Naturaleza e Historia en Guichón

Una nueva excursión con Uruguay Mil Rutas, una experiencia muy gratificante y con mucha diversión. Después de casi tres horas de viaje, arribamos a la puerta de entrada del Área Protegida, Montes del Queguay. Allí nos recibió el señor Carlos Urruty, integrante del grupo de Guías de Guichón. Nos explicó que esta zona fue declarada Área Protegida en el año 1994, pero la declaración quedó sólo en el papel. Recién más de veinte años después se conformó la unidad ejecutora del proyecto, en el 2006. En esta área se encuentra el Paso Andrés Pérez, sobre la ruta 4, que es el acceso principal desde hace muchos años.

Este señor, junto con otros interesados en la historia, ha investigado en el Archivo Artigas, y saca sus propias conclusiones con respecto a la importancia de este lugar, un lugar con mucha energía, un lugar histórico de relevancia. Nos recuerda que, según el Archivo, el joven Artigas se había asociado al francés Charte o Chantre, un estanciero que habitaba estos lugares. En la horqueta del Queguay juntaban ganado, que en ese tiempo abundaba en los campos sin alambrados, y luego vendían los cueros al Brasil. Era un contrabando, obligado por las circunstancias, porque el gobierno español no permitía el comercio libre.

Seguramente los indios, charrúas y otros, ayudaban en el trabajo –eran los baqueanos– y así Artigas se fue ganando la amistad y el respeto de los nativos. Fueron los indios quienes enseñaron a Artigas toda la sabiduría sobre lugares, sobre plantas, los secretos del campo, los lugares donde esconderse, los pasos de los ríos y de los arroyos.

Se dice que los charrúas fueron los indios más agresivos, más salvajes, pero fueron amigos de nuestro héroe. Actualmente se sigue discutiendo sobre las características de estos indios. En realidad, se sabe muy poco. Resulta que mucho de lo que se nos ha enseñado es, en realidad, puro cuento.
Artigas recorrió mucho territorio, se relacionó con indios y con brasileros, con españoles y con criollos, a lo largo y lo ancho de la Banda Oriental, que era un territorio mucho más grande del actual, incluía parte de lo que hoy es Río Grande, en el Brasil. Pero –destaca Carlos– siempre volvía a este lugar, que parece tener una energía especial.

Nos cuenta sus hipótesis. La atracción de la geografía del lugar. Un lugar especial para protegerse de los portugueses, con los pajonales, los bañados, los montes. Sus hombres soldados se escondían en los montes. El río es profundo, ancho, con rápidos, estaban las picadas, por donde pasar, como el Paso Andrés Pérez. Si el río estaba crecido, para eso estaban los baqueanos, los indios. El amor por Melchora Cuenca. Él tenía cerca de 50 años cuando se enamoró de Melchora Cuenca, una paraguaya. Su padre era un comerciante, que traía los recursos necesarios para Artigas, en caravana de carretas, desde el Paraguay hasta Purificación. Fue este señor quien trajo a su hija al Queguay, el lugar más seguro para esconderse de los portugueses.
Según un historiador universitario, Queguay quiere decir “Lugar donde fluyen o confluyen los ensueños”. Y en este lugar de ensueño vivió Artigas su amor con Melchora. Un dato muy interesante: Artigas se movía en estos territorios; Andrés Pérez, Purificación, Arerunguá. En Purificación estaba su cuartel general, en Arerunguá, un lugar de reserva, que le dejó a los indios, a quienes supo controlar y de quienes se hizo amigo. Los tres lugares forman un triángulo equilátero o casi, pues la distancia entre uno y otro es de 80 a 85 kilómetros.

