Según el diccionario, nostalgia es “una pena provocada por el recuerdo de un bien perdido, una añoranza del pasado”. El próximo 24 se celebra la Noche de la Nostalgia.
Me pregunto de qué nostalgia hablamos. Puede ser de la niñez, siempre que haya sido feliz, lo que no es el caso de todos. Continuamente estamos leyendo que nos dicen, “no pienses en el pasado, ya fue, no lo puedes cambiar. Vive el presente, cada instante de tu vida, al máximo. ¡Carpe diem!”
No es verdad aquello que decía el poeta Manrique, que “Todo tiempo pasado fue mejor”. Al menos, no lo es para todo el mundo. Sí es verdad que todo pasa, que “Lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”, como escribió Machado. Quedan las huellas, nada más. Pero en esas huellas se apoya nuestro presente y como dice un cartel en un museo de la ciudad chilena de Ancud, allá en la lejanísima Chiloé: “El pueblo que olvida su pasado no tendrá futuro”. Si no lo respetamos, corremos el peligro de repetirlo, refiriéndonos a los aspectos negativos.
Y la Noche de la Nostalgia nos hace olvidar el hecho más importante, que el 25 de Agosto se recuerda la Declaratoria de la Independencia. Es tan así, que ha sucedido que una autoridad en la cultura llegó a confesar que no lo recordaba.
Aunque la Independencia aún estaba lejos –y tal vez la independencia económica nunca la hemos logrado, porque en este mundo todos dependemos de todos–, lo importante es que los orientales manifestaron al fin su deseo de independizarse de los brasileños, españoles, ingleses, quienes siempre tuvieron ambiciones de dominio sobre nuestro territorio.
Es difícil, bastante difícil enseñar estos conceptos a los escolares, y aún a los adolescentes. Porque la historia se enseña de una manera muy abstracta, pensando sobre todo en la forma de gobierno y en las ideas políticas. Nos han enseñado algunos conceptos que repetíamos sin pensar, durante mucho tiempo. Hemos llegado a cantar aquello de que iban “degollando”, y no se nos movía un pelo, lo considerábamos natural.
Pero pocas veces nos han contado anécdotas de la vida real, para que nos entusiasmemos con la historia, y así resulta que muchos la odian, porque no entienden y no les interesa. Se consideraba normal tener esclavos, y venderlos en un remate, mostrándolos desnudos, y otras atrocidades. Era normal degollar a los vencidos en la batalla. Pero hay que destacar que nuestro Artigas nunca practicó ese salvajismo, que se adelantó al tiempo de la Cruz Roja. Se insistía en el héroe, el caudillo, pero no en su humanidad.
En la actualidad los estudiantes conocen muy poco sobre Artigas y sobre los hechos patrios, y estamos perdiendo identidad como orientales, como uruguayos. Saben muy poco de asambleas, y de independencia y aparentemente, tampoco les interesa. A regañadientes estudian y hacen los deberes que, por otra parte, son demasiado arduos para ellos. Bueno, eso es lo que sucede con la mayoría.
Es necesario que los adultos incentivemos su curiosidad y su interés en aprender, me refiero a la mayoría, porque hay unos pocos que sí se interesan, naturalmente, aquellos que tienen vocación por la historia.
Pero la historia la deben conocer todos, sin excepción, y es tarea de padres, maestros y profesores enseñarla, en un lenguaje accesible y atractivo. Cosa que no siempre se hace.
Quien no conoce el pasado de su pueblo, no tiene raíces y corre el riesgo de repetir errores y de hipotecar su futuro.
Es verdad que vivimos en un mundo globalizado, donde las fronteras se esfuman, pero también es verdad que nos estamos olvidando del pasado, que debería servirnos para adquirir experiencia y saber cómo encarar el futuro. ¿Qué futuro les espera a nuestros descendientes, si no ponemos manos a la obra para enseñar, en vez de sólo hablar de nostalgias?
Deberíamos sentir nostalgia de la cultura de un tiempo, que nos destacaba en América. La tía Nilda
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