Con Hilda Ema Salvi, desde la hebra de lana hasta la ruana y el encanto por el telar

Ema Creaciones, en la feria junto a otros artesanos.

Las ferias artesanales tienen un aire característico en todo el país y, en el caso de Paysandú, convocan a hombres y mujeres que elaboran con sus manos especialidades gastronómicas, artesanías en sus formas más diversas e indumentaria a partir de una hebra de lana o el género. Estas nuevas formas de emprender han surgido en Uruguay y en el continente a partir de los momentos de crisis, de necesidades personales de autogestión o de hacer algo con el tiempo libre. Como sea, se han multiplicado y en la ciudad ya no hay que esperar a los fines de semana para verlos agrupados en plazas u otros espacios públicos, junto a revendedores que conforman una nueva opción comercial desde hace tiempo.

Una artesana

Hilda Ema Salvi tiene 65 años, nació en Paysandú, en el barrio Ferraris cercano al arroyo Sacra y es la tercera de ocho hermanos, nacidos en el hogar de una madre ama de casa y padre ferroviario. Su infancia transcurrió en un barrio de “muy poquitas casas. Era todo despoblado, con montes y barrancas que iban hasta donde ahora está la cárcel”, señala a Pasividades.

Sus primeros años de escolaridad fueron en la Escuela 26, más tarde pasó al Liceo Nº 1 y con una gran familia, se transporta al recuerdo de los quehaceres hogareños. “Es que éramos numerosos” y precisa –a modo de anécdota– que “cuando mi hermana mayor tenía 22 años, nació la menor”.
La riqueza de las simples cosas cotidianas se suman en su relato: “Me acuerdo que yo me dedicaba a la limpieza de la casa porque me encantaba limpiar. Después, me tocó ir al liceo donde hice los cuatro años y secretariado comercial en las Teresianas, que más tarde fue el Centro Neike”.

Todos estudiaron y aprendieron un oficio porque la lejanía de entonces no era excusa para no asistir. “El único ómnibus que había, lo tomaba en Monte Caseros y Benito Chain. Era el más cercano y a la vuelta, como no daba para dos boletos, nos veníamos a pie. Todos hicimos el liceo. Mi hermana mayor es maestra, dos hicimos secretariado comercial, tengo un hermano electricista, otro es tornero, otro es profesor, una es peluquera y la más chica es sicóloga. Tuvimos la oportunidad de estudiar y mi padre se esforzó mucho porque los cursos que hicimos, había que pagarlos”, cuenta.

A trabajar

Al finalizar el secretariado comenzó a trabajar en el escritorio de un comercio local, “pero a los años comencé con problemas de salud y tuve que dejar por un tiempo. Después volví al trabajo y me dedicaba a cuidar niños hasta que un día me llamaron de Manos del Uruguay, por una señora conocida con quien había hilado. Estuve ocho años en hilados y después me fui al telar chico, donde estuve otros siete años en la casa de la calle 25 de Mayo entre Guayabos y Cerrito”.
Manos del Uruguay había surgido en 1968 a instancias de mujeres artesanas, motivadas en la generación de sus propios ingresos. Con el paso de las décadas, fueron miles aquellas que se transformaron en un sostén económico de sus familias, lo que aprendieron en sus casas.
Hoy tiene representación en todo el país, bajo una docena de cooperativas, donde la lana es la materia prima fundamental. “Cuando entré, éramos 84 personas que trabajábamos en dos turnos en hilados y telar. Había costura y tejido. Es decir, se hacía de todo y después se redujo. Pero era trabajo a destajo, había que estar firmes y esforzarse”.

Hasta que llegaron cambios en su vida familiar, junto a su esposo y un hijo. “Después de los 40 años, tuve mellizos. Debí dejar el trabajo porque tenía que pagar a una persona para que los cuidara, además de tener a mi hijo mayor. Me dediqué a criarlos y cuando retomé el trabajo, cuidé ancianos”, detalla.

El telar

Sin problemas para trabajar en lo que fuera, a pesar de estar capacitada, Ema había quedado prendida del trabajo artesanal y el gusto por el telar aprendido en varios años en Manos del Uruguay.

“Había visto un telar en la casa de una señora y yo quería ese telar para empezar a trabajar por mi cuenta en lo que me gustaba. Hasta que en noviembre del año pasado me lo ofreció y lo compré”, relata.

Explica que “cualquier persona puede aprender. Yo le agarré la mano enseguida y hasta diseño yo misma los motivos de las ruanas, bufandas y senderos en lana fina y gruesa o como quiera el cliente. Incluso he tenido muchos pedidos de chalinas”.
De allí salió su propia grifa y “Ema Creaciones” es una realidad que expone en cada feria. “Compro los materiales en lanerías de Paysandú. Y la lana tiene que ser suave para que la prenda sea suave”.

Su interés por generar ingresos con lo aprendido, la llevó a relacionarse con otros feriantes. “Así empecé en la plaza Constitución. He vendido bien y los domingos en la playa, instalamos un puestito con otras siete feriantes. Siempre con las medidas sanitarias”.
Además, su formación la impulsa en esta iniciativa. “A mí me encanta el telar y diseñar pero también me gusta mucho hablar con la gente. Vemos que se ha retomado el gusto por lo artesanal y aumentan los pedidos. Ahora, por ejemplo, voy a empezar a hacer los llamados ‘pie de cama’ que se usan tanto. Voy a sacar ponchos, porque siempre hay que crear cosas nuevas”, comenta sobres los gajes de su oficio.
En tiempos de emergencia sanitaria, mira con optimismo hacia adelante: “Mi familia es grande, como dije, pero gracias a Dios no tuvimos casos de COVID-19. Nos cuidamos mucho”, asegura.

Reconoce que “igualmente, no me exijo y hago lo que puedo. Tengo problemas de columna y me cuido, pero es un trabajo que me encanta y siempre estoy en mi puesto a pesar de la pandemia”.