El impacto desproporcionado y el posible rescate

Si bien es cierto que la crisis socioeconómica asociada a la prolongada pandemia por el COVID-19 ha dejado el tendal a lo largo y ancho del mundo, curiosamente lugares como India y países de Africa –entre otras naciones con una gran población y sectores muy vulnerables, con necesidades básicas insatisfechas– no han atravesado grandes crisis por esta razón, en tanto áreas como América Latina sí han sufrido las consecuencias de la medidas restrictivas asociadas a los problemas sanitarios.
El presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) evaluó que América Latina y el Caribe enfrentan la peor crisis económica en los 61 años del organismo. Mauricio Claver-Carone señaló que la región, pese a representar el 8% de la población mundial, sufrió “la tercera parte de las muertes” a causa de la pandemia, además de las adversidades socioeconómicas.
Consideró el jerarca que la región enfrenta, a raíz de la pandemia del coronavirus y del impacto de la pasada temporada de huracanes, “la peor crisis socioeconómica” en más de medio siglo, y sostuvo que “estamos en una situación sin precedentes para la región”.
Claver-Carone, quien desde el pasado 1º de octubre se convirtió en el primer estadounidense al frente del organismo interamericano, recordó en una entrevista con la agencia EFE que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) ha caracterizado esta crisis como “la peor” en los últimos 120 años en la región, y señaló que si bien la pandemia “ha afectado a todo el mundo”, su impacto se ha sentido con más fuerza en la región debido a sus particularidades.
“El impacto de la COVID-19 ha sido desproporcionado”, detalló Claver-Carone, al apuntar que la región, pese a representar el 8% de la población mundial, ha sufrido “la tercera parte de las muertes” a causa de la pandemia.
Pero, además, América Latina y el Caribe sufrieron “la peor temporada de huracanes en los últimos 50 años”, señaló el presidente del BID, quien agregó que “cuatro de los cinco países en el mundo históricamente más afectados por huracanes y desastres naturales están en Centroamérica y el Caribe”. Solo en noviembre, los huracanes Eta e Iota impactaron varios países de Sudamérica, Centroamérica y el Caribe, en especial Honduras, Guatemala y Nicaragua.
“Y agreguemos a eso la peor crisis migratoria en el mundo”, en alusión al éxodo de venezolanos, que comparó con la de Siria y consideró que “está afectando a todos los países de la vecindad”, creando enormes presiones fiscales y sociales en países como Colombia, Perú, Chile, así como en el Caribe. Claver-Carone recordó que otra “particularidad” de la región es que es una de las que tiene más economías dependientes del turismo, el sector que ha sufrido el impacto más contundente en todo el mundo, con la consiguiente devastación de naciones cuyas economías se sostienen en gran parte con el turismo internacional.
“No hay peor pandemia que la COVID para el turismo, porque obviamente ha cerrado las fronteras, no hay viajes, no hay contacto. Así que ha destruido estas economías y para recuperarse va a ser un proceso bastante intenso”, reflexionó el jerarca, al extenderse en las consecuencias negativas para la región.
Mientras tanto, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha advertido que la región no recuperará el nivel de su actividad económica previo a la pandemia del coronavirus hasta 2023, principalmente por el fuerte impacto de la crisis sanitaria en el empleo, y elevó en febrero pasado al 4,1% su pronóstico de crecimiento regional para este año.
En este contexto, Claver-Carone destacó como un “plan Marshall” para la región un proyecto de ley bipartidista respaldado por el senador Bob Menéndez –quien preside el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara Alta–, que busca que el Congreso estadounidense autorice un aumento general de capital del BID. Esta asistencia permitiría elevar hasta los 20.000 millones de dólares los recursos disponibles para préstamos en la región, desde los 12.000 millones actuales y, según señaló el presidente del BID, en medio de la emergencia por el coronavirus, el organismo internacional aprobó 21.600 millones de dólares para la región.
“Es la primera vez en la historia que anticipadamente el Congreso de Estados Unidos, un grupo de senadores bipartidista muy importante, apuesta por el BID y anticipa una conversación sobre un proceso de capitalización”, resaltó.
Una decisión sobre una capitalización será producto de una negociación en el seno de la Junta Directiva del organismo y de lo que acuerden sus gobernadores en la reunión anual que tendrá lugar en la ciudad colombiana de Barranquilla, entre el 17 y el 21 de marzo.
“Esta propuesta bipartidista es el único plan Marshall que existe para la región”, resaltó el líder del BID, quien confió en que el proyecto de ley que ha sido presentado ante el nuevo Congreso estadounidense sea aprobado.
El Plan Marshall, como el que desarrollara Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, fue el instrumento que permitió que Europa se recuperara en poco tiempo, mucho menos del que le hubiera llevado hacerlo por sus propios medios, naturalmente. Permitió no solo que el continente se levantara casi mágicamente de sus ruinas, sino que naturalmente también le sirviera a Estados Unidos para la inversión y para contar con un mercado consumidor próspero y dinamizador de la economía mundial, más allá de la estrategia y de su rol protagónico en la guerra fría con la URSS y los países del socialismo real.
En este caso, el administrar créditos blandos por organismos internacionales como el BID no solo tendría un valor revulsivo para atenuar las consecuencias socioeconómicas del coronavirus en la región, en naciones sumidas en una crisis agobiante por falta de espalda financiera para atender la sobredemanda de recursos por este impacto, sino que también desde el punto de vista estratégico sería un factor que apuntalaría la recuperación de la economía mundial.
Es decir, sería el motor desencadenante de un efecto dominó muy beneficioso para el conjunto de naciones que de una u otra forma participan en la cadena inversión-producción-demanda-consumo, que sustenta la calidad de vida de los habitantes del globo, más allá de la heterogeneidad del escenario mundial y sus asimetrías crónicas.