Alimentación en pandemia y una responsabilidad intransferible

El escenario pospandemia reveló la existencia de niños con desnutrición, así como un aumento de la obesidad y el sobrepeso a tempranas edades en Uruguay. Esta realidad resulta novedosa para algunos dirigentes que hoy se muestran con sorpresa e indignación, cuando es un marco que se repite aún antes de la pandemia, incluso desde hace varias generaciones.
Este año se detectaron en la capital del país unos 200 casos de desnutrición en niños y embarazadas. Las policlínicas barriales realizaron su trabajo de captación y, de ese total, surge que el 41% de estas mujeres tienen entre 15 y 20 años.

Las cifras actuales son difíciles de cotejar, en tanto los servicios sanitarios retoman en forma paulatina la atención presencial de los usuarios. Por lo tanto, el contexto de aislamiento junto a las dificultades económicas han vulnerado aún más a los hogares que se encuentran por debajo de la línea de pobreza.
En 2020, al menos el 10 por ciento de los niños menores de dos años nacidos en el sistema nacional de salud, tenía sobrepeso u obesidad y el 3,7 por ciento presentó bajo peso para la edad.
Desde hace años que en Uruguay, la obesidad afecta más que la desnutrición y complica por igual, tanto a un lado u otro de la balanza que no ha logrado la tan mentada equidad.
Y, a nivel global, dos de cada tres niños menores de 2 años –unos 200 millones– están más alimentados, según Unicef. Ya en 2019, el organismo internacional alertaba que el 43 por ciento de los niños en edad escolar tenía sobrepeso.

La pandemia profundizó situaciones complejas pero reveló –y aún revela– que los sistemas alimentarios del mundo no tienen en cuenta las necesidades de los más pequeños. Es más, la alimentación recibida –de más o por menos cantidad– perjudica su desarrollo integral e interfiere en sus aprendizajes, sin aportar a sus sistemas inmunológicos.
De hecho, ayer fue el Día Internacional de la Diabetes y reveló la existencia de mayores complicaciones con esta patología crónica a cualquier edad por falta de controles, pero particularmente en niños y jóvenes. La escasa variación en la alimentación, excesos de sodio y azúcares o grasas provocan en Uruguay este escenario que hoy genera admiración y extrañeza. Algo similar ocurre con la anemia o la deficiencia de hierro –el primer desorden nutricional en el mundo, según la OMS–, cuya falta puede vincularse a la capacidad intelectual de los niños. También es un problema no resuelto desde hace años y que permanece en las realidades familiares. Con o sin pandemia.

Las políticas públicas enfocadas a la primera infancia han servido para captar a tiempo y actuar en consecuencia. Pero si las derivaciones no se efectúan con la rapidez necesaria, estaremos ante una crisis mayor. Y en un país con menores índices de natalidad cada año no es posible dejar pasar siquiera un caso de desnutrición o sobrepeso. De lo contrario, alguien no está haciendo su tarea.
En forma paralela, debe mencionarse el efecto de las redes sociales en trastornos como la bulimia o anorexia, tan comunes en etapas adolescentes y profundizados en contextos de soledad o aislamiento. Y si bien hubo un cambio de hábitos durante la pandemia, en general no fueron similares en todos los casos, sino de acuerdo a los ingresos de las familias.
Ahora las autoridades de ASSE elaboran su propio informe sobre nutrición infantil en la capital del país, en forma coordinada con el Ministerio de Desarrollo Social, cuyo titular Martín Lema fue crítico con la escasa derivación al programa Uruguay Crece Contigo, efectuada desde las policlínicas barriales, a cargo de la Intendencia de Montevideo, que recibe a usuarios del prestador público.

Si la comunicación no ha sido fluida, tal como reclaman las autoridades nacionales, entonces queda claro que la excesiva institucionalidad creada en el país en las últimas décadas, solo ha servido de compartimientos estancos. Porque la primera comunicación debe ir a los servicios establecidos para atender a la infancia vulnerable, en vez de la necesidad de generar un titular de prensa.
Tanto la desnutrición como la obesidad o el sobrepeso, insumen enormes inversiones para la salud, no solo en Uruguay, sino en el mundo. En realidad, tanto en uno como en otro caso, la prevención con hábitos alimenticios saludables y la llegada a tiempo con la atención integral, es el inicio de un camino de mejora de la salud física e intelectual de nuestros niños y jóvenes.

La última Encuesta Nacional de Lactancia, Prácticas de Alimentación y Anemia, publicada el año pasado, y que contiene datos sobre los menores de dos años que asisten al Sistema Nacional Integrado de Salud, posicionó a Uruguay con mejores guarismos en relación a otros países. El 57,4 por ciento de los niños menores de 6 años se alimenta en forma exclusiva pro lactancia materna. Y si bien es mejor que el 50 por ciento que recomienda la OMS, demuestra un descenso de 7,8 puntos porcentuales con respecto a la tasa del año 2011 y un incremento de sustitutos de la leche materna. Por lo tanto, las campañas de orientación y consulta deben enfocarse hacia la primera infancia y particularmente a las madres que amamantan.

Las primeras experiencias en la alimentación son influencias familiares y, en cualquier caso, están por fuera de cualquier especulación o sorpresa política. Es probable, sí, que hagan falta mayores campañas de concientización e información, en tanto las generaciones cambian y transforman hábitos que por siglos marcaron a las generaciones de mujeres.