Columna de opinión: La escuela de mi infancia

¡La 57! Que este año cumplió 100 años. Como dijo el Inspector, ¿de dónde sacaron ese dato? La verdad, no lo sé, porque los orígenes, el comienzo de esta escuela se han perdido en la niebla del tiempo. En la escuela existe un libro de matrícula de 1921, nada se sabe de los años anteriores, sólo que al principio fue una escuela volante, que no tenía un lugar fijo para estar, y no sabemos si tenía número, parece que era la 37 de La Curtiembre, no hay gente que sepa cómo es la cosa, en este momento.

Sabemos que algunos de los primeros alumnos de esa escuela, cuando estaba naciendo, fueron nuestros padres, pero eso fue antes de 1921, porque ellos nacieron en 1909 y 1912 y no figuran en el primer libro de matrícula.

Parece que la escuela era la escuela al Aire Libre, o estaba en el mismo terreno, no se sabe bien. Bueno, sí se sabe que funcionó en ese lugar hasta 1939, en que se instaló en el local de Zorrilla y 5 (hoy Instrucciones del Año XIII). En fin, que es un merequetengue difícil de entender.
Hoy la escuela está en Vizconde e Instrucciones, en un local, dentro del mismo predio de la 63, antigua Escuela al Aire libre y hoy de tiempo completo.
El primer Libro Diario que se conserva es de 1936. Transcribo las palabras de la inspectora Berta Isabel Heguito del día 13 de abril de 1936:
“Visité en el día de hoy esta Escuela, que desde la fecha funciona en el local anexo a la Escuela al Aire Libre, con los alumnos físicamente normales que concurrían a la Escuela número 37, que por razones de vecindad no pasan a los establecimientos escolares próximos.Con la directora, Srta. Diamantina González traté asuntos relacionados con su organización.
El día 14 de ese mes, la directora recibió 46 pases, correspondientes a los alumnos que deben matricularse en esta Escuela: 11 para cuarto, 10 para tercero, 15 para segundo y 10 para primero”.
Y las palabras de Diamantina: En esta fecha la Escuela volante número 57, a mi cargo, que desde el 14 de octubre de 1921 funcionaba adscripta a la Escuela Industrial, se trasladó al local que ocupaba la Escuela urbana número 37”.
El siguiente viernes 17 se realizó la inauguración oficial de la Escuela al Aire Libre.
Llama la atención la gran cantidad de días lluviosos, en esos años, con la consiguiente ausencia de muchos alumnos, porque las calles de barro quedaban intransitables, unido a las enfermedades.
En mayo de 1936, había niños con difteria.
En el mes de agosto, el día 14, algunos niños debieron salir antes de la hora, para ayudar a sus padres, porque una manga de langostas invadió la zona. Las langostas arrasaban con todo lo verde. El 18 de noviembre se formó la Comisión Fomento, con personas de apellidos conocidos de la zona, Favre, Barneix, Pelanda, Grecco. Aschieri, Mattiauda.
Y el 28 de noviembre fue el día del examen anual., que se siguió haciendo por muchos años.
Un dato curioso: los alumnos ingresaban en cualquier época del año.
La escuela era de primer grado, y al terminar cuarto, algunos ya empezaban a trabajar, varones o niñas.
Recién el 2 de mayo de 1939, la escuela comenzó a funcionar en el local de Zorrilla y número 5, donde concurriría yo tiempo después.
Ese año se instalaron juegos en el patio, y se iniciaron clases de canto y labores.
Otro dato interesante: la Comisión Fomento realizó un festival y recaudó $31, treinta y un pesos, dinero que alcanzó para arreglar los juegos y algunas reformas en la construcción. ¡Increíble!
Después del acto por el 25 de Agosto, se repartieron caramelos a los alumnos.
En 1941 había 70 inscriptos. La Inspección entregó $59, 40 para la Copa de Leche.
En agosto hubo una epidemia de tos convulsa.
Un equipo dirigido por el doctor Alberto Langón vacunó contra la difteria , y más tarde ; con la antivariólica
Salían alumnos de tercero para trabajar.
En el 1943 ingresaron Hugo y Omar Penas Díaz, provenientes de tercero de escuela rural.
La asistencia se dificultaba por las lluvias.
El 16 de mayo asistieron a una función instructiva en el cine Astor.
El 15 de Agosto festejaban el Día del Árbol, y plantaban árboles.
En 1945, día 7 de mayo, se suspendieron las clases con motivo de la victoria de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial. El 8 de mayo fue feriado, por ser el Día de la Victoria.
En octubre de ese año, se hizo cargo de la dirección la maestra Blanca Dubosc de Menéndez. Su ayudante sería la maestra Elba Mannise. Fueron estas dos las maestras de mi paso por esa escuela, con la colaboración de Celia Dipperna, cuando Elba estuvo de licencia. Mis primeras maestras, ¡y qué maestras!
1950, mitad del siglo XX. El primer día de clase de ese año, ¡fui la primera inscripta, en primer año!
Yo estaba encantada con la escuela y con la maestra. Éramos 13 en primero.
Recuerdo que me costó al principio. Recuerdo que de entrada, tuvimos que escribir “el mono es animal”, con letra cursiva y respetando el doble renglón, todo con minúscula. Para contar teníamos contadores. Creo que no fui a la fiesta de fin de año, porque tuve paperas (y antes había tenido tos convulsa). Aún no existían las vacunas para estas enfermedades.

