No hubo décadas ganadas en América Latina, sino que fueron todas perdidas

Las últimas décadas –bueno, no solo las últimas, al fin de cuentas– en América Latina se ha caracterizado por avatares de todo tipo, tanto políticos como de índole socioeconómica, y la constante, aunque con distribución heterogénea ha sido de una significativa inestabilidad, porque a una crisis ha seguido una supuesta bonanza o casi, para recaer luego en otra crisis y así sucesivamente.
Es que el subcontinente, como es sabido, está integrado por países en vías de desarrollo –un eufemismo para un “desarrollo” que se ha hecho esperar, por supuesto– que son los que resultan más vulnerables a los altibajos en el mercado internacional, donde a precios buenos para las materias primas que se exportan desde la región, le siguen valores depreciados y las consecuentes crisis, al tratarse de países que venden muy poco valor agregado, en el mejor de los casos, y sí materias primas para que el trabajo y se dé fuera de fronteras, fundamentalmente en los países industrializados.
En los últimos dos años, además, la región ha sufrido como ninguna otra parte del mundo las consecuencias de la pandemia, tanto en pérdida de vidas como en la caída de la economía, a la vez de contar con pocas herramientas para un despegue rápido, teniendo en cuenta el piso desde donde se parte.
Al respecto, el Banco Mundial está alertando en su último informe por riesgos de una “nueva década pérdida” en la región. William Maloney, nuevo economista en jefe del Banco Mundial –designado en julio de este año– advirtió esta semana que América Latina corre el riesgo de enfrentar una “nueva década perdida en términos de desarrollo”, si no logra hacer reformas estructurales de largo plazo en términos de infraestructura, educación, política energética e innovación.
Tras la presentación del nuevo informe semestral del organismo titulado “Recobrar el crecimiento: Reconstruyendo economías dinámicas pos COVID-19 con restricciones presupuestarias”, Maloney afirmó en rueda de prensa que si bien la región latinoamericana “está saliendo poco a poco” de la crisis provocada por la pandemia, la recuperación económica “está siendo más débil de lo esperado”.
En este sentido, el economista en jefe del BM informó que la economía de América Latina rebotará este año 6,3%, lo que implicó una mejora en las proyecciones del organismo –basado en la campaña de vacunación contra la COVID-19– de hace cuatro meses, cuando había estimado un crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) regional del 5,2%.
No obstante, Maloney señaló que ese crecimiento proyectado para 2021 será “insuficiente para revertir la caída de 6,7%” que se registró el año pasado.
A su vez, en el caso de la economía uruguaya, el BM mantuvo sin cambios las proyecciones que había realizado en su último informe publicado en junio. El organismo prevé que en 2021 el PBI de nuestro país tenga una expansión del 3,4%, que se desacelerará a 3,1% en 2022 y 2,5% en 2023. En tanto, las previsiones realizadas por el organismo para los países vecinos mejoraron en comparación con el último informe. En este sentido, el BM espera que la economía brasileña crezca 5,5% este año mientras que en junio había previsto una expansión de 4,5%. En el caso de Argentina proyecta un crecimiento de 7,5% en 2021, por encima del 6,4% previo.
Pero más allá del rebote económico esperado para este año, y el nivel del que se parte en la reactivación, la preocupación del organismo multilateral sobre la región latinoamericana y la del Caribe tiene que ver con el mediano y largo plazo. Según sus estimaciones, tanto en 2022 como en 2023, el PBI regional se ubicará por debajo del 3%.
Entre las sugerencias para consolidar el crecimiento y desarrollo a largo plazo, apuntó a que los países usen los recursos fiscales “más efectivamente”, destinar el gasto público a reformas estructurales, reasignar recursos a proyectos con más retorno social, aumentar los ingresos de los estados mediante la ampliación de la base impositiva y aprovechar el nuevo “boom de los commodities” para implementar reformas de largo plazo.
Es decir sugerencias que son de recibo en una región donde lamentablemente a la dependencia excesiva de las materias primas, con presión sobre los recursos naturales, se le agrega la sucesión de gobiernos populistas en varios países, que en su momento incluso hicieron gala de que fueron gestores de supuestas décadas “ganadas” cuando lo que realmente hicieron fue vivir el momento, aprovechando los altos precios de las materias primas para gastar todo los ingresos extra y aún endeudándose para “mejorar” presuntamente calidad de vida con políticas asistencialistas y sin ningún sustento.
Por supuesto, lo que queda luego es el “agujero” por estos intentos irresponsables, porque al no tratarse de políticas sustentables, con creación de empleos genuinos, una vez que se terminó el dinero las cosas vuelven a ser como antes.
Es decir, no hubo décadas ganadas ni nada que se parezca, porque si el dinero se fue a nada que valiera la pena, han sido todas “perdidas”, más allá del autobombo del gobierno de turno. De lo que se trata precisamente es de llevar adelante políticas de Estado, de creación de infraestructura, de promoción de inversiones, de mantener reglas fiscales que eviten los descomunales déficits en las cuentas del Estado, que se pagan con inflación, endeudamiento, desempleo y pobreza.
Claro, no sirve en el corto plazo para obtener votos, pero es lo que se debe hacer para pasar del crecimiento ocasional y la recaída de crisis en crisis a crecimiento con desarrollo.
Sin infraestructura que posibilite la inversión, sin cadenas de valor agregado, sin equilibrio fiscal que genera urgencias, seguiremos dando vueltas sin ton en la rueda, aún cuando la pandemia se deje definitivamente atrás en el corto plazo, como todos esperamos.