Cuba: entre la libertad y el despotismo

Las protestas populares acaecidas en Cuba durante las últimas semanas representan un importante paso para la recuperación de la democracia en ese país. Como es de conocimiento público, Cuba ha sido gobernada durante más de 60 años por una única organización política, el Partido Comunista Cubano, lo que no debe llamar a sorpresa ya que el mismo Fidel Castro expresó, en la década de los ochenta que “el pluripartidismo es la pluriporquería”, una frase que implica la negación total y absoluta de un juego democrático válido y real, en el cual pueda existir una alternancia en el poder. Por todo lo anterior no debería llamar la atención que el texto del artículo 5 de la Constitución de Cuba, el cual establece que “El Partido Comunista de Cuba, único, martiano, fidelista, marxista y leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, sustentado en su carácter democrático y la permanente vinculación con el pueblo, es la fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado. Organiza y orienta los esfuerzos comunes en la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista. Trabaja por preservar y fortalecer la unidad patriótica de los cubanos y por desarrollar valores éticos, morales y cívicos”. ¡Cuánta diferencia con la Constitución Uruguaya la cual declara en su artículo 4 que “la soberanía en toda su plenitud existe radicalmente en la Nación, a la que compete el derecho exclusivo de establecer sus leyes”!
A pesar de que el régimen comunista imperante en Cuba se ha especializado en violar de todas las formas posibles los derechos humanos en la isla devenida en cárcel, existen muchos dirigentes y militantes frenteamplistas y sindicales que defienden con uñas y dientes la dictadura castrista y que atacan desde las redes sociales a quienes expresen aunque sea una tibia diferencia con la misma. La actual intendenta de Montevideo, Carolina Cosse, por ejemplo, sostuvo con claridad hace algunos meses que ni Cuba ni Venezuela eran dictaduras. El senador Mario Bergara (exintegrante de la Unión de la Juventud Comunista) por ejemplo, expresaba en el año 2019 a través de su cuenta de Twitter que “esta semana tuve el privilegio de ser recibido por el Consejo de Ministros de Cuba y por su presidente Miguel Díaz-Canel”. Paradójicamente, a pesar de la devoción por los ideales comunistas, cuando Bergara tuvo que realizar sus estudios de posgrado en economía no eligió a las universidades cubanas sino que optó por la Universidad de Berkley, en los Estados Unidos, país que representa todo lo malo para quienes apoyan al “paraíso” castrista. Es más: en el año 2019 esa universidad norteamericana otorgó a Bergara el premio Elise y Walter A. Haas International, lo que sin dudas representó una importante distinción para el otrora joven comunista y que según el diario “La República” incluyó 15.000 dólares para el hoy legislador. Ante las actuales protestas el también senador Enrique Rubio, por su parte, sostuvo que “hay que ver hasta donde hay represión y hasta donde no”, un argumento que bien podrían haber utilizado los seguidores de Augusto Pinochet o de Jorge Rafael Videla durante la década de los años setenta para justificar las flagrantes violaciones a los derechos humanos en esos países. Otro de los argumentos usualmente utilizados por algunos dirigentes frenteamplistas y del Pit Cnt (brazo sindical del partido de izquierdas) es que el régimen castrista “es una democracia al estilo cubano” o “que ellos tienen el derecho a darse el gobierno que desean” o que “es un concepto de democracia más avanzado del que existe en los países capitalistas”. Ese intento de justificar los abusos a los derechos humanos tomando base las particularidades políticas sociales o religiosas de un país o de una comunidad por encima de valores universales no son nuevas y pueden verse en temas tan actuales como en el casamiento de niñas con adultos, los matrimonios arreglados por las familias o la mutilación genital femenina. Quienes defienden estas aberraciones otorgan mayor valor a costumbres o creencias locales (“la democracia a la cubana”) que a los valores universales que recogen elementos esenciales de la democracia (elecciones libres, respeto a la oposición, libertad de prensa, etcétera).
Resulta oportuno recordar, asimismo, que no todos los frenteamplistas piensan igual que Cosse, Bergara y Rubio ya que por ejemplo el senador Danilo Astori afirmó días atrás que en Cuba existe “un sistema político autoritario” al mismo tiempo que expresó su condena a Venezuela a la cual catalogó como “una dictadura fuerte y profunda”. Por su parte, en el año 2006 el entonces diputado tupamaro Luis Rosadilla despertó encendidas críticas de dirigentes y votantes frenteamplistas al declarar que “en Cuba no se respetan algunas libertades ni se forma al hombre nuevo que imaginaba Ernesto Che Guevara”, sosteniendo que en ese país “no existe el sistema político de libertades abiertas como el que nosotros tenemos. No lo voy a inventar yo porque todo el mundo lo sabe. Por otra parte, que no hay libertad de prensa está claro. Solamente hay órganos partidarios del partido único. Ahora vos me podés decir: ‘¿Cuba es una dictadura?’ Y yo te contesto, desde el punto de vista de cómo concebimos eso como uruguayos que sí. Yo doy mi visión y soy consciente que en mi propia organización tengo compañeros que están de acuerdo de la A a la Z con el proceso que se vive en Cuba y pueden pensar que soy un hereje. Lo que hay en Cuba no responde al modelo de sociedad que yo quiero”.
No es la primera vez que los partidos de izquierda (y especialmente el Partido Comunista del Uruguay, con amplio poder extorsivo dentro de la coalición frenteamplista) apoyan gobiernos autoritarios de su mismo signo ideológico. La Unión Soviética, (incluyendo sus invasiones Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968), el gobierno de Velazco Alvarado en Perú, Corea del Norte o el telegrama de apoyo enviado por la Juventud Socialista del Uruguay (JSU) al dictador rumano Nicolae Ceaușescu pocos días antes de su derrocamiento como consecuencia de fuertes protestas populares. Como también ha pasado antes con la Unión Soviética, cuando el régimen cubano dé paso a un sistema democrático y se difundan los detalles de su sistema de corrupción y las violaciones a los derechos humanos el argumento de dichos partidos y de sus dirigentes será el mismo de siempre: “no estábamos suficientemente informados de lo que pasaba en ese país”. Sin embargo queda claro que si en Uruguay aceptan el juego de la democracia es simplemente porque aún no han logrado el poder suficiente para instalar una dictadura comunista igual a las que defienden, y que aspiran a alcanzar en algún momento.
La fuerte represión desatada por la dictadura cubana contra los manifestantes ha causado varios muertos, heridos, desparecidos y encarcelamientos de quienes por pensar distinto se transforman en presos políticos sometidos a parodias de procesos judiciales. A pesar de ello muchos dirigentes del Frente Amplio y del Pit Cnt ponen a Cuba como un ejemplo de democracia lo que claramente constituye un despropósito, ya que tal como fuera mencionado en cierta ocasión por Marcelo Jelen, periodista de “La Diaria”, “el régimen cubano tiene mucho que aprender, entre otros, de Uruguay. Por ejemplo, que tener presos políticos es algo horrible”.
La verdad es que, pesar de los apoyos del Frente Amplio a la dictadura cubana, “la cuestión es solo entre la libertad y el despotismo”, tal como expresara José Gervasio Artigas.