En segundo empezamos a escribir con lapiceras de pluma, con tinta. ¡La de borrones que hicimos! Teníamos un secante y un limpiaplumas. La maestra me retaba siempre porque llevaba el deber con borrones. En tercero achiqué enormemente la letra, ya no hacía borrones. ¡Pero qué quebradero de cabeza, las divisiones con decimales! Aprendí a hacerlas, pero recién cuando estudiaba magisterio, a los 17, aprendí el por qué de las comas y agregados de ceros y ainda mais.
En tercero tuvimos a Celia como suplente. Fue ella quien organizó una rifa y con la ganancia compró libros de cuentos para prestar. Recuerdo que era una colección Yo soy. Yo soy el trencito, Yo soy el equilibrio, y un montón de Yo soy, que eran una delicia para mis ojos.
Teníamos canto y manualidades. Recuerdo que llevé agujas de tejer y lanas, para aprender, pero sin muchas ganas. El primer día me pinché una mano y fue suficiente, no más tejido. En cambio, aprendí a bordar. Los varones creo que hacían carpintería, no recuerdo bien.
Leyendo el Libro diario vi que en una fiesta de fin d curso bailaron los saltamontes. Salta, salta, saltamontes, salta, salta sin cesar. Por el prado, por el bosque, por la orilla de la mar.

Me viene a la memoria la canción del herrero: En la fragua del herrero se oye un recio golpear, sobre el yunque que chispea al compás del pim pom pam! Pom pim,pom ,pim,pom pam!!
En cuarto año apareció Ada Basso, quien hasta ese momento había aprendido con una vecina. Nos hicimos grandes amigas, hasta el día de hoy, ¡lástima que ella hace unos 40 años está en Italia!