El Paso Andrés Pérez

Pertenecía a la estancia de los Pérez. Que era un lugar de pastoreo. En 1793, figura José Isidro Pérez como su dueño. Sus hijos, Lino y Andrés, fueron integrantes del ejército de Artigas. El paso era un lugar estratégico por donde cruzaban las carretas que traían los víveres a la pulpería, el comercio de ramos generales de aquellos tiempos difíciles.
Con el paso del tiempo, don Teodoro Guichón fue el administrador de la estancia, a la que llegó en 1854. Tenía su comercio en este lugar, y se aprovisionaba con las carretas. Por el 1900, cuando aparece el tren como medio más fácil de transporte, se instala en la zona de Guichón, población de la cual fue fundador. Otro personaje histórico, relacionado con los charrúas, quien en 1833 mandó exterminarlos en el Salsipuedes, fue Rivera.
Según el Archivo Artigas, Rivera, a pesar de que era el padrino de Santiago, hijo de Artigas y Melchora, siempre mantenía distancia cuando acampaban. Artigas siempre buscaba proteger a los indios. Pero las acciones de Rivera dejaban mucho que desear. Según un parte de 1814 Artigas se encontraba acampado con 4.000 hombres y 700 armas, en el Rincón del Queguay Grande, donde dejaría a las familias. Pensaba atacar al mayor De los Santos en Belén, pasar después a Misiones y plegar a los indios a su ejército.

Área protegida con recursos manejados

Así se califica este lugar, donde se trata de preservar la naturaleza, pero al mismo tiempo, lograr una producción sustentable. En el monte hay vacas y ovejas, que dejan limpio el suelo. Se permite cazar especies como el ciervo axis y otros que no son autóctonos y a veces los carpinchos, por ejemplo, cuando ha aumentado mucho la cantidad y hay hacinamiento. Se trata de controlar el corte para leña, pero no es fácil, porque son muchas hectáreas, veinte mil, para un solo guardabosque.

Senderismo por el monte

Comenzamos cerca del puente del río. Lo primero que vemos, buitres de cabeza roja. aves carroñeras. Nos cuenta el guía que en este monte se han visto unas 45 especies de aves. Si hacemos silencio, podemos escuchar un sinfín de sonidos, no es cierto que el bosque es silencioso.
Caminamos con cuidado, porque en algunas partes hay barro, porque hay desniveles, hay zanjas con puentes de tablas, hay bajadas y subidas. Algunas vamos con un bastón. Hay claros y otros espacios donde los árboles del sotobosque forman cuevas, donde es posible protegerse si llueve. Árboles viejos, algunos parecen centenarios, otros jóvenes.
En la época de la Guerra Mundial, cuando escaseaba el combustible, se cortaron muchos árboles para hacer carbón. Nos deleita el perfume del espinillo. Luego, un guaviyú muy añoso. Algunas amigas abrazan su tronco, para cargarse de energía, como les enseñó la profe de yoga. Continuamos caminando. Vemos coronillas, un viraró crespo, el más alto del monte. Un tronco caído con hongos, que según algunos, tienen propiedades medicinales, se está estudiando.
Aquí nos detenemos un rato y Carlos nos cuenta sobre Santos Díaz, un hombre que vivió ¡50 años! en este bosque. Cazaba animales, vendía cueros en el pueblo. Tenía una carpa y un bote. Cuando crecía el río se refugiaba en el bote, Cuando ya no podía andar en el bosque, lo llevaron al hogar de ancianos, pero un día se escapó y lo encontraron caído en el monte, donde quería morir. Lo internaron, pero murió al otro día. Este hombre sabía dónde estaban las tatuceras de los tupamaros.

Continuamos viendo guaviyús y lianas. Nos explica Carlos que las lianas se enroscan en el tronco siguiendo el magnetismo de la Tierra, de acuerdo con el movimiento de rotación. Un blanquillo, se conoce por manchas blancas en el tronco. Escuchamos un concierto de pájaros: colibríes, arañeros, piojitos azulados, pitiayumis y otros. Mataojo, en su tronco una colonia de hongos repisa. Los indios usaban estos hongos para transportar el fuego. Hacían un hueco en el hongo y ahí colocaban una brasa encendida, tapaban el hueco y así llevaban el fuego a otro lado.
La zarzaparrilla, una planta, también medicinal. Un mirador. Se escucha el ruido del agua en los rápidos. Otro puentecito, esta vez hay barro, necesito ayuda en la subida. Huesos de vaca, nos recuerdan que la creciente se ha llevado a muchas.

