Las fragilidades que revela la pandemia

La Organización Panamericana de la Salud (OPS) advirtió a mediados de julio sobre una “avalancha de problemas de salud” en América Latina, ante la interrupción en la atención primaria provocada por la pandemia de COVID-19. Una alerta de similares características realizó en mayo, el entonces Grupo Asesor Científico Honorario (GACH), cuyo análisis quedó plasmado en el informe denominado “Impacto secuelar en salud de la epidemia por SARS-CoV-2 en Uruguay”.

La OPS puntualiza sobre los retrasos en la vacunación de los niños, falta de controles prenatales y deficiente seguimiento de pacientes con enfermedades crónicas.
El informe de los científicos uruguayos apuntaba hace más de dos meses que “Uruguay no escapa a esa realidad”, en tanto “no se han comunicado las coberturas para 2020”. Lo cierto es que “el número de dosis de vacunas regulares administradas fue menor que años anteriores” y si bien no constituye una amenaza para los más pequeños, por ejemplo los lactantes, apuntaba al resurgimiento de enfermedades invasivas. O, como claramente lo identificaba, al “riesgo de reintroducción del sarampión, dada la situación en la región”.

La directora de la OPS, Carissa Etienne, aseguró que “pronto la COVID-19 no será la única crisis de salud que demande la atención de los países”.
En Uruguay, el GACH informaba que los casos oncológicos registrados el año pasado no están aún completos. Durante marzo, abril y mayo hubo una mayor restricción en la movilidad ante el incremento sostenido de la pandemia que limitó la búsqueda. Un escenario que “agrega incertidumbre a las estimaciones de déficits de casos diagnosticados”.

El informe uruguayo precisa que “el déficit global de captura al final del año fue del 23%”, en “todos los tipos de cáncer, ambos sexos reunidos”. A esta situación de captura, debe sumarse una disminución en la asistencia a los controles oncológicos que genera estimaciones “de aumento en la mortalidad en cáncer a 5 años, que van en valores de un 6% en cáncer mamario,16% en cáncer colorrectal y 7% en cáncer pulmonar”.
La distorsión en la asistencia médica retrasó el diagnóstico de las enfermedades respiratorias que los médicos neumólogos definen como “un problema serio durante la pandemia”, según el GACH. Incluso el informe de los expertos se explaya en un caso particular, ocurrido con una embarazada que, luego del parto, persistió su tos. “Pese a su insistencia, sólo logra consultas telefónicas con el médico general, sin derivación a neumólogo, y recibe recomendaciones para calmar la tos, que no son efectivas”. Luego de una consulta con un médico particular, es decir por fuera de su prestador, una biopsia comprueba “un linfoma pulmonar y mediastinal”.

Asimismo, el informe refiere a un aumento de los casos de tuberculosis, enmarcada en un ascenso que el sistema sanitario uruguayo registra desde 2010. O en salud mental, donde el mayor impacto fue el paso a la atención a distancia en siquiatría, con una baja en las consultas.
El aislamiento en los niños y jóvenes profundizó un problema ya existente, con un mayor riesgo de la obesidad y el sobrepeso. Entre otros aspectos, el documento apunta al trastorno atencional, trastorno del sueño, menor comunicación verbal-social y depresión adolescente. “Según encuestas, ocho de cada diez niños presentan alteraciones en su salud mental, predominando la inatención, aburrimiento, irritabilidad, violencia familiar y ansiedad”, dice el informe de los científicos uruguayos. Los cambios en el desarrollo infantil fueron “desfavorables” en los aspectos motores, de aprendizaje y conductas internalizantes.

En cuanto a la suspensión de la atención presencial, la telemedicina se transformó en una gran asociada de los profesionales. Sin embargo, debió instrumentarse en forma drástica ante la irrupción de la pandemia Y surgió como un “cambio” que “se produjo sin la adecuada evaluación individual por parte de integrantes del equipo de salud”.
Los adultos mayores, incluidos en este informe, son señalados como la población más vulnerable por varias causas. Detalla las características de esta población en Uruguay y, particularmente, la situación de aquellos que se encuentran en residenciales. Recomienda que “en base a los hechos observados durante la pandemia, los cuales pusieron en evidencia fortalezas y debilidades, replantear la problemática de la vejez en un contexto sanitario social y cultural adecuado a los tiempos que vivimos”.
La visibilización de las situaciones de abuso, marginación y maltrato, en algunos casos fue a través de la pandemia. Por lo tanto, interpela a una sociedad que guardaba bajo la alfombra un problema de discriminación y segregación. Mientras se habla de una pandemia aún no resuelta, persisten –también– sin resolver, los viejos estigmas y foras de violencia hacia los más débiles de nuestra sociedad.

A un año y medio de transcurrida esta pandemia, hemos adquirido un rápido conocimiento de la COVID-19 y, últimamente, de sus variantes. Particularmente la Delta, que ya se encuentra en Uruguay.
Hemos encontrado explicaciones científicas a esta contingencia sanitaria que atravesamos como humanidad, sabemos las formas de autocuidado y las posibilidades de agravamiento en las poblaciones vulnerables. No obstante, el fino velo que se corre nos deja en evidencia. El salto tecnológico y científico que hemos adquirido como planeta en los últimos meses, es probable que no tenga comparación con otros tiempos.

Pero seguimos manteniendo los mismos prejuicios, estereotipos y problemas de inclusión que antes. La pandemia simplemente reveló lo frágiles que éramos y aún somos. Reveló hasta las dificultades que tenemos para enfrentar algunas cosas que no tienen explicación en la vida.