Solicitada: Tu Pueblo

Un día, allá por 1985, llegó una carta anónima al Programa de Julio Oscar “Bocha” Cravea en Radio Felicidad, dirigida a “María Pueblo” –Jesuina Sánchez–, con la firma: TU PUEBLO. Nunca se supo quién fue la, él o los autores. Pero el contenido conmueve y retrotrae a una realidad social tan dura y triste de aquella época, y enseña.
Para vos, Jesu, amiga, y para el Pueblo, –con o sin tu permiso–, la comparto, como bandera de compromiso e ideales, que siempre fue el signo humanista inclaudicable de tu caminar por esta tierra:
“María:

Yo soy el Pueblo. No soy el País. Y puedes entenderlo. Estoy en todos lados y por eso te veo.
¡Qué digo! ¡Nos vemos! Si tanto hemos palpitado juntos, que ya casi es un hecho que hayamos desprendido la hebilla del ‘usted’ y podemos tutearnos.
Estoy… donde me andan mujeres como tú.
Por ahí, donde atardece y la gente con frío se acurruca para darse calor. Donde las madres acarrean el agua de los surtidores y envejecen prematuramente.
Puedo tener los ojos de un gurí atisbando la vida con asombro.
Puedo tener las manos aquietadas de un obrero que quiere trabajar y se lo ve tan quieto; la desocupación les ha puesto a los hombres de mis calles el mameluco descolorido del descontento y les ha colgado de los labios un silbido de pena y un apagado cigarrillo entre los dedos.
Ando por las orillas, donde se orilla el alma de angustia y se mete asustada en el más hondo bolsillo.

Estoy en esas taperas donde habita tanto humano apretado… en esos lugares donde llegan las damas de beneficencia y se cubren la nariz por el olor a tierra, por el olor a orina, y se apartan disimuladamente porque el humo puede meterse en su pelo…
Ellas dicen que hay olor a mugre y se alejan disparando…
Yo sé, María, que vos sentís que es olor a cirios y te acercas rezando.
Ahí estoy, donde anda la gente como vos.
Donde las madres están permanentemente preñadas y se les caen los senos, y se les caen los dientes y se les caen los ojos y se les cae la risa y se hace pedazos de puro gurí con lágrima y sin horizonte cierto, de puro cansancio, de pura miseria, de puro boniato asado al mediodía y asado boniato para la cena.
Te has dolido de mí, mujer, y yo de ti estoy de boca abierta.
Porque no sé cuándo duermes, María, si siempre estás despierta… y lo más importante: cómo ‘despiertas’ a los que durmieron la larga siesta de la indiferencia.

Estoy en tantos lados. A veces soy un tendal de trapos tendido del alambrado.
Soy los ojos de un perro. Soy un tarro de basura revuelta por manos anhelantes y por bocas hambrientas.
Soy ese carro viejo que rechina, al amanecer, cargado de papeles, cinchado por una mujer con grandes zapatones… encorvada por el frío de afuera y el de adentro.
Soy el manicero de saco regalado, el que gana dos pesos y se los gasta en vino. Lo entiendo. ¡Si es cierto que el vino hace olvidar! Que lo beba y se deje mecer en el ausentismo momentáneo de la realidad.
Soy el viejo que hace cola para la pensión… es la única vez que gano perdiendo, es trágico, pero me tendrían que preguntar: ¿cuánto perdés por mes?
Soy el bagayero, el que cruza cien veces el puente… porque simplemente tiene que vivir.
Soy el chico que te vende pastillas en la calle con cara de gorrión y postura de hombre.
A veces soy esa larga y desolada fila de camas en los hospitales, del hombre desahuciado, del viejo que se ha muerto y nadie lo ha captado, del bebé que nace desnutrido.
Soy el vientre de esa madre frágil que gesta su hijo y para el que pide pañales de prestado.
Soy los comedores de las escuelas en donde los gurises comen hasta la última miguita de pan.
No soy esa mesa fastuosa en la cual los ‘señores’ se reúnen para ‘arreglar’ situaciones, mientras corre el whisky y se devoran manjares… afuera los conflictos se suceden, mientras ellos engordan de cena en cena, de ‘estudio en estudio’, las canillitas de los tocazaguanes enflaquecen y sus patitas se ensanchan y cuartean de tanta calle y de tanto fango.

