Límites

Como dice el educador Paulo Freire, somos seres incompletos. Somos seres finitos materialmente, tenemos límites, y consciente o inconscientemente, buscamos trascender, tenemos ansias de infinito, porque somos a la vez, seres espirituales. El concepto de límites es muy abarcativo, son tantos y tantos límites… se puede aplicar prácticamente a todo. Si queremos vivir en armonía con nosotros mismos y con los prójimos, los límites son necesarios en este mundo. Si pensamos en las matemáticas, existen los límites finitos y existen los infinitos: curvas que no acaban nunca, números interminables, irracionales.

El crecimiento espiritual de cada uno, no tiene límites, siempre podemos ser un poco más, nuestra conciencia puede evolucionar siempre más. Si por la noche miramos el cielo estrellado, podemos sentir los no límites, el infinito Si pensamos en el universo, recordamos lo que dicen los científicos, que se expande continuamente, y esa idea es la que ha reconciliado a muchos con la idea de religión, con la idea de energía y de espiritualidad. Existe algo más. Si pensamos en el COVID-19, ¿tiene límites? Realmente, no lo sabemos, pensamos que las vacunas puedan hacerlo finito. La energía del universo es infinita, y la nuestra también lo es, porque cuando morimos, continúa existiendo en algún lugar del espacio y del tiempo, transformada.

El mundo del conocimiento no tiene límites, sólo que nosotros siempre estamos muy lejos de alcanzarlo, por más que hemos avanzado maravillosamente, gracias a la tecnología. Sigue vigente la máxima de Sócrates: Sólo sé que no sé nada, es decir, que mis posibilidades de conocer la verdad son limitadas, porque la verdad absoluta es inalcanzable siempre. El libre arbitrio, la facultad de pensar, decir y hacer lo que nos dé la gana, sin límites siempre y en todo lugar ¿existe realmente? Según mi amigo el doctor Frunzio, no existe. Porque estamos limitados en nuestra libertad exterior e interiormente, por diversos factores: el ADN, la herencia, la familia, el medio que nos rodea, la educación que recibimos, la cultura en la cual estamos insertos, con sus tradiciones, sus costumbres, sus normas morales y sus leyes, las creencias, las circunstancias de la vida, que son distintas para cada uno. Somos seres limitados que buscan la plenitud, tarea que nos lleva toda la vida.
Nuestro ego busca siempre expresar sus instintos y sus impulsos, sin límite. Y esa es la tarea, domarlo, para no caer en el orgullo, la ambición desmedida, la pereza, la envidia, la ira, la desilusión, el desprecio y la discriminación, la falta de solidaridad y tantos vicios y errores más. Pero para lograr o tender a esa meta, se necesita educación. Educar no la racionalidad, sino, sobre todo, la sensibilidad, ante los demás, y ante la naturaleza. Se trata de usar bien el cerebro, nuestra mente junto con nuestro corazón. Y de disminuir el poder del ego, que siempre busca la satisfacción propia, sin importarle un ardite lo que le suceda al otro. Es más importante el “Siento, luego existo”, que el “Pienso, luego existo”, es lo que dice un filósofo actual. Las emociones son más importantes que el conocimiento, en esta época en que el racionalismo ya no prevalece. Hay que educar la inteligencia, que es la capacidad de adaptarse a las circunstancias, y de resistir, sin enfermarnos, en suma, de ser resilientes, como se dice ahora. Tener la capacidad de ser resilientes frente al fracaso, la pérdida, el insulto, la destrucción. Sin límites. No olvidar que los regímenes totalitarios y las dictaduras exaltaron siempre la razón, una razón muy equivocada, que llevó a la humanidad, y lleva aún, en algunos casos, a terribles guerras y espantosos desastres humanitarios.

Me pregunto: ¿hay un límite entre la virtualidad y la realidad? Parece que se está diluyendo, en esta era en que muchos viven el día entero enchufados con el celular. Una forma de comunicación no verbal, la telepatía, no tiene límites, ni de espacio, ni de tiempo. Es la comunicación de los espíritus, que nunca tendrá fin. También se diluyen los límites geográficos entre los países. Gracias a la tecnología, el mundo se ha convertido en una gigantesca aldea global, donde es posible saber lo que sucede en cualquier rincón del planeta, con una velocidad vertiginosa. Como dijo una amiga mía, cuando recién había aparecido el Facebook: ¡¡es un chusmerío mundial!! Resulta que mi hija, quien vive en Australia, se entera antes que yo de lo que sucede aquí, en Paysandú. No dejamos de maravillarnos por estos avances de la tecnología. Pero… ¡lástima! Que en esta gigantesca aldea sigue habiendo demasiadas opiniones encontradas, demasiada disidencia, demasiada violencia, demasiada pobreza de millones y demasiada, desmedida ambición de unos pocos, que no parecen tener límites.

Es muy, muy triste la falta de humanidad que provoca el sufrimiento de tantos millones de personas. Me consuela un poquito el pensamiento, de que los ideales y los valores de la gente de buena voluntad, tampoco tienen límites y en esto estriba la esperanza de un mundo mejor. Las palabras que decimos, pueden construir, pero también pueden hacer sufrir, pueden destruir.
Por eso es necesario detenerse a pensar antes de hablar, en especial cuando estamos discutiendo. Si no tenemos nada bueno que decir, es mejor poner límites, cerrar la boca. Termino con un dicho que no sé a quién pertenece: “Somos dueños de nuestro silencio, y esclavos de nuestras palabras”.
La tía Nilda