Estamos finalizando una etapa del año bastante crítica para las finanzas personales, una época en la que muchos jefes (muchas veces jefas) de familia hacen magia para poner lo que entienden necesario sobre la mesa y al pie del arbolito.
Esta magia suele no ser otra cosa que terminar accediendo a un crédito en condiciones que se harán difíciles de afrontar en los meses venideros, que a veces puede ser el resto del año o incluso mucho más allá, y la razón para meterse en este problema más que solución, es que es lo que está más a mano.
El dinero se ha convertido hace ya mucho tiempo en el eje de la vida diaria de los uruguayos, pero recientemente ha habido cambios en la dinámica de la obtención y la gestión de este recurso que ha expuesto a muchas personas al riesgo de una mala decisión que por salvar un momento, terminan ocasionando tormentos con consecuencias para nada deseables.
Estas decisiones pueden ser tan simples como la toma de un crédito a intereses muy onerosos para comprar un artículo que tal vez no fuera tan necesario, o el pago de solo los montos mínimos de una tarjeta de crédito con la que se compró una prenda, por la que se puede terminar pagando cientos de veces el valor original.
No es la idea demonizar a los instrumentos financieros. Un crédito puede ser un instrumento sumamente efectivo para sobrellevar un determinado apremio económico, al igual que una tarjeta de crédito puede servir para acceder a una financiación que nos alivie de un desembolso de una sola vez. Pero ¿cualquier crédito me conviene?, ¿todas las tarjetas funcionan igual?
Si tengo más tarjetas puedo aprovechar beneficios en más comercios, podría pensar alguien desprevenido de que con cada tarjeta, además del valor de compra (aunque sea sin recargo) vienen implícitos otros costos, asociados a esa tarjeta, como seguros, gastos de administración etcétera.
Sumado a ello, desde que se instrumentó la inclusión financiera y cada trabajador tiene una cuenta bancaria, se ha vuelto muy fácil acceder a una tarjeta de crédito, los mismos bancos la entregan gratuitamente, al igual que otros servicios de los que disponen por sí mismos o por empresas que forman parte de sus grupos empresariales, como casas de seguro.
Pero la cosa no ha quedado allí, porque han seguido apareciendo “oportunidades”, ya que con la economía digitalizada se ha hecho muy fácil llevar a cabo transferencias y pagos online y el comercio electrónico ha tenido el despegue que se venía pronosticando hace tantos años. La pandemia ayudó muchísimo también.
Y esto sigue, porque del mismo modo también han surgido formas de invertir a través de plataformas virtuales en instrumentos ya conocidos como las bolsas de valores, fideicomisos, y como si el universo conocido no alcanzare, también han aparecido las criptomonedas y tarjetas y cajeros y aplicaciones de trading que las ponen al alcance de la mano.
Es muy fácil. Pero aunque casi nadie hable de ello, también es muy riesgoso.
Y es que en nuestro país (y no solo en nuestro país, por supuesto) hay un debe muy grande en la educación en la economía (incluso en economía doméstica u hogareña) y en las finanzas.
Evidentemente es una exageración decir que todos los problemas de pobreza se solucionan con educación financiera, pero sí se hubiese podido ahorrar serios problemas a muchas de las personas que tomaron decisiones inconvenientes por desconocer las consecuencias de sus actos y terminaron “metidos en el Clearing”, es decir sin poder acceder al mercado formal de créditos, o pudiendo acceder pero a costos exorbitantes.
El Banco Central desde el año 2012 lleva adelante una propuesta llamada BCU Educa, que por medio de una metodología lúdica y vivencial (ferias educativas, talleres y material didáctico) se ocupa de llevar a niños y adolescentes conocimientos acerca de las temáticas económicas y financieras de la sociedad. Muchas de las instituciones bancarias tienen también sus propios programas, algunas intendencias han instrumentado programas de capacitación (incluso virtual), del mismo modo hay en la página de ANDE mucho material disponible al respecto y hasta hay también esfuerzos individuales, como el que lleva adelante Rodrigo Álvarez a través de su recomendable podcast Neurona Financiera, pero todavía es un tema que no alcanza a ser masivo, pese a que toda la sociedad utiliza y administra dinero en su día a día.
Cuál es la mejor forma de llegar con estos conocimientos. Esa es tarea que debería afrontarse y planificarse en conjunto entre los especialistas en la materia y expertos en pedagogía y transmisión de conocimientos. Es posible que no a todo el mundo se le llegue con el mismo mensaje, porque no todos están expuestos a los mismos problemas; no es como el caso del tabaco, por poner un ejemplo.
De buenas a primeras, está claro que es necesario acercarse más y crear consciencia a través de campañas de bien público, como se ha hecho con problemas de salud como la prevención del cáncer o de las enfermedades cardiovasculares, o el riesgo de incendio o el peligro de sumergirse en aguas inseguras. La “salud financiera” de las personas y de las familias debería considerarse a ese mismo nivel, porque las consecuencias de su descuido pueden llegar a tener un triste desenlace, como tantas veces ha ocurrido. → Leer más