A veces también soy el padre Romero, oficiando la misa de un 1º de Mayo en plena dictadura, hablando de derechos y diciendo libertad, llamando compañeros a los fieles… y los fieles bebiendo sus palabras y llamándole ‘padre compañero’.
Soy el Barrio Sur y soy el Barrio Norte.
Soy ese loco que anda por mis calles pidiendo cigarrillos.
Soy el vendedor de rifas en las esquinas.
Soy el canillita, soy el jardinero de la plaza.
Soy esa mujer delgada que te ofrece naftalina.
Yo soy el Pueblo, María, estoy a la salida de tu casa.

También soy ese grupo de bravos estudiantes que un día dijeron NO y usaron los vaqueros.
Soy ese médico que sin cobrar honorarios examina a un niño, a una mujer muy pobre, a un anciano… tan solo por amor.
Soy el maestro que en un día de paro, en el pizarrón del cielo y en el aula de la calle, enseñó a los adultos lo que debe ejercer un buen maestro.
Soy mil mujeres juntas con el rostro de una Elena Quinteros, soy mil mujeres juntas soñando un mismo sueño.
Yo soy el Pueblo, María, y de tanto verte transitarme, sin cansarte más nunca, ya te quiero, ya me sos familiar.
Me gusta que me anden las gentes como vos, tan de paso seguro, el coraje tan duro y tan caliente la sangre.
Yo siento y oigo.
¿Te acuerdas? Los días del intenso dolor. He pegado alaridos. Y tú has tenido oídos muy sensibles y has llorado conmigo.
Por haber estado alerta, gracias.
Por la tibieza de reconocerme en cada rostro del hermano y rescatarme.
Por la increíble medida de tu voluntad.

Te celebro, María, porque no has claudicado ni has permitido que te etiqueten. Pequeña mujer que tanto te agiganta el ideal que llevas como compromiso.
Me has regado de lágrimas. Benditas sean ellas porque han fertilizado la planta de la esperanza.
María, guerrillera de la pluma y la palabra.
Guerrillera de la túnica blanca de docente.
Guerrillera de la pancarta y la paciencia. Guerrillera que has disparado al mundo hijos de tu vientre para que siembren un día por la vida tu caro idealismo.
Gandhi con faldas y championes.
Tania –compañera del Che– de vaqueros y campera acompañando a tantos ‘che’ en esta selva de asfalto.
Juana de Arco 85, trepada al corcel del compromiso.
O simplemente María, combativa María, sembrando con tu cruz al pecho, los cotidianos salmos de entrecasa.
Te debía estas palabras, María.
Hace tanto que me buscas, hace tanto que me andas, hace tanto que me das, hace tanto que me hablas.
Yo también soy como un gran árbol, y son ese fruto tus palabras.

Aguarda, no te canses. Ni te angusties.
Juntos oiremos repicar sonoras campanas.
Ese será el día…
Mientras tanto ni te inquietes ni te dobles. Tienes que andar desplegada, como te he visto, como una gran bandera inaugurada, la que izarán ‘el día nuevo’ todos los gurises de la Patria. Tu Patria, María, Tu gente en la que has puesto el alma.
Sí, sonarán las campanas y acudirán los humildes seres de las lágrimas, y sonreirán, María, con dignidad, porque les serán devueltos sus derechos, la esperanza a los ancianos, las mujeres encorvadas, los hombres postergados, los adolescentes anulados, los gurises mendigueros.
Todos vendrán… ¡nuevos!
Marías y Juanes, renovados, felices por la parcela de su cielo, por el territorio de su esperanza merecida, por sus derechos, por los que te desvelas, María… y que mañana alcanzarán a ver el trigo repartido en generoso pan sobre la mesa”. TU PUEBLO