El palo de fierro, un árbol de hermosas flores, muy apetecidas por los pájaros. Probamos la flor. Debo tener el corona, digo yo, porque no siento el gusto. Dice Carlos : “Tiene vida eterna quien la comió”. Llegamos a la calzada, que se construyó en 1893, por la junta Económico-Administrativa de Paysandú. Por allí pasaba la diligencia del señor Crevoisier, que venía desde Paysandú para la estancia Itacabó en la zona de la Cuchilla de Fuego. En este momento no se puede cruzar caminando.

Llegamos a otro mirador, alto. No me animé a subir, creo que la cosa no es para gente vieja como yo. Nos detenemos frente a la escultura en hierro que nos recuerda que en esa zona vivió Melchora Cuenca. Una obra del artista guichonense Juan Carlos Ualde. Se ven los contornos de Paraguay y de Uruguay. Los hierros de la parte superior indican la dirección en la cual se encuentra la tapera donde vivió Melchora, en un cerro que se ve a lo lejos. Algo que no entiendo mucho: los estudiantes de UTU instalaron el Código QR, que permite obtener información con la computadora.
A pocos metros de allí está la Farmacia del Monte, donde se puede adquirir plantas medicinales del lugar. En el local donde nos recibieron y donde almorzamos, hay objetos encontrados, hechos por los indígenas, fotos y obras de arte guichonense. Entre ellos, réplicas del memorial de Salsipuedes. Tuve la suerte de que el guía me regalara una.
La obra se llama “Betum artasam baquiú”, que en charrúa significa 89. Se basa en dos cartas que creó Tacuabé, el charrúa que llevaron a Francia, (creó todo el mazo de cartas en lonjas de cuero). La fauna que vive en ese monte no es posible verla de día. Por eso, la vemos en un video, hecho por las noches, con cámaras colgadas de los árboles. Vemos yacarés, mariposas, garzas, carpinchos, manopeladas, gato montés, jabalí, ciervo axis, hurón, tatú, gallineta, gato montés negro, zorro (aguará) zorrillo, lagarto, urraca, coatí, guazubirá…
Partimos rumbo a los Palmares de Guichón, esta vez la guía es Carolina, la esposa de Carlos. Recorremos la ciudad. Observamos las esculturas, todas del mismo autor, Ualde, esculturas modernas en la Plaza Williman. Luego vamos por un camino sobre la cuchilla de Haedo, que separa los departamentos de Paysandú y de Río Negro. Carolina nos muestra unas rocas rosadas. Es la Formación Guichón. Es una zona de aguas saladas, donde se conservan los restos fósiles.
En la década del 30 se encontraron, en un lugar donde hoy hay una panadería, 8 esqueletos de dinosaurios, que no se han encontrado iguales en ningún lugar. Una especie de cocodrilo de 1 metro y medio de largo. También se puede encontrar caparazones de animales acuáticos, porque esto fue un mar hace millones de años.

Finalmente llegamos al Palmar, de palmeras butiá–yatay. Hay palmeras caídas, porque han terminado su ciclo vital y hay otras que están creciendo. Y están las que dan un rico fruto, con el cual se hacen licores, harina, mermeladas. El fruto tiene más propiedades que cualquier otro fruto, se dice. En este lugar, en el año 1838, se libró una batalla entre las fuerzas de Rivera y de Oribe, una batalla sangrienta, en la que murieron entre 700 y 800 hombres. Una batalla muy desigual, en la que ganó Rivera. En un día frío y lluvioso. Una batalla que nunca debió haber sido, entre hermanos.
Fue un momento muy divertido cuando encontramos plantas de carqueja, y Carolina dijo que es un viagra natural para las mujeres. Insistieron en dármelo a mí, que era la más vieja del grupo. Sin palabras… Regresamos muy contentos por haber transcurrido una magnífica jornada, y muy agradecidos con Silvana. Me olvidaba: nos hemos divertido con las ocurrencias de Tadeo, el niño del grupo. ¡Gracias Tadeo!
La tía Nilda