causa del agotamiento de las aguas subterráneas en todo el mundo”.
Otro de los frentes de tormenta es el aumento del consumo hídrico en el mundo, asociado, por supuesto, al incremento poblacional como primer factor, no solo para consumo como tal, sino para la producción de alimentos. También llevan mención el desarrollo económico y el cambio en los patrones de consumo. “El 69% de las extracciones de agua se destinan a la agricultura, generalmente para el regadío, pero esta cifra también incluye el agua para el ganado y la acuicultura. Esta proporción puede ascender hasta el 95% en algunos países en desarrollo”, señala la publicación. También indica que “El 19% se destina a la industria”, cifra en la que se incluye la generación de electricidad.
El documento agrega al respecto que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) “calcula que, si las tendencias no cambian, el mundo necesitará un 60% más de alimentos en 2050 y que la producción de alimentos basada en el regadío aumentará más de 50% durante dicho período. La cantidad de agua necesaria para dicho crecimiento no está disponible. La FAO reconoce que la cantidad de agua extraída para la agricultura puede aumentar solamente un 10%”.
Pero como si el horizonte no se estuviese poniendo lo suficientemente oscuro, tenemos que agregar otro factor, que es el de la calidad del agua, y vaya si hemos estado hablando de este tema acá en nuestro país en el último tiempo, con cianobacterias, vertidos cloacales e industriales, peces contaminados con pesticidas y metales pesados y la presión social que se opone a la conservación de un humedal, una porción de terreno que ayuda al proceso de limpieza del agua. Todos relámpagos de la misma nube.
Pero, como mal de muchos, consuelo de tontos, publica el informe de la ONU que “se estima que a nivel global el 80% de todas las aguas residuales industriales y municipales se vierten al ambiente sin ningún tipo de tratamiento previo, con efectos nocivos para la salud humana y los ecosistemas” y señala que la proporción “es mucho mayor en los países menos desarrollados, que carecen en gran parte de instalaciones de saneamiento y de tratamiento de aguas residuales”.
En América Latina, particularmente, la proporción media de aguas residuales que se tratan de forma segura se sitúa por debajo del 40%. “Alrededor de una cuarta parte de los tramos fluviales de la región presenta contaminación de distintos patógenos. El principal causante de este tipo de contaminación son las aguas residuales domésticas”, advierte.
El informe, sumamente detallado, también incluye perspectivas preocupantes sobre la creciente demanda de agua para uso industrial, así como los crecientes problemas de acceso a aguas seguras, que provocan por ejemplo que hoy, “más de tres mil millones de personas de todo el mundo y dos de cada cinco centros de atención sanitaria carecen de acceso adecuado a instalaciones para lavarse las manos”. Y resta todavía saber qué va a ocurrir con la novedad que conocimos el año pasado, de tener por primera vez al agua cotizando en la bolsa.
Al igual que la tripulación comandada por Clooney en la ficción, los datos sobre el preocupante escenario en el que nos estamos metiendo, los tenemos sobre la mesa.