Por Francisco Morales Calatayud y Delia Bianchi Villalba
La pregunta que nos quedó planteada es: ¿qué se puede hacer, entonces, para aplicar mejor el “factor humano” en la situación de esta pandemia? Necesitamos concentrarnos en entender qué hacer para avanzar en la idea de pasar hacia creencias, sentimientos y acciones que nos conduzcan a las posiciones más favorables para promover en nosotros mismos y en nuestros ámbitos más inmediatos, la prevención de los contagios, enfocados en el bien común. En pocas palabras, poner a funcionar para bien, el factor humano, buscar que asumamos un rol activo que contribuya, que aporte, a evitar pasar por la experiencia de la enfermedad propia y también a evitar la enfermedad de otras personas.
Las tres acciones básicas que se recomiendan universalmente en relación con la prevención de la COVID-19, que son uso de tapabocas, distanciamiento físico (que no es necesariamente social si tomamos en cuenta los recursos de comunicación que tenemos hoy) y la higiene de las manos (mediante el lavado y el uso de alcohol en gel), se relacionan con ese factor humano. Serán practicadas preferentemente por aquellas personas que crean que: el contagio del virus es realmente una amenaza que está presente en su entorno; es vulnerable a ser contagiada y afectada; la afectación, si se contagia, será seria, en términos de daño a su bienestar; las tres medidas más generales recomendadas son realmente efectivas para la prevención; el costo, el “sacrificio” o la molestia de llevar a la práctica esas tres acciones, valen la pena si se comparan con las consecuencias que le puede acarrear contraer la enfermedad.
Obviamente, muchas personas no alcanzan a configurar una creencia tan redonda en relación con su posible contagio con el virus que provoca la COVID-19. Basta con que no les funcione uno de esos componentes que arman la creencia, para que ésta sea débil.
Mientras el número de casos y fallecidos no llegó a los niveles actuales, muchos creían que Uruguay (y Paysandú en particular) eran zonas con poca presencia del virus, o que por ser jóvenes no eran vulnerables; o que esto de la COVID-19 era algo benigno que si le tocaba, no le crearía gran afectación; o que “si te va a tocar, te toca”, tomes las medidas o no, porque tales medidas no son realmente útiles; o que no vale la pena hacer tanto sacrificio por algo que si te tocaba, no te iba a dañar mucho.
Las razones por las que cada quien genera esas creencias que entorpecen la acción preventiva, pueden ser muy diversas. Una de tantas es la tendencia a la negación, otras pueden venir de señales del entorno, como por ejemplo, la pobreza de la propaganda de salud con advertencias sobre el peligro potencial o, la no exigencia (o ni siquiera avisar con insistencia) de la necesidad de la práctica de medidas preventivas tan importantes como el uso del barbijo en espacios públicos, por ejemplo. Si no hay una creencia firme, de base, es muy difícil que la persona sienta la necesidad de poner en práctica las medidas apropiadas.
Y si no se cree y no se siente la necesidad de hacerlo, es difícil que se adopte un actuar consistente, útil, eficaz. Por supuesto, estamos hablando del modo más simple y más directo, cuando en rigor hay todo un entramado psicológico en este proceso y las variaciones de persona a persona pueden ser notables; para cada quien, todo esto tiene un sentido personal. Y como ya se ha dicho, muchos aunque quieran hacerlo, no lo logran, la vida cotidiana les presenta barreras que sin ayuda les resulta difícil salvar.
Así, otras consideraciones sobre este tema apuntan al hecho de que incluso, cuando se tiene una creencia firme y se siente la necesidad de llevar a la práctica las medidas preventivas, la persona falla al hacerlo ya sea, entre otras causas, porque: 1) las contingencias de su vida cotidiana se la hacen difícil (por ejemplo, personas que tienen la necesidad de tomar medios de transporte abarrotados para ir a trabajar día tras día para garantizar su sustento y el de su familia, o que no tienen para gastar en alcohol en gel para llevar en el bolsillo o para obtener y renovar oportunamente mascarillas de calidad). Esos son ejemplos de esas barreras de las que se habló antes. 2) No son consistentes en la práctica de las medidas preventivas (por ejemplo, reaccionan irracionalmente en determinados momentos, digamos si se encuentran en la calle accidentalmente con una persona afectivamente cercana no reparan en abrazarla y besar como saludo). 3) No realizan las prácticas preventivas en forma correcta (se lavan superficialmente las manos, no se ajustan bien la mascarilla o desconocen cómo se usan los diferentes tipos de éstas). 4) Atraviesan estados de cansancio por la observancia de las prácticas preventivas, digamos que después de largos períodos de buenas prácticas, las relajan.