Recuerdo que hicimos muñecas, las cabezas con un molde, papel picado y engrudo, los cuerpos de tela, rellenos, trabajo de las madres, y el pelo teñido con té. También teníamos un teatro de títeres, en el cual participé como Tomasa, en una obrita. Tomasa era muy tímida, apenas hablaba, en la obra.
En la clase siempre fui charlatana, aunque sólo una vez la maestra me puso en penitencia detrás del pizarrón de caballete. Alcanzó.
En aquellos tiempos no teníamos radio, no teníamos luz eléctrica, no había agua corriente. Tomábamos agua de pozo en nuestras casas, o de aljibe. En la escuela había un aljibe, pero no se usaba. Dos niños de los más grandes y fuertes, iban a buscar el agua a la escuela al Aire Libre la traían en baldes.
Quiero destacar, el 8 de agosto de 1953, dos compañeros de mi clase de cuarto, Raúl Langoni y José Francio, araron el terreno destinado a huerta. El arado y el caballo eran del padre de José. Increíble, ¡tenían 9 años!
Respecto a la huerta, creo que siempre había una huertita, sólo que en ese tiempo no le puse atención. Sí recuerdo que Aníbal, un pariente, había plantado chícharos.

Cuarto de baño, no había, eran letrinas, decíamos “el cuartito”. Recuerdo que un día, mi hermana, que estaba en primero, pidió para ir al cuartito, y se escapó. Tuve que ir a ver, y cuando llegué estaba tomando mate muy campante con nuestra madre.

Antes de entrar a clase y en los recreos, solíamos cambiar figuritas del álbum. Creo que fue en el 50 que Uruguay ganó la Copa del mundo. Nunca me interesó el fútbol, pero sí el álbum. Todos los días comprábamos chocolatines para sacar figuritas, dos por cada chocolatín. Teníamos pilas de figuritas, muchas repetidas. Y todos queríamos lograr la sellada, para ganar el premio, una pelota número 5 para los varones, y un bebote para las niñas. Pero nada sacamos.
Los varones jugaban al trompo y a la bolilla, creo que al fútbol, no recuerdo bien. Las niñas hacíamos rondas, como la Tarimbarimbarón, Déjenla sola, la Farolera, Jugando reunidas, y juegos como el Tejo, la Palma, Andelito de oro, Los tres alpinos. Realmente los recreos eran verdaderas fiestas.

Llegadas tarde, muchas veces llegué tarde, porque iba con mi hermana y dos primos, que se demoraban, y yo siempre diciendo apúrense gurises, pero no apuraban. A veces yo también me entretenía juntando trompitos de un eucalipto que había cerca de la escuela, y que estuvo hasta hace poco tiempo.
Los días de lluvia era difícil poder asistir, porque las calles eran de tierra y el barro era impresionante, además no teníamos impermeables, se usaban bolsas de arpillera. A veces, cuando no llovía y había barro teníamos que dar una gran vuelta por calle Comercio (hoy Doctor Roldán).
Me falta contar cómo comenzó mi afán por investigar. Mi amiga Ada un día me propuso hacer un inventario de las cosas que había en el patio de la escuela, donde estaba el aljibe, tapado. Había un montón de lo que ahora llamaríamos porquerías, no recuerdo qué. Sí recuerdo que durante dos recreos, allí estuvimos, armadas con biromes, de las primeras biromes que se habían inventado, anotando. Pero nuestro objetivo no pudo cumplirse, porque la maestra nos descubrió. No se podía ir a ese lugar.

También ese año se prestaban libros, creo que de la Biblioteca Municipal. Uno de los primeros que leí fue el de los microbios, que hablaba de los descubridores e inventores de las vacunas, como Koch, Pasteur y otros. Me encantó. Y a partir de ahí empezó mi pasión por la lectura.
En la esquina de Roldán y 5 vivía una señora llamada Manuela, que no tenía simpatía por los chicos, quienes siempre la toreaban. Le cantaban una cancioncita que hablaba de pollos que son de la Manuela que los sabe mantener.
Eran tiempos en que comenzaban a funcionar las fábricas, funcionaba el tren, había barcos que llegaban al puerto trayendo mercaderías y llevando. Había ómnibus, el boleto hasta Casa Molle salía 10 centésimos. Con un peso se podía comprar 100 caramelos de leche.
Éramos pobres, no teníamos comodidades, pero éramos felices. Y la escuela era un lugar sagrado, donde día a día nos regocijábamos con maestras y compañeros.
La tía Nilda