Equilibrios difíciles

La pandemia afectó muy duramente a varias áreas de actividad, entre ellas el turismo. Se trata de un sector económico que genera importantes divisas y mucho empleo pero que se basa en el desplazamiento de personas desde su lugar de residencia habitual hacia otros destinos y en el consumo de bienes y servicios que se han visto disminuidos o arrasados por el “tsunami” provocado por el COVID-19.
Es un sector muy sensible y frágil a este tipo de calamidades globales que por una parte plantean nuevos problemas y desafíos y, por otra, agudizan problemas previamente existentes. Entre éstos se puede ubicar lo concerniente a los equilibrios y desequilibrios provocados –entre otras– por la propia actividad sobre los recursos naturales.
No es posible desconocer que a nivel mundial el turismo también se volvió un factor de deterioro medioambiental generando, en algunos casos, graves trastornos ecológicos que se suman a otros problemas y complejidades ambientales, socioeconómicas y políticas que padece el mundo, tales como el acceso y calidad a las fuentes de agua, el empobrecimiento y contaminación de suelos, la depredación pesquera, la extinción de muchas especies de flora y fauna o la afectación de actividades económicas tradicionales, entre otras.
En este sentido, la Organización Mundial del Turismo de Naciones Unidas (OMT) ha hecho un llamamiento a una “recuperación sostenible del sector turístico” para “crear un equilibrio entre las necesidades de las personas y del planeta para el bienestar de todos”.
El llamado enfatiza en el tema de la sostenibilidad y la necesidad de asumir responsabilidades y cambiar tanto los comportamientos de los consumidores y turistas como en la necesidad de trabajar para generar una oferta más adecuada a objetivos, opciones y alternativas más sustentables.
Por un lado, se trata de que los viajeros tengan en cuenta los aspectos ecológicos a la hora de hacer sus reservas pero también que contribuyan al cuidado del medioambiente durante sus viajes y su estancia en los lugares que visitan.
Aunque algunos países ya están abriendo sus fronteras, es altamente probable que el turismo internacional demore bastante aún en acercarse a su actividad anterior a la pandemia y, por otra parte, que al menos parte de la población opte inicialmente por un turismo de proximidad, en entornos más cercanos y naturales, generando necesidades emergentes.
Para una parte importante de la población que ha optado por seguir las recomendaciones de distanciamiento físico –y también, en virtud del cese de actividades sociales y culturales– está presente la necesidad de “cambiar de aire” y disfrutar de los espacios naturales o de practicar caminatas o deporte en espacios al aire libre, lo cual es altamente recomendable por sus efectos positivos para el bienestar y la salud física y mental.
En este sentido, desde el pasado sábado 12 de junio en el marco de una “reapertura responsable” se pueden visitar las 17 áreas protegidas uruguayas, permitiéndose recorridos de sus senderos y espacios abiertos (los Centros de Visitantes aún se mantendrán cerrados al público como medida preventiva).
Ya en diciembre del año pasado el Ministerio de Turismo había realizado el lanzamiento del programa Destinos Naturales, que promueve las áreas protegidas del país como puntos turísticos. Se trata de una plataforma web que aporta información sobre los mismos con la finalidad de promover el turismo interno, además de ser una invitación a conectase con la naturaleza, conocer paisajes naturales uruguayos singulares, avistar aves, y especies nativas y recorrer senderos interpretativos. La propuesta fue desarrollada en ese momento por el Ministerio de Turismo con apoyo del Grupo Asesor Científico Honorario (GACH), que avaló los protocolos sanitarios para la recepción de turistas y calificó este tipo de actividades como de “bajo riesgo”.
Las áreas protegidas son espacios de biodiversidad con protección legal donde la presión de los recursos naturales –ya sea por la sobrecarga de visitantes o otros problemas, como la caza ilegal– se vuelve de particular cuidado.
En este sentido, quienes visitan áreas protegidas, además de disfrutar, apreciar y conocer la naturaleza o cualquier manifestación cultural, deben generar un bajo impacto sobre los recursos naturales. Esto incluye, en primer lugar, ser cuidadosos con el rastro de basura que dejamos, pero también otros cuidados particulares y necesarios.
Solo por mencionar dos ejemplos entre muchos, se puede señalar que en lo que refiere a la faja costera, es importante el cuidado del ecosistema costero y evitar los perjuicios que provoca la circulación de vehículos al contaminar, desestabilizar y erosionar la costa, dañando su vegetación y generando grandes perjuicios a la fauna asociada a estas estructuras. En tanto, en entornos rurales, la protección de la biodiversidad incluye también el cuidado de nuestras especies protegidas cuya caza es ilegal –como la mulita o el carpincho– aunque es una práctica bastante arraigada.
En Uruguay la crisis sanitaria afectó muy fuertemente la actividad turística y aún no se avizora claramente cómo será el futuro próximo del sector en el marco de la llamada nueva normalidad.
No obstante, aunque hoy estemos concentrados en los emergentes más acuciantes de la pandemia y sus efectos sobre la población y los sistemas de salud, y aunque aún nuestra prioridad es seguir “apagando incendios”, hay transformaciones sutiles y profundas que también están ocurriendo. Una de ellas es la transformación de nuestra propia visión del mundo y orden de prioridades en la vida personal y familiar, aspecto que incide directamente en nuestros hábitos y comportamientos así como en la toma de decisiones.
En este orden de cosas es de esperar que en el marco de la “reapertura responsable” de las principales áreas naturales uruguayas los cuidados y la prevención se apliquen no solo ante la posibilidad de contagio del COVID-19 sino también comprometiéndonos con una mayor responsabilidad en el uso de estos espacios.
Sería bueno que las duras experiencias vividas en esta pandemia nos permitan conectarnos con una mayor conciencia sobre el cuidado de la naturaleza como elemento central de la salud de nuestros recursos naturales y el planeta en general dado que –aunque generalmente se olvida– estamos intrínsecamente conectados a ellos y sus equilibrios o desequilibrios, evidentemente, nos afectan.