Un problema social del factor humano
Entonces, si sumamos a quienes no han logrado armar una creencia que dé paso a sentir la necesidad de actuar con buenas prácticas preventivas, más a quienes aunque tengan la creencia y sientan la necesidad, no tienen las condiciones para llevarlas a la práctica, más a quienes teniendo la creencia y sintiendo la necesidad de adoptar prácticas preventivas, las adoptan de modo poco eficaz, por desconocimiento o por inconsistencia, más a quienes sencillamente, se cansan, hacen una pausa, tendremos una suma importante de personas que están expuestas a ser contagiadas y a contagiar, así de simple. Esto es, esencialmente, un problema social, del “factor humano”.
Eso explica por qué, ahora mismo, en medio del alza de contagios y muertes que vivimos en el país y en nuestro departamento en abril de 2021, si uno sale a la calle en Paysandú, encontrará a muchas personas sin barbijo, a otras que lo llevan en el bolsillo para colocárselo solamente para entrar a los lugares que lo exigen, o a personas de esas sin barbijo conversando muy cerca unas de otras. Eso solamente para hablar de lo que se ve en la calle. Como la punta de un iceberg, esto es reflejo de modos de actuar nada oportunos para la prevención que pueden estar ocurriendo en otros ámbitos. Eso en los momentos en que las autoridades sanitarias del departamento plantean claramente que estamos en situación de crisis (ver la edición del “EL TELEGRAFO del 3 de abril).
Hoy tenemos la posibilidad de recibir las vacunas, y con eso, en la medida que se desarrolle el proceso, podrán evitarse una buena cantidad de casos o reducir los niveles de severidad de quienes eventualmente enfermen. Pero esto es todo un proceso, no significa que porque ya comenzó, todo está resuelto y no es necesario protegerse y proteger a los demás.
Algunas acciones posibles
No es fácil hacer recomendaciones que pueden parecer verdades de Perogrullo, pero creemos que, sobre la base de lo que hemos venido tratado en ambas partes de este artículo, algunas sugerencias pueden tener fundamento, entre otras acciones posibles. Son las siguientes:
- Es necesario trabajar en contribuir a configurar las creencias apropiadas sobre lo que estamos viviendo. No se trata de organizar una campaña de miedo, pero sí de fomento del mejor actuar “prosaludable”, el que hace falta aquí y ahora. La propaganda de salud es imprescindible, bien encaminada, por diversos medios y con presencia suficiente en los más diversos escenarios. Las personas necesitan percibir mejor el riesgo potencial y con esto evaluar mejor su vulnerabilidad.
- Tal propaganda debe permitir la mejor configuración de las creencias, pero sobre todo debe insistir en cómo llevar adelante las prácticas preventivas de manera eficaz.
- Es necesario apoyar a las personas cuyas condiciones materiales de existencia les imponen limitaciones para la adopción de las medidas preventivas eficaces. Este punto está expresado en muy pocas palabras, pero llevarlo a vías de hecho puede implicar la realización de acciones por diversos actores coordinados. Es algo imprescindible.
- En los espacios públicos, si bien en el país no hay la obligación expresa de exigir el uso de barbijos (como si se hace hoy, incluso en países de Europa), es muy importante realizar acciones concentradas de propaganda de salud insistiendo en la importancia de hacerlo.
- De más está decir, que todo aquello que contribuya al bien público (incluyendo el control para evitar aglomeraciones, la exigencia sistemática de las medidas vigentes, etc.), debe ser comprendido como una necesidad. La prevención de acciones contrarias a lo que se requiere y está establecido por las autoridades, siempre que sea posible, será siempre mucho más eficaz que cualquier otra medida.
Paso a paso, el virus, su transmisión y los daños a la salud y de todo tipo que provoca, serán controlados, pero, junto a los notables esfuerzos del mundo de los laboratorios, de las políticas públicas y de los servicios de salud, es necesario que todos hagamos un poco más, tanto desde los diferentes espacios y actores de nuestras comunidades, como por parte de aquellos a quienes corresponde por sus deberes institucionales. Todos, en función de poner en marcha, en el más alto sentido positivo, el potente recurso del “factor humano”.
Francisco Morales Calatayud es psicólogo, Especialista en Psicología de la Salud y Doctor en Ciencias de la Salud. Profesor Titular y Responsable de Polo de Salud Comunitaria, Coordinador de la carrera de Licenciatura en Psicología en la Sede Paysandú del CENUR Litoral Norte. Director del Doctorado en Psicología de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República.
Delia Bianchi Villalba, es psicóloga y Magister en Integración de Personas con Discapacidad, Profesora Agregada del Polo del Salud Comunitaria y de la carrera de Licenciatura en Psicología de la Sede Paysandú del CENUR Litoral Norte. Doctoranda del Doctorado en Psicología de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República.