Alcohol y violencia, una mezcla fatal en las fiestas

Los datos oficiales aseguran que en nuestro país más de 260.000 personas tienen consumo problemático de alcohol. Es, también, la sustancia más difundida y menos percibida como un riesgo, si se toma en cuenta que en Uruguay el comienzo del consumo se registra desde antes de los 13 años.
La pregunta es: ¿cómo puede ser posible que eso suceda si la ley dice que está prohibido venderle alcohol a los menores? En cualquier caso, hay permisos familiares y previas en casa que pasan por alto los riesgos o minimizan el problema cuando la adolescente o el joven de la casa llegan en determinadas condiciones a cualquier hora de la mañana siguiente.
Y lo que la familia pasó por alto hoy, tampoco lo verá mañana. Porque lo importante es que duerma, luego “hablaremos”, porque seguramente la responsabilidad es de quien “le sirvió”. Porque después de minimizar, vienen las anécdotas divertidas. Pero, por algo se empieza.
A comienzos del año pasado fueron divulgados los datos de la VII Encuesta Nacional sobre Consumo de Drogas en Estudiantes de Enseñanza Media. La edad de inicio se ubica en torno a los 12,8 años, sin diferencias entre Montevideo e Interior del país.
La estadística interpela, primero a la familia y después al entorno, en tanto señala que el 84,3% de los jóvenes tomó alcohol durante la etapa liceal. El 72,1% lo hizo en los últimos 12 meses y es el registro más alto desde 2003. En el último mes, lo hizo el 47,8%.
La Junta Nacional de Drogas asegura, por su lado, que tres de cada diez estudiantes “bebió sobre el nivel de intoxicación por lo menos una vez en el último mes”, sin diferencias entre varones y mujeres. Asimismo analiza, que en períodos cortos de tiempo se registran ingestas de dos o más litros de cervezas, tres cuartos o más litros de vino o cuatro medidas o más de bebidas destiladas. De acuerdo a la información oficial, de los adolescentes que consumieron alcohol en los últimos treinta días, el 60% se intoxicó.
A medida que aumenta la edad de consumo, también incrementan las posibilidades de intoxicación, así como complicaciones con la depresión o el malestar sicológico. Precisamente esto ocurre en un país con elevados índices de suicidios o intentos de autoeliminación, así como de violencia basada en género o en generaciones, como se denomina al incremento de los casos contra adultos mayores.
La Junta Nacional de Drogas asegura que en el 60,7% de los hogares hay un contacto con el alcohol. Es decir, los adolescentes entienden que en su hogar hay una legitimación al consumo de alcohol. Y si el 46,7% de los casos toma en casa, el 52,5% de ellos lo hace en casa de amigos. Incluso es interesante que la Junta Nacional de Drogas señale que el 61% de los adolescentes pudo comprar en cualquier comercio, sin necesidad de pedirle a un mayor de edad que lo haga por él.
La Ley N° 19.855, que determina la “Creación de marco regulatorio para el consumo problemático de bebidas alcohólicas”, fue promulgada el 23 de diciembre de 2019 y publicada el 8 de enero de 2020. Allí señala que la venta se hará a personas mayores de 18 años, “exclusivamente por quienes estén inscriptos en el registro que crea la presente ley”, es decir, el Registro de vendedores de bebidas alcohólicas y actividades conexas.
Los cambios culturales, así como la aplicación de las leyes a rajatabla, requieren tiempo. Es probable que sea más difícil, no hay señales claras sobre el asunto. Porque además del consumo problemático en sí mismo hay costos que no son visibles para la sociedad, como el medio punto del Producto Bruto Interno (PBI) que se llevan sus consecuencias, tanto en violencia como en crímenes.
Por el momento, hace falta elevar la percepción del riesgo. Pero no alcanzará si no llega el brazo de la ley, con sus controles para evitar las situaciones diarias de violencia. Este escenario pospandemia también interpela a la sociedad y todo lo que había dentro de ella pero se dejaba pasar.
Ahora se observa un incremento de la violencia intrafamiliar que estaba latente, porque es un factor cultural arraigado por generaciones. Claramente no es un nuevo fenómeno, pero en tiempos de rápidos progresos tecnológicos y aumento de carreras técnicas, también se ha generado un cúmulo de información que es el insumo básico para trabajar.
El argumento de que “siempre pasó” no nos exime. Todo lo contrario. Nos vuelve responsables de hechos que se repiten y de hacer “la vista gorda” cuando pasan los problemas.
Es correcto que los círculos viciosos son difíciles de romper, y mucho más países donde se avanza en la promulgación de leyes sobre las diversas violencias y el consumo de sustancias, pero no se cumplen o faltan controles o políticas públicas para ayudar a los consumidores problemáticos. Entre esos países, el nuestro. Y desde hace varias administraciones.
Porque mientras las naciones ratifican convenios internacionales, los casos contra los que firmaron, siguen a diario. Y así podemos mencionar los abusos sexuales a menores, además de la violencia de género, entre otros.
Particularmente se incrementan los casos en estas fiestas tradicionales. Si bien ponemos atención sobre lo que ocurre entre Navidad y Año Nuevo, hay que trabajar arduamente entre Año Nuevo y Navidad.
Las estadísticas no surgen por generación espontánea sino que son el reflejo de las comunidades a lo largo de las generaciones. Porque la violencia no se detiene, sino todo lo contrario. Levanta su brazo sobre mujeres, menores, adultos mayores, discapacitados o sobre cualquiera que opine diferente.
Se puede observar, incluso, en las redes sociales. Una herramienta muy útil que se ha transformado en una verdadera cloaca, donde cada vez más usuarios hacen terapia desde el punto de vista más vil.
Pero la violencia no se termina con eslóganes ni recomendaciones más o menos técnicas. Ni con visiones que relativizan el problema, sino ejecutando acciones. Es ese tipo de acciones que no está en manos de la población, sino que tiene que venir desde la voluntad política.